“Ojalá me besara con besos de su boca”: Cipriano de la Huerga
“Béseme de besos de su boca”: Luis de León
Traducciones del Cantar de los cantares 1,2
(Para José Manuel Reyes Herranz, semítico, mi escribano Amudsen del regreso…)
Me he gastado todos los besos
que aún tenías en silencio
esperándome a un día
para adivinar la talla exacta
de mi injusta locura,
aquel membrillo enamorado, envenenado,
que te bebiste despacio, gota
a mordisco de azucenas
entre labios resecos, pelirrojos,
muy delgados por la cintura
de tu pelo.
El maravilloso silencio
de la escritura, que no te molesta,
se acuesta al azar para no rozar
el largo aliento de este fugitivo,
lleno de escarpadas a domicilio,
de escapadas al mar,
donde nunca te has refugiado,
porque los labios, muy arena,
te impiden orillas mientras,
mientras yo humedezco las palabras
y las desmenuzo en sílabas trabadas
de ti, trenza que no miras al paso,
como un beso llano de esquinas,
de graves lenguas que maldicen
que besas al torcer la esquina donde está nadie.
Ojalá me besara con besos de su boca,
pero no sé beber despacio,
ni llorar lento,
ni comer el pan como no sea de tu cuerpo,
desconozco lo que es una terraza en el estero,
ahora que ya llaman las cenizas a aventarse,
a diluir en la garganta el último trago de las comisuras,
cuando oscurece la noche, y la tarde,
en faldas muy cortas,
enseña su muslo tibio de medias a medias,
trenzadas y ligas con el perfil del aire.
Béseme de besos de su boca,
que propagan las riberas de pestañas
despobladas de bosques de copas,
altas, vacías, sin ti, desamadas,
desanimadas por los espejos,
desparramadas en las uvas sin ira,
de oídas, sordas del maravilloso silencio
de escribirme este beso que describen
Huerga y fray Luis, maestro y discípulo,
tan íntimos con su diccionario,
donde supieron traducir,
no introducir en la correspondiente entrada
tu lengua vernácula,
insistente, resistente, a ellos dos.
A mí, a ti, a la noche desnuda,
a las piedras sin tobillos ni iras:
tu lengua vernácula.
…“-Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, […]”: Quijote II, 74.