Cuando le preguntaron a Chris Dreja cómo era tocar junto a cada uno de los tres grandes guitarristas que pasaron por The Yardbirds, respondió: "Eric Clapton era un hombre de blues. Jimmy Page era todo energía, un tipo fantástico. Pero con Jeff Beck nunca sabías por dónde iba a salir. Era un maldito genio, ¿no?" La frase calza como un guante en la trayectoria, el estilo y los altibajos del prestigio de Jeff Beck, un culo de mal asiento que fue del rhtytm and blues al rockabilly, de la psicodelia al rock progresivo o del heavy metal al jazz fusión, que fue transbordando de una banda a otra y de un proyecto al siguiente sin quedarse nunca en ningún sitio. Quizá ese fue uno de los motivos por los que jamás alcanzó la fama universal a la que le daba derecho su categoría como solista, uno de los virtuosos fundamentales de la guitarra eléctrica, uno de los nombres sagrados que mencionar al lado de los de Jimi Hendrix, Ritchie Blackmore, Frank Zappa, Eric Clapton, Jimmy Page o David Gilmour.
Nada menos que Jimi Hendrix dijo que pocas cosas le habían influido tanto como el sonido sucio y distorsionado de la guitarra de Beck en Shapes of Things. Sin embargo, oído en perspectiva, parece que fuese Beck el que iba a remolque de Hendrix, lo mismo que ocurrió cuando la irrupción brutal de Led Zeppelin, con Jimmy Page a los mandos, hizo palidecer de envidia a Beck. "Era un conjunto mucho mejor que el que yo tenía y los celos me corroían" dijo. De hecho, The Jeff Beck Group no podía competir con el cuarteto liderado por Jimmy Page pese a contar, entre otros, con la voz de Rod Stewart, el bajo de Ronnie Wood o la batería de Cozy Powell, y pese a que Page había aprendido muchos trucos y astucias de su estancia en The Yardbirds junto a Beck, especialmente los intercambios entre guitarra y voz, ese toque de pregunta y respuesta que iba a caracterizar los diálogos entre Jimmy Page y Robert Plant en sus kilométricos conciertos.
Parece como si Jeff Beck se hubiese ido demasiado pronto de todas partes, perseguido por una especie de maldición, espoleado por una curiosidad omnívora que lo llevaba siempre a adentrarse en territorio desconocido, a romper moldes y fronteras, a buscar algo distinto a cualquier precio. Dicen que fue su mal carácter lo que causó su baja definitiva en The Yardbirds, aunque algo tuvo que ver su romance incendiario con Mary Hughes, una bomba rubia made in Hollywood que había aparecido en varias películas tontorronas de bikinis. Poco antes de su marcha definitiva, Michelangelo Antonioni rodó una secuencia con la formación ideal de la banda, con Jimmy Page y Jeff Beck alternándose en los solos, para incluirla en la celebérrima Blow-Up (1966), su obra maestra. En realidad Antonioni quería a The Who y le pidió a Beck que destrozara su guitarra contra los amplificadores al estilo de Pete Townshend, algo que no le hizo ninguna gracia: "Qué embuste, en la primera parte se me ve tocar una Les Paul y en la segunda me cargo un modelo cutre japonés de 35 dólares".
A finales de los sesenta, después de cubrir el hueco de Eric Clapton en The Yardbirds y antes de pasarle el testigo a Jimmy Page, parecía que no había límites para su arte, pero su inconformismo y su mala suerte se iban turnando para impedirle alcanzar la gloria. En 1969, cuando los Rolling Stones lo llamaron para reemplazar a Brian Jones -que apareció flotando bocabajo en su piscina unas semanas después de su despido-, Beck declinó la oferta porque sabía que allí nunca estaría a gusto. Algo parecido sucedió con Pink Floyd, quienes pensaron en él para formar pareja junto a Gilmour después de la expulsión de Syd Barrett, pero finalmente no se atrevieron a pedírselo. The Jeff Beck Group tuvo unos comienzos fulgurantes con Truth (1968) y Beck-Ola (1969), pero los continuos cambios de formación de la banda y los roces entre los músicos precipitaron su disolución. Cuando Beck ya había formado un trío con el bajista Tim Bogert y el batería Carmine Appice, un accidente de coche lo apartó un tiempo de los escenarios.
Tras varios intentos de retomar el trío y nuevamente el cuarteto, Beck se lió la manta a la cabeza con Blow by Blow (1975), un trabajo puramente instrumental donde flirteaba descaradamente con el funk, el jazz y el rock progresivo, un sendero experimental en paralelo con la Mahavishnu Orchestra de John McLaughlin, al que consideraba el mayor guitarrista vivo. Sus siguientes discos durante los setenta y los ochenta profundizarían ese sentido de búsqueda muy alejada de tentaciones comerciales, apoyado en una pléyade de músicos entre los que destacan los baterías Simon Philips y Narada Michael Walden y el teclista Jan Hammer, estos dos últimos escuderos habituales de McLaughlin.
Entre parones por culpa de su lucha contra el tinnitus y colaboraciones innumerables con otros músicos (Stevie Wonder, Jon Bon Jovi, Kate Bush), Beck regresó triunfal en 1999 con Who Else!, un disco en el que también le acompañaba la guitarrista Jennifer Batten. Lo de ser una estrella de rock al uso no iba con él: en la secuencia de Blow Up su rabia parecía auténtica, pero era incapaz de sacrificar una guitarra en aras del espectáculo como Hendrix o Townshend. Nunca sabías por dónde iba a salir, es cierto. Mientras sus viejos camaradas, Eric Clapton y Jimmy Page, permanecían anclados en sus tiempos de gloria o retirados en el exilio, Jeff Beck seguía abriendo brecha con su timbre punzante y sus escalas enloquecidas, un tipo de setenta años compartiendo escenario junto a la fabulosa bajista veinteañera Tal Wilkenfeld. Al oírlos ahora es difícil decidir quién suena más joven.