Si hay una novela, entre las que se han aproximado al tema del terrorismo en Euskadi durante este primer decenio del siglo XXI, que aúne ética y estética en la indagación de los mecanismos que desplazan la culpa del asesino a la víctima ésa es El ángulo ciego.
A partir de La novela -de lo que pudo haber sido y no fue a causa del miedo- escrita por Martín, hijo de un escolta asesinado por Eta, la donostiarra Luisa Etxenike traza el proceso de rehabilitación ética de un joven carcomido por la cobardía y su rearme moral gracias a la entera fortaleza de su madre, Miren, en una meta-literaria Versión original.
El acto de justicia poética –la audacia de dar un susto a los cómplices de los asesinos y transferirles, por unos instantes, su miedo simbólico- con que Martín conjurará el odio al padre amenazado -provocado por su miedo de adolescente- y su consiguiente fuga a Francia precede, en el la estructura del relato, al regreso al hogar y reencuentro con la madre, de donde saldrá la catarsis del sentimiento de culpa que lo llevó a inventarse un pasado huérfano de padres y una biografía de impostor ante su compañera sentimental.
Y esa complementariedad entre la “mentira” –“La novela mentirá”- y el Cómo se hizo –Versión original francesa-, que jugando cervantina/mente con dos niveles de realidad distintos hace más verosímil el metaliterario –también ficticio-, se compadece bien –y nunca mejor dicho- con la necesidad de recomponer su mundo íntimo, de reconciliar a madre e hijo en la memoria de la víctima, de llenar de sentido al hueco de la ausencia, de cerrar un círculo redondo como la pelota que constituía la afición esencial del padre.
Con su característico estilo lacónico, cortante, paratáctico, de pelotari que hace frente al frontis de la infamia, y un lenguaje que, lejos del costumbrismo, homogeneiza todas las voces bajo la lucidez clasicista –casi un velo de celofán- que irradia el estilo cerebral del yo narrador-autor/a, Luisa Etxenike hace un ejercicio de introspección en emociones que afloran hurgando en el lenguaje, al hilo de la acción –retenida en secuencias breves como tantos de un partido-, en un glosario –“Retener”, por ejemplo- en que se explora la red de ramificaciones de la connotación, las conexiones del sentido – o el sinsentido- de las palabras –en los wittgensteinianos límites verbales del conocimiento-, en pos de una hermenéutica que haga posible reconstruir en ellas la heideggeriana “casa del Ser”.
Y es ahí, precisamente en esa “literatura del conocimiento”, donde irrumpe lo poético en el simbolismo que trata de nombrar el mundo interior – “el ángulo ciego”, “ese punto que el retrovisor no consigue cubrir”, que permite escapar por un rato del perseguidor y da título a la novela; y afecta al campo asociativo de la vista en “Asaltar la mirada”, “te roban los ojos”, o “como si los buitres del miedo ya volaran cerca”, que anticipa ya la simbología de Ojos que no ven, más reciente novela sobre el tema, de González Sainz-; o en el que lo hace proyectando dimensión simbólica en los objetos reales cotidianos –“la ventana”, “la mano que siente”, “la ropa blanca”, la secreta pelota vasca del padre-.
MAKING OFF: VERSIÓN ORIGINAL SUBTITULADA
Novela metaliteraria, pues, que reconstruye la reelaboración de experiencias de lo real en lo ficticio merced al simbolismo y de autoexigente rigor intelectual en la disección de la perversión de las emociones provocada por el miedo pánico -del ser espiado a expiar la mentira mediante la autenticidad de la ficción-, en lo estético; y de la dignificación de la memoria de las víctimas del terror, del exorcismo de su culpabilidad –“La culpa no es nuestra. La culpa es de los asesinos y sus cómplices (…)”- y el compromiso -literatura engagée, sí- contra la violencia –“Todos tenemos que hacer algo para enfrentarnos a los asesinos, (…). Cada uno tiene que hacer lo que sabe hacer, lo que mejor hace”-. Y, por último, de esa reconciliación de las víctimas consigo mismas en el reconocimiento y la verdad –porque “vivimos en las grandes palabras”, aunque “La felicidad son detalles”-, como lo atestigua el comienzo del rodaje –así se rodó: “Rodando”, como lleva por título una secuencia del “guión”- de un testimonio en vídeo que, con otra nueva perspectiva y pasándole la pelota a otro pelotari donostiarra, pudiera subtitularse La otra pelota vasca.
Gracias, Luisa, por haber retratado así nuestra debilidad, porque “Cada uno tiene que hacer lo que mejor hace. Tú con tu libro; otros con lo suyo, con su trabajo o su actitud”.