Gacela Primera: del Amor Imprevisto
Lullu
“No estoy herida señor, sino muerta” le dice Orlando al aventurero Shelmerdine después de conseguir escapar del laberinto. “No estoy herida señor, sino muerta” me digo a mi misma cuando despierto al lado de alguien con quien he pasado la noche y compruebo que mi corazón sigue blindado.
El amor me acosa por todos los flancos, el amor me rodea y me pregunta, me pide mi opinión y luego se esconde, o sigue su camino.
Hoy no hay entrevistas en la agenda, hoy me voy a sumergir en el mundo eficiente del proletariado organizado. Tengo cita con un abogado de un sindicato para presentar una reclamación en el INEM. Me han visto pinta de rica y me han denegado la prolongación de la prestación que en teoría me corresponde. Es una forma de hablar. Dicen que tengo rentas familiares y que no cumplo los requisitos. “No se dejen engañar, señores protectores de esta marea humana de desempleados, que mi trench no es de Fendi sino de Zara y de hace varias temporadas, lo que pasa es que soy resultona. Pero no es mi culpa, es herencia materna”. A los señores del INEM no les puedo explicar que los asuntos de familia son asuntos de familia y que yo navego sola y estoy a punto de perder mi barco. Lo sé, es un argumento demasiado abstracto. Presentemos el recurso con el abogado y ya está. Me cojo el 27 y me bajo hasta Lope de Vega. Hay un sol radiante y el día marcha despacio y tranquilo, deslizándose entre los gigantes edificios de color gris. A mi me viene a la memoria la mañana todavía reciente en la que mi amigo el Autor y yo cruzamos Kreutberg a pie hablando del amor. Mi amigo el Autor habla mucho del amor. “Yo lo que quiero es volver a estar enamorado” me dice. “Pero si tienes un trabajo muy chulo y además te pagan muy bien. ¿Para qué quieres enamorarte?" le pregunto yo. Y él me mira pasmado, como intentando decidir si soy un monstruo, o simplemente una snob más. Entonces me recompongo y me disculpo. “Perdona, es que me acaba de poseer el espíritu de Luis Ciges en Amanece que no es poco”:
-Antonio Resines: Padre, echo de menos a madre.
-Luis Ciges: Ah, pero…¿ no te gusta la moto que te he comprado? Es una moto con sidecar.
Pues yo igual. Mi amigo el Autor dice una y otra vez que quiere estar enamorado y yo solo puedo pensar en que si tuviera una moto echaría a correr kilómetros, y el amor, si quiere, que venga. A ver si me pilla.
El edificio del sindicato es realmente feo y deprimente, y todo el mundo viste fatal. Ya está otra vez aquí mi peor yo. “ Shut up bitch!” Le increpo a Lullu-diablillo “¿No ves que nos van a echar a patadas del edificio si te escuchan y en el banco solo nos queda líquido para los dos próximos meses? Necesitamos su ayuda” me apoya Lullu-angelito. “Dios mío, ese tinte de pelo color berenjena es realmente terrible” reconoce Lullu-angelito cuando llegamos a la puerta de la asesoría de Seguridad Social. “I told you” se reafirma complacida Lullu-diablillo “I can´t figure out where she got those trousers. They are the same color than her hair”. La señora del outfit berenjena me dice que espere unos minutos, que está atendiendo a unos señores. Los señores son dos. Uno con gafas Trotsky y voluminoso jersey de lana y otro con gorra de marino y parca de color militar con algunas calaveras cosidas en las mangas.” Búscate un buen abogado, y que sea socialista. Pero no socialista como Zapatero” le dice el de las gafas Trotsky al de la gorra de marino. “Hay que joderse. Nosotros tenemos que apretarnos el cinturón para ayudar a Botín y a su puta madre y en cambio yo no tengo derecho a la pensión por discapacidad que me corresponde. Vaya socialismo de mierda.” le dice el de la gorra de marino al de las gafas Trotsky. Madre mía, pienso, como está el patio. Quizá debería darme la vuelta e irme de puntillas, pero justo en ese momento la señora berenjena me llama y