La chica es joven. Y rubia. Y atractiva.
-Es antipática, ¿viste cómo me mira? –me dice una del grupo. Es un grupo ya consolidado, y a sus integrantes parece unirlas la pasión por la alfarería y el odio por la chica rubia, joven y atractiva. Les recuerda que ya no tienen veinte años. Y por algún motivo que ignoro pero que me desagrada, me buscan a mí como cómplice.
Hay una cosa que a la chica le juega en contra, y es que no puedo defenderla. Si derrochara simpatía, o si al menos llegara y, antes de ponerse a amasar barro, saludara al resto con una sonrisa simple, yo sacaría palomas de la galera de mi tendencia a la mediación, y lograría integrarla al grupo. No es vanidad: me gusta que la gente se lleve bien, en especial cuando se trata de gente con la que debo convivir. Pero hay algo que está claro: la chica no tiene ni el más remoto interés en formar parte de la Cofradía de las Urracas Resentidas. Ella sólo quiere ser una experta alfarera. Tal vez es por eso que no me cae mal pese a que tampoco me cae bien.
-¿De qué se la da? Es una cheta. ¿Por qué no se va a hacer alfarería a otra escuela? –insiste la mujer.
-Porque puede practicar alfarería donde le de la gana –contesto, mientras reprimo la respuesta que en verdad quiero dar (“¿por qué no la tratás bien? Ella no tiene la culpa de tu culo caído, por muy rubia, joven y linda que sea”).
Las urracas ignoran mis intenciones conciliadoras y siguen firmes en su maliciosa ambición: lograr que la chica se convierta en desertora para así experimentar la impresión de tener poder sobre algo; la presencia de la chica las hace sentir indefensas. La chica se da cuenta y se pone incómoda, a nadie le gusta ser maltratado. Le sonrío con pretensiones de amabilidad y me devuelve la sonrisa, aunque la suya es un poco desconfiada; todavía no sabe qué papel juego en esta historia.
De golpe me siento agotada, no tengo ganas de invertir energía en imbecilidades ajenas. En el fondo, me importa poco si la chica cree que formo parte de la Cofradía. Lo que no quiero por nada del mundo es que ellas, las urracas, lo crean; en un mundo repleto de horrores, me niego a hablar de proyectos, de alfarería o de bueyes perdidos con personas a las que le duele la belleza.