Ya habló Kundera en su día de la rígida seriedad con que el ser humano se acerca al sexo o de la incompatibilidad entre amor y humor; y ésa parece ser la línea temática del último poemario de Iñaki Ezkerra (Bilbao, 1957), tanto en el momento mismo del acto –“para descubrir que es posible/ hacer el amor y la risa”- como en su evocación posterior.
Porque en este “librillo de la risa y el recuerdo” –por seguir parafraseando al checo-, la educación sentimental del yo se convierte en el recuento de “los amores ridículos”, al menos en “Los poemas de la Enferma” y “Los poemas de El Vigilante” –dos primeras secciones del libro-, en el desmenuzamiento cuasi narrativo de los turbias quisicosas de la culpa –de la morbidez a la morbosidad- en estampas de cuento gótico o género negro. Y es que la estructura de relato que subyace, como un iceberg, a toda emoción lírica se hace explícita en su “poesía de la experiencia”, de tinte deliberadamente autobiográfico, de reflexión confidencial y tono meditativo, rematada con piruetas finales –desenlaces, podríamos decir- de desengaño irónico. Porque, al soporte narrativo, el distanciamiento del humor añade el Puntodevista del ensayo –véase su colaboración en Territorios-; eso cuando no salta directamente de la sonrisa a la risa del grotesco carnavalesco, como en “Los sonetos gastroeróticos”, poemas “entrañables” de la oralidad –boca que besa, que deglute y que habla- que conjuga la polisemia del “comerse a besos” al pie de la letra.
Se reserva, sin embargo, la tercera parte del libro –“A tu lado en Islandia”, guiño de gelidez a un Borges más boreal que austral- al cuerpo central de la obra y la refutación de la sentimentalidad idealista –la desacralización de la nostalgia del presente, del título, ocupa el ¿ecuador? de la sección- y de la poética clásica –en un Arte poética que no deja de ser un microensayo satírico-, y donde el autor vuelve a ahondar en la narratividad de la existencia marcada por el destino fatal de las hermanas –las religiosas y las otras, que también por la peana se adora a la santa- y asoma su fascinación por la mujer narradora, Sherezade –“Primer amor” del niño de las monjas, o “Como la música” y “Al cine”- que “vuelve el tiempo/ lo que no es en esencia: soportable” -levedad del ser, por supuesto-.
Y, sin embargo, pese a los coqueteos con otros géneros, y al tono irónico, a ese aire de familia que lo emparenta con otros poetas de Bilbao –J. Juaristi o Fernández de la Sota- se trata de verso que, en la línea que va de Juan Ramón a García Montero, pasando por Cernuda –único poeta citado, por cierto- o Gil de Biedma, se inscribe en el ritmo de la silva libre, en especial en heptasílabo –“A tu lado en Islandia”, sin ir más lejos- que, en ocasiones, se hace hemistiquio de alejandrino, cuando no rompe más narrativamente en octosílabo tradicional, y blanco, por lo general, salvo en la métrica canónica del soneto.
Poesía confesional, epistolar o a media voz, escéptica, sobre la vieja sentimentalidad, acerca de las ruinas del pasado, sobre las que se experimenta un presente inalcanzable.