Desde que tengo memoria Bogotá fue siempre para mí, fuente de inquietud. Sus distancias interminables de un extremo al otro de la ciudad se me hacían imposibles; su arquitectura novedosa para un joven calentano como lo era en aquella época, esa mezcla de ladrillo y teja rojiza; de paredes blancas contra el intenso azul del altiplano y, muy en especial sus pinos verdes bordeando avenidas o escondiendo misterios en los jardines.
Bogotá se presentaba ante mis ojos adolescentes como un reto novedoso a disfrutar, sobre todo para alguien venido de una ciudad esencialmente pequeña y manejable, como era mi Cali natal en los años de escuela.
En la juventud y cuando ya tenía edad para viajar solo recuerdo haber arribado en muchas ocasiones con un pálpito en el pecho ante la visión de aquella urbe desconocida, difícil, peligrosa.
Ciudad con un aire monumental donde cada barrio tenía varias salas de cine, ciudad a la que había que escudriñar desde el pavimento en caminatas de madrugada por sus calles pavorosas; ciudad vista pero no penetrada en la fibra misma de su encanto.
Todo este preámbulo viene al caso ahora que he descubierto el trabajo de Susana Carrié, fotógrafa que demuestra una profunda afinidad con Bogotá y nos enseña, a partir de imágenes de ensoñación, la belleza y el espanto de la soledad en la urbe.
Desde luego que la ciudad que mis ojos niños vieron no existe ya más en la realidad. Lo que existe ahora y que podemos ver en el trabajo de esta fotógrafa excepcional es la mega-urbe con sus torres rascando la panza de sus azules cielos y sus maravillosos atardeceres de carbones encendidos.
Cada tanto, cuando concentra su mirada en el insignificante ser humano que pulula anónimo por entre sus calles, o reflejado temeroso en espejos de vitrinas relucientes se puede entrever la luz brillante del talento de esta artista.
Las imágenes que vemos tienen la capacidad de transportarnos a un sitio de ilusión - engañoso país presente en el reflejo de una imagen de la que poco sabemos – sobrios retablos en que el desarraigo, la soledad o el ensueño nos hacen pensar que dentro de sus códigos restrictivos podremos hallar un poco de poesía y encanto.
Lo de Susana Carrié, es la exploración de escenas metropolitanas que tendemos a asociar con lo que siempre hemos visto de Londres o Nueva York.
Sin embargo, su gran mérito es que nunca pierde la orientación, su enfoque. Su olfato de artista visual nos demuestra fehaciente que aún podemos admirar la soledad contemporánea en la urbe sin alma y sentir aquel regocijo interno de admirar alguna imagen que creemos perfecta.
Lo suyo es poesía y se extiende desde lo que vemos en el cemento hecho espejo de sus calles, hasta las nubes de una ilusión que deja de ser personal cuando nos sentimos partícipes de ella.
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http://www.flickr.com/photos/susanacarrie/
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