He de reconocer que tras el casi inevitable tributo juvenil al género, la novela negra no ha conseguido después, salvo excepciones muy contadas, atraer mi atención de lector. Si alguien me preguntara, diría que esa maldad humana que viola la legalidad y con la que a base de ingenio pueden construirse relatos absorbentes, se me antoja en realidad cándida ante el mal esencial y fundamental, sistémico, que nos rodea en esta sociedad. Desde mi perspectiva, se plantea un problema que podríamos llamar de desenfoque, y tal vez eso explique lo esporádico de mis incursiones, motivadas más que nada por el interés que en sí pueden despertar algunos autores que la cultivan.
Y este es el caso, sin duda, de Joaquín Lloréns. Soy lector habitual de sus artículos, primero en Espacioluke y ahora en Agitadoras , y siempre me han sorprendido su visión sagaz de la realidad y sus comentarios incisivos sobre la literatura que cae en sus manos. Encuentro en las suyas, además, una afinidad con mis propias opiniones a la que no estoy acostumbrado y que me hace acercarme siempre a lo que sale de su pluma. Al saber que es autor de una serie de novelas negras no pude dejar de sorprenderme y barruntar que algo interesante iba a aportar al género. Y en la preceptiva elección de un protagonista, que optase nada menos que por una mujer joven y sensual, dispuesta a hacer uso de todas sus armas, era todo un hallazgo. Leí con gusto hace tiempo la primera entrega de la serie y aquí me gustaría hablar brevemente de la segunda, que acaba de aparecer en las librerías.
Amor envenenado nos sumerge sin contemplaciones en una trama de corrupción, amor y muerte que se desencadena en una ciudad del norte de España. Beatriz Segura (investigadora licenciosa) acude a investigar unos misteriosos robos de dinero B en una empresa inmobiliaria y acaba teniendo que enfrentarse con una cadena de asesinatos. Desfilan ante nosotros vendedores, informáticos, ejecutivos y secretarias, guardias civiles y detectives privados. Entre ellos acecha un asesino. La novela, magníficamente construida, alterna los relatos de Beatriz y Ramón, el guardia civil encargado del caso, y a través de múltiples peripecias, por Cantabria y Ámsterdam principalmente, nos lleva de la mano hasta un desenlace inesperado en el que peligra la vida de la intrépida Beatriz. Como no podía ser menos, dado el carácter de esta mujer, la narración está salpicada de variadas experiencias sexuales, que son presentadas con el detalle que merecen.
La prosa se ajusta ágilmente a las necesidades del relato, minuciosamente descriptiva en los momentos de tensión, y con un lugar siempre para el comentario y la reflexión inteligentes. Hay también momentos para el humor, como en las relaciones agridulces entre Ramón y Beatriz. Los personajes son de carne y hueso y el final cumple las exigencias más rigurosas, con un asesino del que nadie hubiera esperado tan siniestro papel. Una magistral novela negra en fin de la que los amantes del género van a disfrutar. A los que, como yo mismo no lo son, se les aconseja que hagan una incursión en este caso, justificada por los méritos puramente literarios de la obra. No van a salir defraudados.
La conclusión del libro nos deja el regusto clásico del género con su satisfacción de misterios resueltos y el espanto de asomarse a las comarcas más oscuras del alma humana, pero a mí me ha provocado también una reflexión que podría resumir en una frase: “el crimen como metáfora de la vida”. Internándome de la mano de Joaquín Lloréns en esa atmósfera crapulosa de la alta sociedad, que él tan bien sabe describir, me ha asaltado una sensación profunda de novela negra que hace en realidad casi innecesarios los asesinatos. Vivimos en un mundo en el que la corrupción es sistémica y fundamental en muchos ambientes, y saber reflejarlo con meridiana claridad es para mí uno de los mayores méritos del libro.
La mejor literatura enriquece siempre nuestra visión del mundo, y esta obra de Joaquín Lloréns cumple este objetivo mostrándonos una sociedad que es la nuestra aunque no lo sepamos, una sociedad de cuentas B, de paraísos fiscales y robo institucionalizado, una sociedad donde el crimen aparece con la fuerza de una metáfora para desvelarnos y entretenernos, pero también para hacernos pensar.