me hace pasar al despacho del abogado no sin antes darme un repaso de arriba abajo. Menos mal que ayer estuve viendo Yo, Cristina F, y por eso hoy me he fabricado un estilismo yonky-cool, con calcetines y tacones incluidos. Muy buena pinta no tengo. Con mucha imaginación a los señores camaradas les pareceré un poco friki, pero no creo que vayan a pensar que soy una intrusa. “Don´t worry” me dice Lullu-diablillo “this people are not aware of all the rubbish you have in mind. They have serious things to think about. You know. Come back to Earth, sweetie”. Así que le expongo mi caso al abogado, presento la documentación y lo dejo en sus manos. Y después cojo un taxi junto al Jardín Botánico para ir a dar mi clase de coche. Me recuesto en el asiento trasero y me dispongo a disfrutar. Recorrer la Castellana en taxi es uno de los pequeños placeres que me depara esta ciudad. Me gusta mirar los edificios y la gente desde detrás de la ventanilla, y observar al taxista por el espejo retrovisor. Este es la versión Leganés del Paul Newman de Dulce pájaro de juventud. Tiene la piel bronceada en el cuello y en la cara, y algo estropeada para su edad. Y las manos parecen ásperas, con las uñas mordidas y un poco sucias. Pero es muy guapo. Sus ojos son como dos aguamarinas, tiene el pelo fuerte y rubio ceniza, y una sonrisa bonita. Cuando llegamos al final del trayecto me dice que son diez euros con veinte. Le alargo el billete y le digo que tengo los veinte sueltos. Y cuando dejo la moneda sobre su palma él cierra levemente la mano y siento su tacto. Sutil pero clara su intención. Ha inclinado el monte de Venus y cerrado un poco la mano para tocar la mía. He sentido su tacto leve en la palma y el roce en la punta de los dedos, y le he dejado hacer. He depositado la moneda y he mantenido un segundo la mano sobre la suya. Y después he abierto la puerta del coche y le he dado las gracias. “Que tengas un buen día” me ha dicho. “Igualmente” le he contestado. Detalles así hacen que te enamores de la ciudad. Este es el tipo de amor que necesito, he pensado. Sin ningún peligro. Un amor que pasa tan rápido que no da tiempo ni a mirarlo pasar. Creo que estoy a salvo.
Como aún falta un poco para que empiece la clase me meto en el Vips más cercano, escojo un libro al azar y me pongo a leer “Se llama Lolita Palma y tiene 32 años, edad en la que cualquier gaditana medianamente lúcida ha perdido toda esperanza de casarse. En cualquier caso, el matrimonio no es, desde hace tiempo, una de sus principales preocupaciones. Son otras cosas las que la inquietan…Niña de la mejor sociedad…Educación moderna…habla, lee y escribe inglés, y se defiende en francés…lástima que se haya quedado soltera”. Levanto la mirada del libro y me quedo pensativa. Es curioso, me digo, este señor no me conoce de nada, pero aquí estoy, en sus páginas. Y cierta ensoñación romántica me coge por sorpresa y me envuelve unos segundos. ¿Dónde andará ese corsario mío? ¿En qué mar del norte, del sur, del este o del oeste estará enredado? ¿Y si no llego a cruzármelo nunca? Daría lo que fuera por toparme con él ahora mismo. Y las mariposillas de este sentimiento imprevisto vienen a ponerme incómoda al darme cuenta de que no estoy a salvo de nada, y mucho menos de sentir. Por una fracción de segundo reconozco mi deseo oculto. Y luego cierro el libro de golpe, me sonrío condescendiente conmigo misma y me devuelvo aliviada a la realidad. Anda, tontita, que eso solo pasa en los libros. El paseo en coche durante una hora por el norte de la ciudad me deja nikel para la tarde. Sesteo, leo, escribo y trabajo un poco. Pero no va a ser tan fácil, pequeña, no vas a escapar así como así. Porque me descargo una película de una de esas páginas que quieren cerrar y aquí viene el segundo imprevisto del día. Otra vez las mariposillas molestonas y un amago de respiración agitada. Casi