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ISSN 1989-4163

NUMERO 140 - FEBRERO 2023

 

Cuatro Miradas

Edgard Cardoza

1. DE MANOS Y MIRADAS

 

'El orden de los tractores no altera el usufructo', me dijo "el manolisa".

Su mirada es de aquellas que hace temblar andamios y craquela pinturas.

Lo miras y te mira desde cualquier lugar incluyendo la espalda del punto en que se encuentre, suponiendo que el punto tenga frente y envés.

Ah, que mirada la de este mano lisa, te atrapa con los ojos y no sabes si ver al infinito o perderte en su marítimo estrabismo. Un bizco de ojos verdes, quien lo diría.

"El manolisa" ha tomado su nombre del manoseo de ubres, culatas y lonjas adyacentes, o quizá por sus ojos lunáticos que apuntan maliciosos, verbalizados y enfermizos, hacia una famosa pintura de Leonardo da Vinci. "El pulpo", le decían antes de este bautismo tan preclaro y virtuoso.

"El manolisa" es tacto puro que a fuerza de mentadas de madre ha aprendido el lenguaje de los senos y las asentaderas y el rubor de las caras que ardiendo le reclaman.

'Pero ahora ya no se puede', me dice "el manolisa". 'Antes te subías al metro y a no faltar una cachetada, un codazo o el respectivo recordatorio materno de la propia auscultada, nadie más se chiveaba'.

'Pinches feministas', agrega. 'Ahora hasta a la cárcel vas a dar. Llegaron y echaron todo a perder'.

'Ni modo', puntualizo: 'ahora la mirada enigmática y maliciosa del Me Too te persigue a todos lados'.

'Ay, sí: #MeToo'. Me Too mis güevos', concluye "el manolisa", con la mirada –tan diversa según el bamboleo de sus ojos estrábicos– boleando el horizonte. Mientras otra mirada, que es todas las miradas como los ojos del Aleph, escruta el inconsciente de su aberrante juego de manos.

 

2. HUIDILLO

 

"Yo ví a las mejores mentes de
mi generación"

            Allen Ginsberg

 

Yo ví a las mejores hembras de mi degeneración pasar frente a mis armas erectas de tono sicalíptico.

Recuerdo que la minifalda era asunto prohibido y hacía calificar a las mujeres embozadas en jabón 'Rosa Venus' en poco menos que putas de crujía.

Eran las seis en punto de la tarde y ya mis fondos de estudiante clasemediero agonizaban.

Fue así que tuve que empeñar un reloj marca patito con el truhán de la barra tras haberlo enrollado en el ardid de que la prenda era un costoso temporizador / herencia de familia del que había sólo tres en el mundo y que en cuanto llegara a mi mansión regresaría ipso facto con las bolsas repletas de dinero.

O era ciego el cabrón o era pendejo, porque el caso es que aceptó sin chistar tamaña paparrucha y me soltó dos pomos de Bacardí con su agua, hielos y diabéticos refrescos, más una sonrisa seductora que al instante reveló que el tipo gustaba en lo íntimo del morder de las almohadas y su consecuente frijoleo.

La chiquilla en cuestión –lo acabo de decir– practicaba la ñonga en una suerte de deporte a cual más de riesgo inciso con la salvedad única de que era necesario hacerlo con condón porque si no el trueque amenazaba romperse en llanto de chamaco después de nueve meses a menos que quisiera meter a mi álgida morada su portentosa anatomía que para entonces tendría ya su pálido muñeco.

Okey muchacha –dije– no te me pongas cuero que para eso hay coyundas en la peletería.

No existía el 'tatuaje femenino' en esos tiempos la mar de sonrojados.

La insolencia más pútrida de las damas de aquellos cascajales era meterse a una estética unisex y hacerse el permanente para no tener que peinarse a todas horas y mi chica era una de tales rebeldes consumadas enemigas del peine.

Y para no seguirlos cansando con mi envión José Vicente Anaya engendro de Allen Ginsberg, les confesaré al fin después de tanto juego inútil que la tormenta me llevó con sus vientos de presagio a un sórdido rincón:

y ahí me tienen encuerado, envuelto en celofán de Bacardí como Joyce me trajo al mundo, frente a mi dulcinea sin rebozo en aquel lugar de la mancha urbana de cuyo nombre hoy me acuerdo tan bien: con pelos de ángel:

mi damisela, señoras y señores de amplísimo fraseo, ya para qué les cuento: traía un paquetazo de yuca ribereña que cualquier pornógrafo adyacente habría demandado.

En la huida recuerdo que la espadeante reina con voz ya nada dulce –tipluda por la hormona– ansiosa me gritaba: "¡no seas tan fijadooooooo!".

 

3. COMO SIEMPRE

 

—El tipo sacó la lengua con hongos de candidiasis segura. Mostró hacia arriba la punta azul –azul, como mar ridículo de Cristian Castro– de su tenis de tres puestas (la de su abuelito, la de su papá y la de él). A continuación dió una vuelta de campana casi perfecta sobre su propio ego, ¿y cómo crees que cayó?

—¿Cayó parado el versallesco? ¿Cayó cruzado en Eufemia? ¿Cayó tres cuartos de filete sobre su ojo virolo?

—No, como siempre: el traga chancros de Al Capone, 'cayó mal'.

 

4.   APEROS PARA UNA PROFECÍA

 

Quizás sea el día como mar atracando verdades en la costa de un grito, una nada a punto de convertirse en imagen de inminente punción, algún cuerpo que al emerger llora fulgor de dioses, o la tarde poblada de 'fingidas nostalgias'.

 

El deseo y su larguísima fila de árboles secos oteando el horizonte —que se eleva perdiéndose a la vista en su destello ciego— es un toro sin lidia en el cartel del día.

 

Los años serán relojes fallidos y fatídicos —los árboles, ojos vertiginosos de un tren auricular— en un tic tac ansioso de soles como piedras o lunas azogadas por la sombra terrestre.

 

Es necesario colonizar el éter y que el día sea menos pensado que su túmulo de ánimas casi noche de incógnito apenas en ocaso.

 

Oscuros son los pálpitos que deberán mecerse en la franja de olvido que mana del crepúsculo sin voz y sin orilla: a punto estoy del ósculo vampírico, cuellófago, yugulando verdades en el hipotálamo absorto donde justo la ausencia emprende su retorno y se convierte en denso corpúsculo de sombra en vía de materia del mágico brebaje, que al chocar con las venas ya chispa de oro lánguido se va volviendo vida y ejecuta el ensalmo que de voz pasa a nombre —la gota de infinito—, de nombre a polvo de hombre sacudiéndose el tiempo, de hombre a paso con voluntad de insomnio —Caín a puño limpio sin sesgo ni quijada.

 

Y empieza a andar el mundo.

 

 


 

 

 

Edgard

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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