Podría afirmar rotundamente que Félix J. Palma es un extraterrestre, un ser venido de otro planeta que, aprovechando una dimensión de la realidad vedada a la mayor parte de los demás, lleva años escribiendo libros fabulosos y viviendo entre nosotros tan pancho. También podría enunciar mi opinión en forma de titular sensacionalista, tal que así: vuelve el mago del cuento español. De una u otra manera acertaría, sin duda. Porque al lector que aún desconozca las historias de Palma le bastará con leer este libro, el quinto volumen de cuentos que publica, para darse cuenta de que, efectivamente, mucho hay de magia y prestidigitación en estos relatos.
Tras el tour de force que supuso su monumental novela “El mapa del tiempo” hace apenas un año, Félix J. Palma (gaditano del 68 según dice la leyenda) retorna en estado de gracia al género que le dio a conocer y con el que ha obtenido no sólo todos los premios de cuento habidos y por haber en nuestra geografía, sino lectores incondicionales para los restos.
Esta nueva entrega, titulada con el circense nombre de “El menor espectáculo del mundo”, anuncia ya desde su primer magnífico cuento que el autor no se anda con rodeos. El presagio inicial de que estamos ante un escritor tocado por la gracia divina no hace sino confirmarse a medida que avanzamos en la lectura. Una imaginación a raudales, un lenguaje adornado aquí y allá por bellísimas metáforas, un poderío verbal del mejor cuño y el lirismo característico que le ha venido acompañando desde el primero de sus libros hacen de Palma el más destacado autor de cuentos en lengua castellana de los últimos veinticinco años (con permiso de Hipólito G. Navarro).
La cuentística de Félix J. Palma nace directamente del cuento clásico en su intención de subvertir la realidad, viene tanto de la fascinación intemporal de Poe como la de los grandes autores hispanoamericanos. Pero su visión del mundo es tan insólita y sorprendente que también nos recuerda esa capacidad para trastocar los hechos más cotidianos que poseía el maestro Calders (al que, por cierto, tanto debe el primer Monzó). No obstante, todo lo dicho no es sino un burdo intento por ofrecer unas pocas pistas, puesto que Palma es dueño de un estilo tan brillante y de una inventiva tan fecunda que escapa a cualquier comparación.
Seres desencantados, capaces de fingir que todo funciona aún cuando se están meciendo en el filo del acantilado, parejas desgastadas por el uso y el abuso, viejos que intentan distraerse con la muerte ajena, muñecas que abandonan a sus dueñas para escribirles cartas desde lejos, fantasmas que se comunican con sus familiares garabateando mensajes en la puerta de un retrete, y así hasta lo impensable.
Al inicio he tildado a Palma de alienígena de las letras, de criatura capaz de husmear en los mil repliegues del alma humana para fabular con ello y abducir al lector. Me reafirmo. “El menor espectáculo del mundo” no tiene de menor más que ese
provocador adjetivo del título.