Cada mañana, al despertarme y mirarme al espejo, me veo más cara de Bill Murray, aquel señor triste condenado a vivir siempre el mismo día tonto. Parece como si los periódicos estamparan siempre la noticia de ayer o de la semana pasada, con un rey operado de la cadera después de visitar a un elefante y un rey vuelto a operar de la cadera después de la visita de un jeque árabe. Vamos a salir de la crisis, sí, pero todavía no; es curioso que las altas finanzas se rijan por el mismo principio filosófico de esas tabernas donde un azulejo advierte: “Hoy no se fía, mañana sí”.
Igual que la guerra es la continuación de la política por otros medios, el PP es la prolongación del PSOE en traje de domingo, por eso Rajoy sigue demoliendo lo poco que quedaba en pie, para no dejar las ruinas a medias. Se ve que es más fácil tirar el país abajo y levantar otro nuevo que ponerse a arreglar el estropicio: miren, señores, hay que sanear. Es una tontería conservar los puestos de trabajo que todavía aguantan, con lo caros que salen y lo inútiles que son, mejor empezamos todo de cero y de ahí para arriba, que más al fondo no se puede caer.
Más que el cambio, el PP era el recambio, quién lo iba a decir. Hasta en la política antiterrorista han seguido las indicaciones de Rubalcaba: ya están pensando en un plan para enviar a los matarifes etarras de uno en uno a Hermano Mayor. Un cursillo en que se les enseñe que matar está feo y que hay que quitarse la boina al dictar un comunicado. Antes, cuando se mencionaba lo de acercar presos, los del PP protestaban mucho y se enfadaban un montón y hasta salían a la calle armados de pancartas y de razones, pero ha sido llegar al poder y cambiar de opinión, de razones y de calle.
Lo dicen los índices bursátiles, el Himalaya del paro y las agencias de descalificación: España sigue estancada en el Día de la Marmota y los Bill Murray de la vida nos bañaríamos con la tostadora enchufada para acabar de una buena vez de no ser porque sabemos de sobra que nos despertaríamos en la misma cama, pondríamos la tele y saldría la barba de Rajoy. Medio país se alegra cuando pierde el Barca y el otro medio cuando naufraga el Madrid. Todo es uno y lo mismo, excepto cuando sale una señora argentina de una telenovela y nos expropia Repsol. Entonces nos cabreamos mucho y pedimos una redición de la guerra de las Malvinas, pero ni nos meneamos cuando aparece una valquiria alemana que nos expropia todo lo demás. Es terrible constatar que, al paso que vamos, la última esperanza que nos queda es Aguirre.