La cita es en casa del embajador , el motivo, hacerle una entrevista sobre la medida gubernamental de colocar leones en la frontera como medida disuasoria ante las masivas oleadas de inmigrantes.
En este momento el embajador me ofrece una taza de té, no contesta a ninguna de mis preguntas sobre la dramática situación de los cientos de personas, que sin agua y sin comida esperan en el desierto poder pasar a nuestro país en busca de una vida mejor.
No me escucha, ajeno a todo, ha centrado su discurso en la figura del león, extrañamente describe sus distintas simbologías en Occidente. Y como según Jung es también indicio de pasiones latentes, pudiendo ser incluso signo de devoración por parte del inconsciente, teniendo en cuenta que la devoración así mismo es símbolo del tiempo……. .
Su voz suena rara, metálica, como la de un robot, cuando acaba con la simbología del león, le enseño las dantescas fotografías del periódico para el que trabajo, en ellas aparecen decenas de inmigrantes desesperados escalando las vallas de alambre de espino que se levantan en la frontera, muchos de ellos con terribles desgarrones en sus rostros y en sus extremidades.
Pero el embajador parece no ver, sus ojos, de un cristal límpido y frío no pestañean. Me ofrece más té, no lo soporto más, me levanto, alego compromisos, me acompaña a la puerta, antes de cerrarla, todavía me dice: que si algún día lo necesito él tiene amplia bibliografía sobre los distintos símbolos del léon en la cultura occidental, que no dude en llamarle, con mucho gusto me atenderá.
Mientras atravieso el jardín pienso si este hombre no será en realidad un autómata , similar a aquellos utilizados en los bancos austriacos durante la segunda guerra mundial, autómatas de tamaño real formalmente sentados en las ventanillas de atención al público , para responder con sucesivas negativas a aquellos clientes enfurecidos que exigían la devolución de su dinero al ver como a causa de la guerra habían sido bloqueadas sus cuentas bancarias por razones de seguridad nacional.
Antes de cruzar definitivamente la verja que me separa de la calle vuelvo la vista atrás, entonces, todavía alcanzo a ver tras los cristales de uno de los ventanales, como el embajador se saca su ojo derecho, y lo abrillanta vigorosamente con su pañuelo.