Hay medidas aparentemente progresistas que no lo son tanto. Nos disponemos hoy a hablar en defensa de los adolescentes, cuya vida se trivializa desde la siempre interesada esfera de los adultos. Ellos no han inventado la mágica pildorita que borra embarazos pero que no previene ni contra el SIDA ni contra otras enfermedades venéreas menos dramáticas pero igual de duras. Somos nosotros, los adultos, quienes les introducimos en un limbo de irresponsabilidad, vendiéndoles pastillas como quien les vende un colutorio, haciéndoles creer que más importante que el antes, lo es el después. El aborto está despenalizado, pero dicha despenalización supone el reconocimiento de una franja entre lo deseable (que no haya abortos) y lo real (nuestra incapacidad para evitarlos). Si olvidamos esa franja, no emprenderemos políticas para resolver el problema, dado que “el problema” no será percibido como tal. Prescindiendo de la densidad moral de nuestros actos, todos somos intrascendentes y fácilmente manipulables. Si reducir el número de abortos es un objetivo social prioritario, hagamos hincapié en la prevención, no sólo del embarazo no deseado, sino de las enfermedades de transmisión sexual. Articulemos medidas económicas, educativas, sociales que RESPONSABILICEN también al hombre y busquen alternativas que nos dignifiquen a todos. La píldora del día después jamás sustituirá a la píldora o la goma del día antes. Practica el sexo más seguro: toma píldoras anticonceptivas y, además, condonízate.