Lo más complicado de la muerte
no es morir,
sino acostumbrarnos a que el mundo
se las arregle sin nosotros,
que ni siquiera perciba
nuestro sillón vacío,
el polvo en nuestros libros.
Lo triste es añorar,
-debajo de la tierra
o zumbando en el aire-
el beso de los buenos,
la taza de café,
la balada de amor,
o el ardid asesino.
Lo maravilloso es
que entre tanto despojo,
nos abriga el recuerdo
de ausencias que sentimos.
Solo algo consuela:
el corazón del grillo
en la palma de Eos.