La escena que abre la película Medium Cool, (1969) del director de cine Haskel Wexler, no podría ser más brutal sobre la forma como percibimos y digerimos con pasmosa velocidad, a partir de la ‘estética visual del tabloide’ -por llamarla de alguna manera- los terribles eventos que la vida diaria nos depara en cuanto a desastres y tragedias.
En ella vemos un reportero de televisión en compañía de su sonidista filmando el resultado de un accidente de tránsito temprano de mañana en Chicago. El camarógrafo filma el cuerpo exangüe de una mujer expulsada fuera del auto por el impacto, bajo un puente segundos después de chocar.
El sonidista graba sus débiles quejidos cual si lo que tienen frente a sí fuera tan normal como quien ve llover desde la cómoda poltrona de la sala. Ni camarógrafo ni sonidista tienen la menor intención de ayudarle o aminorar su sufrimiento.
El único interés ostensible en todo el asunto es grabar visual y auditivamente a la víctima con un desinterés rayano en lo criminal y un acentuado gusto por el morbo.
Acto seguido regresan al auto, guardan su equipo en el baúl del coche y finalmente, una vez acomodados y a punto de partir, llaman a la oficina para que les envíen un mensajero a recoger el metraje de la cámara y la cinta de sonido. Por último recuerdan que la mujer debe estar a punto de morir y piden a la operadora que llame una ambulancia para asistir a la herida. Parten y ruedan los créditos con música de fondo. (http://www.youtube.com/watch?v=T5aE70IP0I0)
Todo este preámbulo viene al caso al revisar la carrera fotográfica de Enrique Metinides, (Ciudad de México, 1934) ahora que su estrella ha ido en ascenso en galerías de arte en Europa y Estados Unidos. Su arte es el resultado de haber tomado fotografías durante cincuenta años para las páginas rojas de diarios en la capital mexicana.
Desde los doce años formó parte de la prensa en Ciudad de México, fotografiando hechos de sangre. Sus imágenes ilustraron medio siglo de accidentes (de coches, autobuses, trenes, aviones); tragedias personales (suicidios, asesinatos, incendios, balaceras); o hechos naturales que ocasionen muerte y desolación como inundaciones o temblores de tierra.
No admite comparación con Weege, el gran fotógrafo noir de Nueva York, famoso por sus imágenes captadas en escenas de muerte, siempre a bala, producto de venganzas al estilo de la mafia italiana en las calles del Bronx.
Metinedes es inocente, en la acepción naïve del concepto, y su juego estético está en lo que rodea la escena principal de sus desastres. Lo que él preserva en sus placas son retablos, puestas en escena cuyo sitio preferencial lo ocupan vecinos curiosos que fascinados miran cuasi-hipnotizados directo al lente de su cámara.
Vale la pena explicar que también son el reflejo de una época ya lejana que nada tiene que ver con los cuerpos ahorcados o mutilados que inundan la prensa amarilla de hoy en el país azteca.
En la actualidad abundan sin recato los descabezados y desmembrados que cuelgan por debajo de los puentes en ciudades afectadas por el crimen relacionado con el tráfico de drogas; una tendencia que ha venido proliferando estos últimos años como quien regresa a la edad media –los descabezados, quiero decir.
Metinedes es, a más de cronista de crimen, una especie de gentilhombre de la calle y sus accidentes. En sus imágenes abundan las multitudes de curiosos y panorámicas de ciudades que fueron y ya no son, y modas de utilería que incluyen autos y arquitectura pasadas al olvido.
Igualmente no nos mete la sangre derramada por los ojos, más bien nos deja ver la escena como evidencia de sucesos, que pudieron ser, o no, inevitables, sin la carga innecesaria de quien hace fotografías como quien escribe editoriales prensa.
Su trabajo ha sido mostrado en los últimos años en numerosas galerías que incluyen The Photographers Gallery, en Londres; La Casa de América en Madrid; Staten Museum for Kunst, de Copenhague, Dinamarca; la Galería de Anton Kern en Nueva York y la Central de Arte de Guadalajara, México.
Recientemente y con ocasión de su muestra en Londres, el crítico de fotografía Geoff Dyer escribe en el prólogo del catálogo que acompañó la exhibición en The Photographers Gallery, de esa ciudad: “ La mayoría de las fotografías son posteriores a los hechos (posteriores a un apuñalamiento, a un accidente, etc.), pero el resultado es raramente predecible. Un avión se estrella en un prado y no sobrevive ninguno de los pasajeros. Otro avión realiza un aterrizaje forzoso en la carretera de México-Puebla sin provocar una sola víctima mortal. ¿Qué se puede deducir a partir de las pruebas forenses y artísticas que nos presentan estas imágenes paralelas del peligro? Según Metinedes, un accidente es a la vez evitable e inevitable, puesto que podría haberse evitado de no haberse producido. De ahí surge esa combinación de casualidad y lógica que otros denominan destino. Metinedes no se limita a mostrarnos su apariencia, sino que además nos enseña a reconocerlo. Ahí yace el genio del artista.”