Americanos en París
La place Furstemberg es uno de mis rincones favoritos de París. Sin tener nada destacable, -se compone de una pequeña rotonda con una farola en el centro flanqueada por cuatro castaños-, el espacio rezuma una atmósfera tan acogedora que sientes irremediablemente la necesidad de hacer un alto en tu camino. También en este lugar se desarrolla la secuencia final de La edad de la inocencia. Newland Archer, el personaje que interpreta Daniel Day Lewis, ya anciano, dirige una mirada entre melancólica y resignada hacia la ventana donde vive la que fue el gran amor de su vida. Al final, la figura del caballero neoyorquino alejándose por las callejuelas de esta ciudad extranjera para él, siempre me ha resultado de lo más conmovedora.
Los norteamericanos, que sienten una fascinación particular hacia todo lo francés, (por resultarles, imagino, increíblemente exótico) les gusta de narrar la experiencia sensorial de sus compatriotas viajeros en territorio galo. Y se me ocurren multitud de ejemplos. El pasado año Woody Allen reflexionaba sobre la nostalgia en Midnight in Paris a través de la visita que hacían sus personajes a la ciudad de la luz. Pero no era la primera vez que cambiaba la isla de Manhattan por la capital francesa, pues años antes había realizado similar ejercicio en Todos dicen I love you, aunque en aquella ocasión fue en clave de comedia coral, como homenaje al género musical clásico del estilo de Un americano en París, de Vincente Minnelli.
En mi opinión, el realizador que más empeño ha puesto en reflejar este choque de culturas ha sido James Ivory. Su filmografía contiene tres películas menores que, sin embargo, componen una trilogía fantástica sobre la experiencia americana en París. La primera, Jefferson en París, ilustra el periodo como embajador del futuro presidente de los Estados Unidos en los convulsos tiempos revolucionarios. La segunda, La hija de un soldado nunca llora, es una pequeña joya que retrata la experiencia de una familia americana que tras vivir durante la década de los 60 en la capital francesa, se dan cuenta al volver a América que se han vuelto extranjeros en su propia tierra. Finalmente, en el 2003, dirigió una deliciosa comedia de enredo titulada Le divorce sobre los encuentros y desencuentros de familias oriundas de ambos lados del Atlántico.
Porque la ciudad de la luz ha sido el escenario perfecto para plasmar el amor intercultural tanto en clave de comedia, tal y como hacía Lawrence Kasdan en French Kiss, como en clave romántica al estilo de Antes del atardecer de Richard Linklater.
Reconozco que soy un romántico empedernido, que sumado a mi amor incondicional hacia la ciudad de la luz podría incapacitarme totalmente a la hora de escoger alguno de los títulos mencionados. Sin embargo, si aún así tuviera que decantarme por uno, me quedaría sin lugar a dudas con el conmovedor capítulo que rodó Alexander Payne para París je t'aime. Todo un homenaje a la joie de vivre bajo la mirada solitaria de una cartera de Denver que descubre por primera vez los escenarios parisinos.