Poemas Fetichistas
Román Piña
El piercing de Silvia Saint
Este mundo ha dañado
todo lo que era hermoso.
La trenza de la amada
hubo un tiempo en que nos salvaba
de un caída libre desde el cuerno
de la luna.
Si una vez alcanzamos el placer más extremo,
el único trofeo nos convierte
en ladrones de joyas:
el diamante que lucen los cerrojos
en los ombligos
es la china en el zapato del amor.
Buscamos esa muerte secretada a las puertas del sexo,
y vemos que ha sido rasurada.
El cambio climático ha esquilmado
los montes de Venus: eran huesos
pero daban oxígeno y verdor a nuestro miedo.
No hay memoria del éxtasis
en la piedra tallada y en el metal precioso,
sino en el vello púbico cortado con temblores
como un ticket para el viaje incierto.
La barandilla de Pinilla
Ramiro se levanta cada día
sin saber si la playa de su infancia
sigue siendo accesible a sus piernas
y a su memoria.
Un amigo le ha puesto en la escalera
a las puertas de casa,
barandilla robusta de madera de teca.
Es demasiado, dice, no hacía falta tanto.
Pero su amigo quiere que la mano
de Ramiro desgaste la madera
muchos años felices.
Él nos habló del roble del origen del mundo,
y de la higuera como una condena.
Un día perdió el pelo,
luego vio que desnudo se sube más ligero
por riscos y venganzas.
Tal vez lance la boina a los arbustos
antes de acariciar la barandilla
una última vez, en la recta final
hasta su paraíso, la playa de Arrigúnaga
y su madre, tras la puerta.
La madera que sigue respirando
le hablará del calor de los amigos.
El acordeón de Julieta Venegas
Puedo ser
delicado y esperar,
darte tiempo para darme
todo lo que tienes.
Pero la verdad es que me conformo
con el acordeón, porque ya goza
tus dedos ubicuos y el vaho de tu voz,
tu abrazo y las correas
que lo metabolizan
como un latido más sobre tu pecho.