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ISSN 1989-4163

NUMERO 14 - VERANO 2010

 

El Espacio que Ocupas en mi Alma

Gilda Manso

En su extraordinaria novela Nuestra Señora de París, Víctor Hugo dice que un tuerto es mucho más incompleto que un ciego, porque sabe lo que le falta.

El protagonista de la historia es Quasimodo, un hombre jorobado y tuerto que vive en una iglesia y que se enamora de La Esmeralda, una gitana bellísima que ama, a su vez, a un soldado hermoso llamado Febo.
Quasimodo carece de belleza, de amor y de un ojo, entre otras cosas. Quasimodo es desdichado debido a esas carencias, y lo que hace notar Víctor Hugo es que es infeliz no sólo porque le faltan cosas sino también porque es consciente de eso. Quasimodo sabe cómo es mirar, y le duele su condición de cíclope. Sabe qué cosa es la belleza porque La Esmeralda la posee en cantidades punzantes, y le escuece la propia fealdad. Sabe qué cosa es el amor porque es testigo de la relación entre la gitana y el soldado, y le destruye el alma que la mujer lo mire con lástima.

Eso de que el saber no ocupa lugar es aplicable a los conocimientos de diccionario, pero nunca al saber como sinónimo de ser consciente de uno mismo. Quien decida navegarse, hurgarse, desenterrar sentimientos arcaicos y sostenerse la mirada debe tener en cuenta que la verdad es cosa de valientes, y que los valientes suelen terminar, a la larga, con varias heridas profundas y algunas, incluso, incurables.
La otra opción es recluirse en el campanario con la solitaria compañía de un par de gárgolas, y no cuestionarse ni mirarse ni asomar la nariz, ni adentro ni afuera. La inacción extrema es un precio justo por una tranquilidad sin goteras. No hay heridas, porque no hay nada.

Quasimodo ya eligió. El saber le pesa como una joroba, otra más.
En Quasimodo hay heridas, porque en Quasimodo hay algo.
Podría ser peor.

 
 

Ibai

Foto: Ibai Acevedo

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