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ISSN 1989-4163

NUMERO 54 - VERANO 2014

Como en un Poema de Carver

Agustín Fernández Mallo

La otra tarde, sin apenas descanso, estuve trabajando en un libro de poemas cuya redacción dio comienzo hace ahora un par de años. Se trata de unas piezas en verso, cada una no ocupa más de una hoja de Word; tal como es mi costumbre ninguna tiene título. Desde un punto de vista estilístico, llevan un aire más bien tranquilo, el yo poético crece y se achica, sube y baja, sin apenas piruetas. No sé por qué me ha salido así, debe de ser el poemario más narrativo que hasta la fecha he escrito, pero como está sin terminar no hay que hablar más de la cuenta: dentro de una semana, un mes, qué se yo, todo puede ponerse patas para arriba y tomar otro rumbo. 

Tras, como he dicho, trabajar toda la tarde en el poemario, esa noche me acosté y me dormí sin problema. No obstante, a las pocas horas abrí los ojos, y lo primero que me vino a la cabeza fueron un par de versos que de manera recurrente aparecen en el poemario: 

4:30 de la madrugada, no podía dormir,

como si hubiera perdido la fe en el sueño,

Mi cabeza comenzó a repetirlos; algo que al principio hace gracia pero tras unos minutos resulta desagradable -como si esa insistencia quisiera borrarlos en vez de fijarlos-. Consulté el reloj, las 5:07. Cerré los ojos, intenté dormir, y nada. No tardé en sentirme inquieto. El motivo: me di cuenta de que creía haber visto unos versos muy parecidos en algún poema de Carver. Repasé de memoria algunos poemas de ese autor, pero no ubiqué mis versos en ninguno de ellos. Sin embargo, estaba seguro de que en algún lugar Carver había dicho algo muy parecido. Intenté alejar ese pensamiento del modo que fuera. Por ejemplo, recordé una anécdota: el día anterior me había detectado la primera cana en mi cabeza, y la había arrancado y después escaneado sobre una foto con un fondo de cielo azul casi negro, desde el cual platillos volantes atacaban la tierra; mi cana, perdida en ese cielo, acompañaba a los platillos volantes en su ataque. Pensé en todo eso pero dio igual, en lo que me despistaba, regresaba la posibilidad de que mis versos:

4:30 de la madrugada, no podía dormir,

como si hubiera perdido la fe en el sueño,

se parecieran o fueran casi iguales a otros de Carver.

Me giré hacia la derecha e intenté centrar mi atención en otra cosa. Por ejemplo, pensé en Facebook y en Twitter como se piensa en el triunfo de la publicidad en cubierta, tolerada, consentida. Especialmente Twitter: crear una marca personal a través de aforismos, lemas, eslóganes de marketing. De hecho, la imposición de 140 caracteres, externa al usuario, como llegada desde Dios, borra toda responsabilidad en el usuario, aparece como una condición natural, una ley externa cuyo cuestionamiento se halla fuera del alcance de lo humano, como cuando al campesino le llueve granizo sobre las cosechas, o la tierra, demasiado ácida, no le da buenas patatas: un fatum contra el que nada se puede hacer. Pero ni tan siquiera estos pensamientos negativos acerca de Facebook y Twitter alejaron de mi cabeza la preocupación de haber copiado sin querer los versos,

4:30 de la madrugada, no podía dormir,

como si hubiera perdido la fe en el sueño,

Tras media hora, me levanté, me puse un jersey grueso –por las noches aún hace frío en Mallorca-, y mientras la cafetera hacía el café con ese goteo como de reloj de arena tan típico de las Moulinex, también yo minuciosamente repasé mi biblioteca a fin de localizar los libros de poemas de Carver; tardé bastante tiempo pues hacía años que no los veía. Tengo estos tres:

Todos nosotros (edit. Bartleby, traducción de Jaime Priede)

Bajo una luz marina (edit. Visor, traducción de Mariano Antolín Rato)

Un sendero nuevo a la cascada (edit. Visor, traducción de Mariano Antolín Rato)

Me serví el café, me senté en la mesa de la cocina, comencé a pasar hojas. La vista, agitada, iba y venía a lo largo y ancho de cada página. Creo que estuve más de una hora metido en esa búsqueda sin obtener resultado alguno. Un sonido de pájaros en la terraza me indicó que casi amanecía, la cocina comenzó a llenarse de las primeras luces; es un fenómeno que ocurre de pronto. Pasadas las 6:30am, con intención de acostarme, cerré los libros.

El hallazgo más aproximado fue éste, del poema Sortilegio, incluido en el libro Bajo una luz marina :

Esta mañana, entre las cinco y las siete,

estaba hundido en el cauce del sueño. Ligado,

a este mundo por nada más que la esperanza,

giraba yo en una corriente de negros sueños.

Fue durante esos momentos cuando el tiempo

experimentó una metamorfosis.

Estos versos poco o nada tienen que ver con los míos, pero no tardé en apreciar la coincidencia: hablan de esa noche, exactamente de esa misma noche.

 

 

 

 

Carver

 

 

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