La Vie Secrète des Femmes
María Aixa Sanz
Los trasgos viven dentro del hueco de los árboles. Salen de ellos con el objetivo firme de observar como va el mundo. Contemplan cada día: las mañanas y las tardes, el ocaso del sol y la salida sorprendente de la luna. Por las noches se meten en las camas de las hembras de los hombres, allí encuentran desde mujeres apasionadas y viajadas hasta doncellas puras que se ruborizan. Los trasgos les susurran palabras al oído, los trasgos recorren sus cuerpos, y a veces el hombre que acompaña su lecho las oye lanzar un gemido de placer mientras duermen. Al día siguiente ellas recuerdan de manera febril como poseídas por una extraña locura que no entienden, los placeres de la noche anterior, pues los trasgos son traviesos y conocen todas las artimañas para darles placer a las mujeres, ya que reúnen la sabiduría de todos los hombres del mundo, la magia de los árboles, los anhelos de las hembras y la sensibilidad de sus pieles.
Algunas recuerdan la noche anterior con todos sus matices en un idioma distinto como el francés, otras se sienten estremecer por la noche pasada al golpearlas el aire fresco de la mañana, a algunas la lluvia del amanecer les provoca lágrimas sin un porqué y al rato sienten unas inmensas ganas de bailar y a otras ver aparecer la luna les hace aflorar la risa de manera casual sin comprender.
Los trasgos recorren sus cuerpos en mitad de la noche y les susurran al oído el nombre del amado amante que tendrán en el exilio, les descubren el más oculto de sus secretos, imitan la voz de su caballero, les muestran los ojos del hombre que será su perdición y su debilidad, descubren para unas los paraísos no conocidos, recuperan para otras los paraísos vividos y olvidados. Los trasgos son los únicos que conocen la naturaleza de las mujeres, de que material está hecha su sensualidad, cual es la palabra secreta para despertar su erotismo y su voluptuosidad. Los trasgos recorren el cuerpo de las mujeres en noches de luna llena y éstas andan por la vida mirando a los ojos de los hombres que encuentran más bellos, intentando adivinar si detrás de esos ojos, si debajo de la piel de esos hombres se esconde un trasgo. Todo por pudor. Todo por sentir vergüenza y no quererles preguntar directamente, con franqueza, con sinceridad: ¿Eres tú un trasgo?