Otro día que lo pienso: es enervante. Es igual escoger uno u otro. El ambiente marcial y la expresión ceñuda de las cajeras en cualquier supermercado es exactamente el mismo reguero de pólvora en todos lados. Y no te cuento ya las abominables argucias de algunas individuas que a punto están de caer de bruces por el impulso de llegar las primeras a la caja de al lado cuando se oye por megafonía: “pueden pasar por esta otra por orden de cola”. Menuda hostilidad.
Hoy me he levantado con un rasguño en el codo izquierdo, que yo creo que es de la uña de una señora que iba detrás de mí en la cola, y alargó el brazo concienzudamente para plantar su compra por encima de todo y ante todo. Mañana irá cicatrizando, pero hoy está muy tierno y escuece, así es que menos mal que a una le cuesta bastante mirarse el codo de soslayo y no puede estar todo el santo día pendiente del rasguño, porque si no, me da en la nariz que habría cargado al hombro con una escopeta de perdigones que tiene mi padre por ahí, en algún lado, y me habría presentado de esa guisa en el súper, a dar perdigonazos a toda señora con uñas largas. Lo que pasa es que cuando se me ocurre esa clase de ideas descabelladas (que serán descabelladas, pero son buenas), las rechazo ipso facto, porque me doy cuenta en seguida de que pensarían que soy una desequilibrada y me meterían en chirona en un decir amén. Y si me meten en chirona, no puedo ir a comprar yogures al súper. Aunque me libraría de los rasguños en el codo. No sé. Qué disyuntiva. Yogures, rasguño. Rasguño, yogures. Mejor yogures. Sobre todo de coco, que me gustan más que los de las demás frutas.
El mundo de los lácteos. Qué bonito es. Tú, porque no lo conoces demasiado, pero si supieras cuán infinito es el planeta yogurenco, ibas a relamerte de gusto. Aunque lo de verdad extraordinario es cuando se aproxima la fecha de caducidad del yogurt, porque entonces le ponen la etiqueta del 50% y me lo llevo a mitad de precio. Eso suele ser cojonudo. La mayor parte de las veces, no todas. Hay un porcentaje de veces no cojonudas en el que, cuando llegas a caja, te cobran los yogures a precio original, y tú alertas: “Eh, eh, cajera, que tienen el 50%, ¿no lo ves?” Botón de llamada a la encargada reponedora, que viene y comprueba que el 50% no está activado. Pues me lo activas, guapa, –pienso yo– que por algo le habéis puesto la etiqueta y es un reclamo para el consumidor. El cliente manda. Entonces, la tipa se lleva mis yogures a un cuarto oscuro (¿?), y cuando vuelve del cuarto oscuro, vuelve a pasarlos por la caja y me descuenta agradablemente el 50% del precio. Y yo extiendo sobre la mano de la cajera un cupón del establecimiento que me otorga el flamante privilegio de un descuento del 25% en el precio de los yogures (adicional, claro está, al 50% por próxima caducidad). La cajera pasa el cupón por el sensor y me da la cuenta con el precio total. Yo la miro y le digo: “Perdona, me has hecho un 10% de descuento, y aquí dice un 25%”. Y me responde: “Ya, supongo que la máquina lo entiende así. Es que si no, comprende que la tienda apenas tendría ganancias.” Nunca flipé tanto. “¿La máquina lo entiende así? Veamos, los yogures marcan un 50% sobre el precio original, a lo que añadimos un 25% de descuento por un cupón que la propia máquina me ha facilitado en una compra anterior y que tiene vigencia durante todo el mes. Me importa poco si la tienda tiene o no ganancias al respecto. El descuento no lo marco yo. Lo marca el ticket, que a su vez marca la máquina. Así es que si eres tan amable, vuelves a pasar por el sensor los yogures, la etiqueta del 50 y el cupón del 25, y me vuelves a dar la cuenta rectificada y correcta. Eso, o sacaré la escopeta de perdigones que llevo al hombro y cargaré contra ti en lugar de hacerlo contra la señora de atrás, que tiene unas uñas muy largas. Tú misma.” Y así, zanjo el tema. No es por poderoso don dinero, que ya ves tú lo que cuesta un pack de yogures... Es por dignidad propia. Por desenmascarar el disfraz. Por deshacer el entuerto. Por dejar al descubierto la engañosa trama superenca. Vamos, hombre...Si no interesa, no déis cupones, no te jode...
Qué disgusto te da un lácteo en un plis. Con lo rico y sano que es un yogurt... Aunque a algunas personas no les gusta demasiado y se lo dejan caducar en la nevera. Por ejemplo, mi amiga Carol tiene muy pocas puñetas para esas cosas. Menuda es la Carol. Ella siempre nos dice a las demás: “Lo que os pasa es que estáis cargadas de puñetas”. Y ella, de puñetas, nada. Y lo dice, sobre todo, porque nos da no sé qué tomar un yogurt caducado. A la Carol, un día, le tuvo que alertar su hermano de que tenía unos yogures caducados en la nevera. Le dijo: “Carol, tienes yogures aquí que han caducado hace 15 días. Los tiro, ¿no?” Y la Carol: “Ay, no sé...¿tú crees?” Y su hermano: “Sí creo, sí.” Y ella: “Pero, ¿y si están buenos?” Y él: “¡Están caducados desde hace 2 semanas!” Y ella: “Ay, no sé...¿tú crees?” Es la bomba, la Carol. Pero no es la única bombera. Tengo otra amiga, la Patri, que es muy sofisticada para eso de los lácteos. Siempre va y compra yogures de todas clases: con conguitos, con nata, con nueces, con pingajos en aceite...qué sé yo... y lo peor de todo es que se los come. Y se cree que se le arregla la flora esa bacteriense o bacteriana en el acto. Dime tú a mí si los pingajos en aceite restablecen el tránsito intestinal... Eso sí, la Carol y la Patri no necesitan cargar al hombro con una escopeta de perdigones cuando van al súper. Ellas siempre dicen: “Nena, que no te bajen la moral. La moral, como los pingajos, en cierto momento, tiene que subir”. Moraleja: me pillas en blanco, otro día la pienso.