Los Sueños Caídos
Francisco Gómez
“Soy el único que ha sobrevivido. Mis amigos, los que nos reunimos en esa foto están todos muertos. Todos menos yo”. Decía el escritor, el poeta, el ensayista ante una muchedumbre de lectores ávidos de conocer sus secretos.
Pero él con su inteligencia y compostura andaluza callaba lo que era preciso. Sólo algunas pinceladas para delimitar el entorno. Nada más…Que cada cual imaginara, pensara, creyera lo que estimase oportuno. Él era el guardián del secreto. Todos los demás había marchado ya. Sólo quedaba él sentado allí, contemplando el tiempo transcurrido que no le había comido sus recuerdos.
Este investigador de historias literarias decidió acudir a las fuentes. Buscar, encontrar, rememorar esa foto de hombres muertos. Todos menos uno. El testigo del tiempo. El depositario de las vivencias. El heredero de las confidencias. Allí estaban todos. De pie. En actitud respetuosa y silente ante la tumba de D. Antonio Machado en Colliure (Francia). 1959. “¿Cuánto queda para llegar a Sevilla?”
Los caminitos blancos se cruzan y se alejan.
Caminitos blancos, ¡ay! Ya no puede caminar con ella.
Aquellos hombres: escritores, poetas, marineros, funcionarios, profesores están delante de la tumba de un hombre que aprecian por su literatura y su ejemplo vital. Saben que el tiempo corre pero ninguna puede adivinar cuándo será su día, su hora. Sólo uno desafía las manecillas del reloj hasta este hoy. Es el fedatario de sus compañeros, amigos.
Vienen de una España triste y gris, anodina, amordazada. Sólo en la literatura, el arte y el alcohol encuentran la libertad antes que las fantasías oscuras de la noche den paso a las mecánicas mediocridades del día.
Beben y beben y vuelvuen a beber sus frecuentes copas en Boliche, Cristal City, Jamboree, L´Etoil, El Pastis y en las tertulias del “sótano más negro que mi reputación” de Jaime en la calle Muntaner de Barcelona.
Quieren escapar del tedio, del aburrimiento, de la resignación de un país que les asfixia, un país gobernado por intransigentes y mediocres. Un país acobardado antes sus designios. Cincuenta y cuatro años después, estamos asediados por la crisis y el desgaste moral y ético de los nuevos mediocres que profesan las desgastadas ruletas del poder.
Aquellos hombres, todos muertos menos uno, el marinero y editor Carlos Barral, el poeta del misterio y la lucha hacia sí mismo, contra sí mismo, Jaime Gil de Biedma, el apuesto y altivo Luis Marquesán, el poeta íntimamente social Ángel González, el catalanista traductor, estudioso y poeta Joan Ferraté, amaban las letras como signo de lucha contra un país mezquino, de gabardinas grises y acatamiento al superior. Aquellos hombres que buscaban la libertad bajo el signo del alcohol en las venas y mujeres ondeando la ruptura con sus labios, tenían un referente. Un hombre donde mirarse. Un hombre muerto tras una lápida francesa que no pudo ver cumplidos sus sueños mientras el mundo se precipitaba al desastre y la destrucción. Aquellos hombres que aspiraban a estar a la altura de aquel hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno. Tenían su obra por hacer, buscar su voz en el silencio de la noche alcohólica, preñada de preguntas, inquietud y soledad.
Aquellos hombres están todos muertos. Todos menos uno. Ese uno observa el panorama de esta España del XXI siglo y tiene derecho a preguntarse en qué hemos avanzado. Hacia dónde hemos ido. ¿Han sido certeros nuestros pasos o volvemos a reandar las pisadas caminadas? Este hombre que mira al auditorio, anhelante de escuchar sus palabras, al menos uno que pueda indicarnos líneas de salida, quizás no tenga respuestas y él sabe mejor que nadie que el tiempo que le fue concedido se acaba. Y es posible que crea que no hemos avanzado tanto. Que seguimos comiéndonos el mismo marasmo, la misma monotonía que cincuenta años atrás. Que quizás tanto andar, tanto luchar, tanto tropezar y tanto beber para acabar con hígados cirróticos no ha servido para casi nada. Para nada. Y este superviviente con maestría marinera piense que nos estamos quedando sin referencias. Hombres ejemplares en quien volver la mirada. Hombres con respuestas a tanta pobredumbre. Hombres con mirada más allá del primer surco, hacia las líneas del cielo.
Este hombre que escribe recuerda a este hombre que habla y ve cada día más oscuras las respuestas. Cincuenta años después, ¿somos más libres? Para hablar y más pobres por la correa económica que llevamos al cuello, que nos asfixia, nos quita alas para soñar nuestros proyectos, nos empobrece y embrutece.
Estos hombres, todos muertos menos uno, no sé si podrán vernos y contemplar horrorizados qué hemos hecho de sus sueños. En estas Españas azotadas por el paro, la crisis, la corrupción y los desahucios. Estas Españas carcomidas por los desengaños y el triunfo del individualismo, del sálvese quien pueda y barquitos que naufragan en todas direcciones. Esta España que ellos no soñaban mientras evocaban el sueño eterno de Machado. Estas Españas perdidas entre tantos desafueros. Esta España que vuelve a la miseria y seguro volverá a dar otro siglo de Oro en la Literatura, que vuelve a la derrota, a la desesperanza, a la mediocridad de los de arriba que no saben soluciones.
Os lloramos y nos lloramos. Carlos, Jaime, Ángel, Juan, Claudio, si estáis ahí y nos estáis escuchando, si estáis leyendo esta suerte de cuento. Llorad no sólo por Antonio Machado. Llorad por esta España que cincuenta años después no está a la altura de vuestras circunstancias.