al final de la película, Joaquin Phoenix se acerca a la barandilla que separa el paseo de la arena en Brighton Beach. De repente la imagen me atrapa y siento un pequeño mordisco en el estómago. Tengo la mirada clavada en la esquina superior de la pantalla. Un toldo azul con grandes letras blancas anuncia Tatiana Grill. No puedo apartar los ojos del toldo y vuelvo a perder la conciencia de la realidad. Hace nueve años yo estuve una noche sentada en esa terraza escondiéndome de una cita. Un chico venía a verme desde Europa y yo pensé que algo muy fuerte debía mover a aquel chico para venir desde tan lejos a citarse conmigo. Así que me quedé quieta en aquella terraza, rodeada de mis compañeros de clase y de algunos profesores, mirando el reloj constantemente, sabiendo cuándo y donde me esperaban, pero sin moverme de allí. Luego bajé caminando con el resto del grupo hasta Coney Island y me monté en la montaña rusa y grité muchísimo agarrada al brazo de un compañero de clase. Llegué cuatro horas tarde a la cita. El chico estaba asustado y temblaba. Pensó que había cruzado el Atlántico para verme y que nunca me encontraría. Y que estaba allí solo y perdido con su ímpetu y su error. Tuve que tumbarme encima de él, en mi pequeña habitación de Alumni Hall, para que entrara en calor y dejara de temblar. Después vinieron sentimientos muy muy profundos. Aun no sé por qué hice aquello, por qué me retrasé a propósito. But with a little effort, I still can feel his heavy breathing.
El día va llegando a su fin y yo, por la noche, me reúno con los amigos en el Molly Malone para ver el partido. El ambiente es sensacional. Pintas que van y vienen. Chicos y chicas con camisetas y bufandas del Atleti cantando. Todo el mundo anima a su equipo. Y una buena parte de mi gente está entre ese mundo. Junto a mi viene a sentarse un jovenzuelo, amigo del hermano pequeño de mi amiga la del martillo. El chico me ofrece cigarrillos, me da de beber de su pinta y me pregunta qué tiene Quique Sánchez Flores para que cada vez que le enfocan le grite guapo. “Que le sienta muy bien el abrigo y que una vez le dio un ataque de risa en un rueda de prensa y me cayó muy simpático” le contesto. Cuando termina el partido el grupo decide cambiar de bar. Cruzamos San Andrés y llegamos al Evaristo. Atmósfera de club con tonos rojizos, muy buena coctelería y muy buena música. El chico es muy atento conmigo pero yo no le echo cuentas. Tiene la cara como el culito de un bebé, qué puedo decir. Estos días no juego al azar. No me arriesgo mucho, aunque reconozco que vengo necesitando un abrazo profundo desde hace algún tiempo. Uno de esos de everything is gonna be all right. No tiene porque durar más de 30 segundos, a lo sumo un minuto, y después ya cojo fuerzas y sigo yo sola. Un abrazo así es difícil de conseguir. Pero mira por donde el chico con la cara de culito de bebé sabe dar ese tipo de abrazos. Tercer imprevisto. La noche ha avanzado bastante y vamos un poco finos, eso es cierto. Pero de repente me encuentro en su abrazo, sostenida, y me susurra cosas al oído. Cosas que significan everything is gonna be all right. Y yo me quedo muy quieta y le escucho. Después cierran el bar, cada uno se va a su casa, y en la glorieta de Bilbao me pregunta “¿Estás segura de que no quieres que te acompañe a casa?” “No, muchas gracias, vivo aquí al lado”. Y me vuelvo sola pero me traigo su abrazo conmigo.
Esta semana he leído en tres medios diferentes que Damien Hirst, James Gray, Agustín Fernández Mallo y Manuel Vila dicen, con palabras diferentes, que es el amor lo que mueve el mundo. El amor me acosa por todos los flancos. El amor me rodea y me pregunta, me pide mi opinión, y luego se esconde o sigue su camino.
Sí, lo admito. “No estoy muerta, señor, sino herida”. Y ahora me voy a la cama. Para nadie se queda hoy el perfume de mi oscura magnolia.