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ISSN 1989-4163

NUMERO 130 - FEBRERO 2022

 

El Jazz y la Novela Negra

Joaquín Lloréns

Es evidente que el jazz y la novela negra son distintas demostraciones artísticas. El jazz pertenece a la esfera de la música y la novela negra a la de la literatura. Aparentemente no tienen nada que ver. Sin embargo, al igual que sucede con otras facetas del arte, la literatura, la música y las otras bellas artes tienen nexos de unión que es de lo que voy a hablar brevemente hoy. Y el jazz y la novela negra en concreto tienen una relación muy especial, como intentaré explicar en la segunda parte.

La literatura y la música han ido de la mano desde hace siglos y combinándose con otras de las bellas artes.

Empezaremos con la  unión de música y literatura con la danza. ¿Quién no conoce los ballets que acompañan a las obras del músico ruso Piotr Tchaikovski  en El lago de los cisnes o El cascanueces. Ambos están basados en un cuento infantil y en un cuento de hadas respectivamente.

Hay géneros que unen inextricablemente literatura y música.  Uno de los casos más claros es con la Ópera, donde se juntan literatura y música, pero también teatro y baile. Hay montones de ejemplos. Por citar algunos, la ópera Carmen de Bizet se basa en la novela homónima de Prosper Mérime. Macbeth y Otelo de Verdi en las novelas homónimas de Shakespeare. A nivel nacional, en la zarzuela ocurre otro tanto; Doña Francisquita de Amadeo Vives se basa en la novela La discreta enamorada de Félix Lope de Vega.

Y a la inversa sucede lo mismo. En muchas novelas y relatos se hacen referencias a diferentes obras musicales o se inspiran directamente en una pieza musical. En Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, por ejemplo. En la misma, hay más de 100 referencias musicales y una de ellas, la Sonata para violín y piano de César Frank es piedra angular del relato. La Sonata a Kreutzer de Beethoven inspira y es la base sobre la que gira la novela de Leon Tolstoi, quien incluso la titula de igual modo: Sonata a Kreutzer. Un caso peculiar sería Pedro y el lobo, del músico ruso Sergei Prokofiev, quien creó en él un cuento musical.

Pero quizás la primera relación que les venga a la cabeza es con el arte dominador de los últimos cien años: el cine. Ya desde el cine mudo, la música estaba presente en las películas a través de un pianista en la sala que acompañaba la película dando énfasis a las escenas más importantes. Y desde la primera película sonora, filmada en 1927, y casualmente titulada El cantor de jazz, la música, y en concreto el jazz muchas veces, forma parte de la práctica totalidad de las películas del mundo, resaltando las escenas y como bandas sonoras. Y de igual modo, aunque casi escondido entre bambalinas, casi todas las películas están basadas en un relato, una novela o, como poco, en un guión literario. Es casi imposible desligar el cine de la música y la literatura. De un lado, las bandas sonoras son parte fundamental de las películas. Algunas de ellas se han convertido en piezas universales de la música del último siglo. Por ejemplo las de El bueno, el feo y el malo, La misión y Cinema Paradiso del compositor Ennio Morricone, Tiburón, Star Wars y Superman de John Williams, Memorias de África y James Bond de John Barry o Carros de fuego del griego Vangelis. Todas ellas y muchas más  han sido algunas de las bandas sonoras que, en algunos casos, han trascendido en el tiempo a las películas a las que pusieron música. Peggy Lee, una de las grandes voces del jazz, también creó varias bandas sonoras de superproducciones de Hollywood. Algunas de ellas, para películas basadas en novelas negras, como Anatomía de un asesinato.

De jazz las hay de muchos tipos: biográficas, como  Ray, sobre Ray Charles, Bird de Clint Eastwood, biopic de Charli Parker, etc. Los guiones de muchas de esas películas biográficas podrían ser consideradas novelas negras. ; Otras giran sobre el mundo del jazz, como Acuerdos y desacuerdos de Woody Allen o Alrededor de la medianoche de Bertrand Tavernier, con el jazzista Dexter Gordon como actor también. Y por último las que juntan el jazz y la novela negra, como Cotton Club de Francis Ford Coppola, Kansas City de Robert Altman, Chicago de Rob Marshall, El corazón del ángel de Allan Parker o la incalificable ¿Quién engaño a Roger Rabbit? de Robert Zemeckis que mezcla jazz, novela negra y animación.

