En Tarancón, semper, Yeyo
Enviudaba un poquito sobre su corazón,
porque pensaba que había perdido para siempre la noche.
Luis Rosales: La casa encendida
La noche desabrochada, desfogada, ardiendo, de la ira
en bocados desaforados de deseos, hasta tu hueso,
perdidos de humo y jazmín,
rugido de besos
hasta el ruido silente del oído.
Hoy, fuera alba, vestida, hervido, pasado, dormida ceniza
entre espejos desvelados sin pintar, tu boca
por estos ríos de calma escindida,
apagado en las propias yemas
de la vela de la noche rendida.
Has enviudado un poquito sobre tu corazón,
es cierto también que has perdido para siempre la noche,
los ritmos sordos de la noche jubilada, esparcida,
el ávido fulgor de los besos, entumecidos,
el miedo, con goteras, de los años en estalactitas,
la cueva de leones en que te desvives, todo noche,
insomne.
Has enviudado más, entre el humo y el jazmín,
el abrazo y el vapor de los besos a la almohada,
-los besos secos sin dueños-
el olor trizado a lágrima, la venganza de las venas,
los ojos que aún sienten formas, solo ven,
la niebla invisible de los muslos,
la caricia atada al dolor del palo mayor,
la borrasca en corazones atravesada,
el calor del jazmín,
el color del humo,
has perdido.