«La noche tenía las esquinas sueltas»: El animal piadoso: Luis Mateo Díez |
«Huele por el jardín una tristeza
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A Rafael Pablos, amigo eterno, de mirada entera, con aquella barba rizada de generosidades
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La esquina de Rochester con el sol,
ceñida al costado del aire recién madrugado,
—despojados del sueño
tú y tu barba rizada de generosidades—
mira con los ojos en cruz.
Tus despejados ojos teclean alas
tras una marea de olas de pájaros
con roturas del cielo,
mientras intentas poner
nombre a los colores,
que, igual que tus libros,
algunos se te quedan anónimos,
apógrafos incómodos, apócrifos,
como tejuelos en su laberinto.
Pero ellos te llaman por el tuyo:
—Amigo eterno, de mirada entera.
La esquina con Rochester
firma su autógrafo en diagonal,
ágil alfil, se asoma ante ti
—tú, adormecido al ronroneo del mar—
y persevera su desnuda pasión
entre el alféizar irritada, musgo
vano, desilusión en piel alertada.
La esquina de Rochester anuncia
sus venas al por mayor
como pájaros nublados
ante la gravedad del tiempo,
cuyas constantes coces por la piel
nos asolan bajo sus ruedas.
Al día, agotado y sin sombras,
ecuestre en la tarde de verano,
se le cae la cabeza de sueño,
como un derrotado minotauro.
Por el felino regazo
del Malandar, lentamente,
como una acemita
recién caliente entre las manos,
se llenan tus ojos
de olor estirado el horizonte
entre campos trizados de sol.
Tus ojos imitan la verde soledad del agua
Y esa esquina de Rosa con Rochester.
La noche tenía las esquinas sueltas
en amenazas acurrucadas
y andaba en un vaivén de sobresaltos.
Pero se abrazaron las esquinas
sin el miedo a la oscura sombra
—ya apagada ascua—,
sesgada, en vela segada
por el manso calor de un geranio,
que auscultas poco a poco, Rafael,
los párpados de las manos acariciando.