Había llegado al lugar de la cita un cuarto de hora antes. Tenía tantas ganas de verla que no pudo esperar más. Se encendió un cigarrillo y absorbió la nicotina, nervioso e impaciente porque ella llegase cuanto antes. Dos pitillos después, ella dobló la esquina y se encaminó hacia él.
- ¿Las llevas? – le preguntó él.
- ¡Cómo para no llevarlas! Llevas todo el día llamándome para que me las ponga.
- ¿Cuánto hace que te las has puesto?
- Justo antes de salir, más o menos media hora.
- ¿Y?
- Están bien.
- ¿Sólo bien?
- Da gustito al andar.
- ¿Te sientes excitada?
- Se puede decir que sí.
- Yo lo estoy mucho. Estar junto a ti, caminando tranquilamente por la calle, sabiendo que las llevas ahí metidas, con toda esa gente que nos rodea, ignorantes de nuestro secreto. Me pone como una moto.
- De eso se trata.
- Sííí.
- ¿Y ahora dónde vamos?
- Dos opciones. A elegir...
- Tú dirás.
- Podemos ir tomando unos vinos y picar unos pinchos o bien sentarnos a la mesa de un restaurante.
- Ya que las llevo puestas, prefiero andar. Así les saco más rendimiento.
- Entonces de pinchos... ¿Las sientes ahora?
- (Con sonrisa picarona) Sííííííí.
- ¿Qué sientes?
- Es difícil de explicar.
- Inténtalo.
- No es como llevar un tampón. Es más estimulante. Me siento llena, mojada, al andar o moverme siento mucho placer por dentro.
- En cuanto terminemos de cenar nos vamos para casa. Estoy tan cachondo que la polla me está empezando a doler. Toca, ya verás.
Ella palpó el paquete de su acompañante.
- Hacía tiempo que no te veía tan dispuesto.
- Esto es nuevo y la novedad siempre es excitante.
- Me alegro de que las comprases.
- Entonces ¿te gustan de verdad?
- Mucho. Cada paso que doy, más me gustan.
- En cuanto entré en el sex-shop, supe que tenía que comprártelas. Tuve la certeza de que con ellas íbamos a pasar buenos momentos.
- Por ahora van muy bien.
- El chico que me atendió me dijo que algunas mujeres las utilizan para ejercitar sus músculos vaginales.
- Qué interesante...
- Y que la mayoría de las mujeres tienen esa zona muscular atrofiada de no ejercitarla, por eso las mujeres budistas las apreciaban tanto.
- Muy sabias las mujeres budistas.
- Oye ¿y si pasamos de cenar y nos vamos directamente a la cama?
- Estaba pensando en lo mismo.
Caminaron deprisa y excitados. Ella llevando las bolas chinas dentro de su cuerpo, él llevándolas dentro de su cabeza.