El declive de este país en bancarrota y en constante retroceso, está abriendo la veda al caciquismo más rancio.
Están aflorando problemas que creíamos superados. Y mientras millones de ciudadanos luchan contra el desempleo y el pequeño empresario, al igual que el autónomo hace malabarismos para mantenerse a flote, aunque sea de modo precario, las grandes empresas, los titanes del comercio, muchas cadenas de tiendas low cost y de aquellas dedicadas al ocio, el juego o la hostelería, ven el camino abonado para el resurgir de métodos olvidados, renaciendo , como los nuevos mercenarios, a merced de los cuales se encuentran los trabajadores, que necesitados de empleo, ven como sus derechos son día a día vulnerados, hasta casi su extinción, observan como sus condiciones laborales empeoran y aprenden a trabajar bajo la amenaza constante del despido, subyugados al oprobio y obligados al mutismo.
Los empresarios, no tanto por necesidades contables, sino a menudo por ahorrarse unos sueldos, reducen la plantilla a su mínima expresión, exigiendo eso sí que no descienda el rendimiento, ni la productividad, para que sus cifras cuadren, así cada empleado, asume de la noche a la mañana, las tareas de al menos dos personas más.
Las jornadas laborales se alargan de ocho a diez o doce horas , y el pago de horas extra desaparece.
La polivalencia que demanda la empresa, se traduce en ocasiones, en escenas impensables, de tinte casi cómico, como jornadas, en las que una administrativa ejerce también de camarera, o un encargado de almacén hace las veces de montador de muebles y jardinero, supliendo, los puestos vacantes.
Es el tres, por el precio de uno, que se ha puesto de moda en las multinacionales y empresas de gran inversión.
Los sueldos lejos de subir, ante el aumento y diversificación de las tareas a ejecutar, disminuyen, mermando los ingresos en los hogares y haciendo imposible la conciliación familiar.
El personal se contrata con una categoría, una o dos veces inferior a la ejercida, ahorrando mucho dinero al empresario/mercenario.
Si se tiene la desgracia de caer enfermo, al recobrar la salud, el empleado es premiado con el despido, alegando por ejemplo bajo rendimiento. Así las oficinas, y comercios se llenan de personal sorbiendo mocos, con miradas febriles y carreras al wc, aumentando exponencialmente las posibilidades de contagio, pero la propagación de un virus es, en última instancia, preferible al despido.
El festivo ínter semanal paso a mejor vida hace tiempo. Y los dos días de descanso consecutivos dejaron de serlo también hace mucho.
Un capítulo a parte, merece el nuevo proceso de selección de personal de estos carroñeros del infortunio, que como ha pasado siempre, aprovechan las desgracias globales, para enriquecerse a costa del más débil y dejar salir al opresor que llevan dentro.
Decía, que en los nuevos y escasos procesos de selección de personal se manifiestan cambios significativos y alarmantes.
Entre ellos y como tantas veces a lo largo de la historia, la mujer vuelve ha ser objeto de discriminación. Sobre todo aquellas, que estamos en edad de procrear, aunque sea de modo tardío.
Que a las embarazadas no nos dan trabajo, es un hecho, pero las que pudieran decidirse por la maternidad, están en su punto de mira, porque estas empresas grandes, no ponen a nadie para cubrir, la baja por maternidad, ni la reducción de jornada, así que los propios encargados de plantilla las quieren fuera. Y desde recursos humanos se desaconseja su contratación.
Para poder discernir quién supone un peligro, se incluyen en las entrevistas, preguntas, como si vives en pareja o si tienes pensado tener hijos.
Y como si de elegir menú en un buffet se tratara, se selecciona a las personas, a menudo con una falta de criterio que hace que las cosas pierdan el poco sentido que les queda.
Así los licenciados, que no huyen a países con mejor economía, con proyección de futuro y respeto por el individuo, ven los puestos de trabajo para los que arduamente se han formado, vetados y accesibles sólo a los hijos de, como pasaba antaño y como siguen ejerciendo la clase política y los componentes clasistas de la alta sociedad, que como dice el refrán, quién tiene padrinos se bautiza.
Y aquellos que han forjado su currículum a base de largas jornadas, de años de experiencia y cartas de recomendación, ven como sus trabajos en panaderías, mercados, talleres o almacenes, son ocupados por licenciados, que no han encontrado otra cosa. Y es que desde recursos humanos, han decidido, que si pueden elegir, mejor con título, aunque no se requiera.
Un despropósito que agrava una moral colectiva atenazada, en una sociedad en la que sólo los nuevos mercenarios de la quiebra, salen beneficiados.