Una lección de diplomacia
Hace unas pocas semanas visitaba nuestro país el vice-presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Alguien comentó si no sería una especie de desagravio por la cancelación de la anhelada visita de Obama con motivo de la presidencia española de la Unión Europea. Como si personas tan poderosas y ocupadas dieran una puntada sin hilo o viajaran de trámite. Nada más aterrizar, el vice-presidente hizo expreso su deseo de visitar la base en donde se forman los soldados españoles que guerrean en Afganistán, cuya contribución al esfuerzo aliado se había visto incrementada recientemente por decisión del Gobierno. A la semana siguiente, el presidente Rodríguez Zapatero recibía una cordial llamada del presidente Obama en la que éste le urgía y al mismo tiempo le confortaba, comprensivo, ante el difícil e impopular recorte del gasto al que se había visto forzado y que se hallaba a punto de anunciar.
Un boost para el ego
Y así, de pronto, uno se da cuenta, de que España importa; vaya si importa. ¡Pero si somos capaces de poner patas arriba al taimado imperio financiero global! ¿Y es que tanto dinero debemos? ¿Hasta ese extremo se nos fue la mano en los tiempos de vacas gordas que tiemblan los mercados sólo con la deuda española y obligamos a los líderes mundiales a reunirse de forma apresurada y, de alguna manera, a ponerse de acuerdo? ¿No tendría que ser semejante constatación algo así como un boost o una inyección para el ego nacional? Porque que una sociedad tan desunida y enfrentada como la nuestra esté en condiciones de hacer contener el aliento al mundo -¡Sí, al mundo-, que en estos tiempos de globalización financiera un solo país, ese viejo pero siempre crispado Reino de Taifas llamado España, sea capaz de poner en jaque al sistema internacional, algo así no está al alcance de cualquiera. De entre todas: la británica, la rusa, la china, la norteamericana, la japonesa, es la deuda española la que puede conseguir que implosione todo. En nuestro poder contamos con un arma que haría salivar al malo, más malo, de toda la saga de películas de James Bond. Algo que, si no recuerdo mal, supone un incremento considerable de nuestra capacidad de chantaje al poseer, nada menos, que la llave para el desastre.
Pérdida de soberanía
Aunque, ¿es verdad eso de que está en nuestras manos? ¿La tiene acaso Rodríguez Zapatero, a quien le toca cocerse ahora en su propio liderazgo? Si es así, ¿a qué espera para hacer uso de la capacidad de chantaje que semejante arma le otorga, o como quiera que se denomine ahora al arte de imponer la voluntad de uno en las altas esferas? Pero no, no nos engañemos. Lo que ha sufrido este país en este trance de senderos escarpados es una pérdida de soberanía. La política se la entregamos a Obama –¿Alguien se imagina a nuestro presidente anunciándole un recorte de nuestra contribución en Afganistán, más aún estando tan reciente la visita del vice-presidente? - y la económica la depositamos allá donde quiera que se encuentre quien ha impuesto la obligación y la cuantía del recorte del déficit.
Un nuevo escenario
Bueno, todos decimos (y sabemos) que en los trances difíciles es cuando se comprueba quién es amigo de verdad. Y amigos, amigos, lo que se dice amigos en la escena internacional pues como que no; si acaso, socios. Y los nuestros son europeos. No hay más. Cuando voces tan reputadas como las de Jurgen Habermas, Tony Judt o Timothy Garton Ash alzan sus voces en defensa de una idea que se hizo proyecto pero que no acabó de prender, de ilusionar, ¿no será este el momento idóneo para replantearnos nuestro compromiso con Europa? ¿Estará próximo el momento –una hipotética desaparición del euro y el consiguiente descarrilamiento- en el que no tendremos más remedio que posicionarnos? ¿Tendremos acaso que llegar a semejante extremo o habremos de conformarnos con la ya consabida sucesión de avances a ritmo de últimos remedios? ¿Tan descreídos estamos que ya no hay manera de movilizarnos por nada? ¿No debería algo así sacudirnos la complacencia, el pesimismo, la apatía? Porque a Europa, ¿quién la defiende? ¿Es sólo el interés la que le mueve? ¿Lo aceptamos y ya está? ¿Por qué ningún político, ningún líder, es capaz de abrazar sin tapujos la idea de Europa, como si esta palideciera antes el ficticio fulgor de cualquier enseña nacional? A estas alturas de la partida en que las expectativas nacionales se encogen, ¿no debería ser al revés?
Un nuevo amanecer
Así es que aquí estamos, solos, rumiando nuestras miserias y preparándonos a penar por ellas. Pero hoy que la Historia se forja no ya entablando guerras sino ganando un destacado trofeo de fútbol, pues vete tú a saber. ¿Y si va la desahuciada España y gana el Mundial de Sudáfrica y encima jugando bien? Eso sí que sería un acto de chulería, tú; con bocata de calamares y dos…