XV
Bajo la luna llena me siento lobo a veces
y aúllo torpemente con el instinto en celo
esperando ver brotar del follaje
a mi depravada loba.
Pero pasa
que el tiempo de los lobos no existe
para este jardín muerto que soy,
de sombras y veneno.
No hay ningún lobo en mí.
Soy sólo un niño huérfano
agitando los brazos y con la voz perdida,
sin indicio de fauces ni colmillos.
Si algún lobo existiera
sería en todo caso el terror de estar solo
en medio de la noche
bajo la luz ciclópea de la luna.
La luna es la gran loba,
la loba primigenia con las fauces sangrantes
devorando la noche.
El lobo
–que no soy–
aúlla
porque exige un bocado
de tan insigne presa.
XVI
Los remedios sagrados
fueron siempre el sustento de la casa.
Mi abuela urdía el mundo
con sus manos de Ajenjo y Trementina.
De sus ojos brotaban los muchachos
después de un parto alegre
y se iban dulcemente a sembrar mariposas en el río.
Nacían siempre en su mejor edad.
Nada había que mi abuela no supiera
desde la previa invocación con Ruda humeante.
Éste deberá llamarse Jarim,
el consagrado.
Aquel Esdras,
escriba de la ley del Dios del cielo.
Neftalí es el nombre perfecto
para un niño de brazos como roca.
Abuela,
curandera de caminos aún no andados,
bautista de la designación precisa,
dame una de tus pócimas
y mi palabra será sana.
XVII
Aquella planicie en la cumbre del cerro
tiene un nombre inmejorable:
“mesa de los espejos”.
Y los espejos de agua intercambian señales
–desde el pequeño lago
que corona su testa de piedra consagrada–
con los mares tranquilos de la luna.
En tiempos idos
hasta ese cráter de agua
peregrinaban indios de todas las regiones
a ofrecer entre hieráticos rituales
sacrificios a la esposa del sol por el bien de las cosechas
o para revestir de fuerza
el nombre de los hijos.
Hoy los espejos de tal meseta milenaria
han perdido su brillo y poder de invocación.
La diosa blanca
mira sólo de reojo a las parejas ofrendantes
de siembras amatorias,
quienes piden que en su incursión erótica
el período lunar del cuerpo de la amada no haya sido fértil
y no broten de aquel volcán en celo
espejos-niños que lamentar.