AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 34 - JUNIO 2012

Aeromodelismo Literario

Luis Arturo Hernández

Autor: Luis Magrinyà. Los aéreos, en Cuentos de los 90. Editorial Caballo de Troya. 2011

Ignoro las razones por las que un determinado libro va a parar a las librerías de viejo o de ocasión y es para mí un enigma cuál sea el cúmulo de circunstancias que precipitan una obra literaria de altos vuelos en el fondo de esas librerías de lance. El caso es que encontré en los años 90 —al poco de publicarse, hace casi 20, ahora que se reedita con Belinda y el monstruo— un ejemplar desportillado de Los aéreos de Luis Magrinyà en la pista de aterrizaje forzoso de una de tales casetas de alguna feria de libros antiguos.

Y logré hacer despegar aquel artefacto narrativo insuflándole el viento sagrado de la lectura, y no porque la obra tuviera que ver con la aviación o los vuelos más o menos literarios, sino porque —con claridad meridiana— aborda el viaje físico y/o metafísico de otros tantos personajes aéreos, etéreos, volátiles, “sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón”, cuya peripecia se narra con una tersura estilística propia de la mejor literatura del conocimiento: no en balde el aire se asocia con “el hálito vital, creador y, en consecuencia, con la palabra”, como afirma Juan-Eduardo Cirlot en su Diccionario.

Las cinco historias—-relatos, cuentos largos o novelas cortas— están estructuradas de forma concéntrica —atmósferas y estratosferas de un universo narrativo a través del que ascienden o descienden los respectivos protagonistas, permanentes mentes en vilo— y muestran en la primera y última sendos personajes masculinos que, por obra y gracia del “eterno femenino”, se transmutan en el elemento aéreo —femenino por antonomasia—.

Así, en El segundo mandamiento el impulso ascensional de Martin Fourbeau se trueca en asunción desde el día en que decide, tentado por El tan enzensbergeriano diablo de los números, profesar en un convento de religiosas, y resulta casi inevitable que sobre- vuele en su lectura, como un globo aerostático, Cómo me hice monja, del transatlántico César Aira, obra posterior, que sin embargo fuerza a una lectura más significativa, del modo en que, según aseguraba Borges, leer a César Vallejo enseña a releer a Quevedo.

De igual modo, no es casual que la resolución definitiva de la doble personalidad de Víctor, tras la prueba de iniciación de manos de su princesa encantada, haya de tener lugar en pleno vuelo —vuelo de la celebración— poniendo fin a las turbulencias de su problema de identidad en el doblemente fantástico desenlace de Naturaleza inhibida.

Idéntica transparencia en la disección minuciosa de las emociones y el discurso de las ideas de los personajes, tan cercano a la novela intelectual, novecentista, deshumanizada  —y viene al recuerdo por asociación un tal Benjamín Jarnés—, se respira en El trabajo y Conformidad, protagonizados por sendas mujeres, seres mediocres, ambas, percibidos a medias, en escorzo y presentados de manera  indirecta, como  si planearan sobre ellas, por un par de varones respectivamente, y que en su aparente inconsciencia de mujeres fatales arrasan con la prepotencia y seguridad de semejantes hombres, esfumándose ante ellos, en pacífico torbellino, porque acaso “quien siembra vientos recoge tempestades”.

Y esa misma fatalidad se encarna en el relato que ocupa el espacio central o ecuador de Los aéreos, Siervos y señores, sutilísima historia que trenza los lazos invisibles de la relación de dominio —sensual y social— entre el mayordomo Armando y las señoras Alves, de final abierto, inacabado —como aquellos inquietantes Cuentos incompletos de  Felisberto Hernández—, de carácter elíptico —con aquella habilidad para la insinuación galante y la recreación de las cristalinas fantasías eróticas y fabulaciones ideáticas fruto de la sensorialidad de obras como Adriana Buenos Aires de Macedonio Fernández—, y de la que el propio Magrinyà se permite ofrecer en Prólogo del autor una breve sinopsis que exonera, según la máxima de Borges, de la necesidad ulterior de redactar la novela. 

Obra fantástica ésta, que explora los mundos imaginarios posibles en las mentes de los mortales que aspiran a levitar a un par de palmos por encima del resto de los terrestres, con un estilo de ingrávida densidad, tan invisible como oxigenante, como ese ozono que respiramos—“superado, adelgazado, como la misma materia de nuestra libertad”, según Nietzsche—, etéreos modelos de escritura —acrobacias de papel y ejercicios literarios de aeromodelismo— que apuntan hacia la narrativa del Río de la Plata —recordándonos a Hernández y Fernández, compañeros de viajes astrales de este Tintín mallorquín—.

Cuentos de los 90

 

 

 

 

© Agitadoras.com 2012