Y ya entramos en materia. Como decía al principio, el jazz y la novela negra son manifestaciones particulares de literatura y música. También en este caso hay muchos puntos de relación, y no solo genéricos, sino muy específicos y que han hecho que hayan crecido cogidos de la mano.

Ambas tienen un origen geográfico común: Estados Unidos. Se considera que el jazz nació en el área de Nueva Orleans. La novela negra está vinculada a la novela policiaca inextricablemente. Y la primera novela policiaca se considera que es Los crímenes de la calle Morgue, del autor americano Edgard Allan Poe. La novela negra, como tal, también surgió en Estados Unidos, en el pulp-magazine Black Mask. Y ambas vertientes artísticas nacieron en el siglo XIX aunque su denominación tal y como las conocemos actualmente, Jazz y el Hard Boiled, como se denomina a la novela negra en origen, aparecieron por vez primera en los años veinte en Estados Unidos.

Ambas expresiones artísticas son, pues, jóvenes desde una perspectiva temporal. Y también su parto fue similar. En sus primeros años de desarrollo fueron consideradas artes menores por la crítica de su época y denostadas por los académicos más puristas. Tardaron décadas en ser consideradas con respeto. El New York Times, en 1922 consideraba al jazz la “música de los salvajes”. Aunque eso, por los altivos académicos. El público, por el contrario, enseguida aplaudió y conectó con ambos géneros. Hoy, tanto el jazz como la novela negra gozan del respeto de crítica y público. Aunque también los hay que no elogian precisamente al jazz. Patricia Highsmith, por ejemplo, una de las grandes damas del género negro y creadora del magnífico personaje Tomas Ripley, que ha sido llevado al cine en numerosas ocasiones, hace que su personaje se refiera al jazz como “ese ruido insolente”.

Por otro lado, la consolidación de ambos se yuxtapone en tiempo y lugar gracias a la Ley Seca de los Estados Unidos a partir de 1920, año en que se promulgó dicha ley. La oposición de gran parte de la sociedad a la prohibición de la venta de alcohol hizo que surgiera la necesidad de crear locales donde se pudiera evadir la ley y los ciudadanos bebieran escondidos de las fuerzas del orden. Muchos de ellos se camuflaron como locales de jazz y ahí nació la imaginería que vincula el jazz con locales oscuros con un aire clandestino y de bajos fondos. Al mismo tiempo, aquella alocada decisión política, provocó el desarrollo de las poderosas mafias americanas. ¿Quién no se acuerda de Al Capone? El mafioso de Chicago al menos hizo una cosa bien creando numerosos de aquellos garitos que mezclaban alcohol y jazz, y por ello la Ciudad de Chicago es una de las de mayor tradición jazzística. De hecho, como recuerda el escritor británico de novela negra Ray Celestin en El blues del hombre muerto, Louis Armstrong era amigo de Capone. En la Ciudad del viento, como se la conoce, los locales de jazz siguen abundando por doquier aún hoy en día con un gran nivel de jazz, lo que se puede comprobar fácilmente en los alrededores de Rush Street, la calle más animada de la ciudad.
La Ley Seca fue un punto de inflexión también para la novela negra. Las mafias y la actitud antilegislativa –hoy diríamos antisistema– de gran parte de la población fueron un caldo estupendo para el nacimiento y desarrollo de la novela negra. Porque la novela negra podríamos definirla de una manera un tanto simple como una novela policiaca a la que se le añaden unas temáticas concretas: el contacto con el mundo del crimen y, sobre todo, la relación de este con aspectos de la sociedad que la novela negra aprovecha para criticar. Y en sus primeras fases de desarrollo, la novela negra encontró en la mafia y sus locales ilegales de venta de alcohol un fondo casi inagotable para sus argumentos. Es decir, ambos géneros artísticos nacieron a la par y uno y otro fueron fundamentales para la consolidación de ambos. Por otro lado, y como dice Walter Mosley, ganador del premio RBA 2018 de novela negra con Traición, “el jazz es la mejor manera de enfrentarse a los problemas de nuestra sociedad”, descripción que también encaja perfectamente con la novela negra.
Pero sus puntos de contacto no han sido solo históricos. El jazz aparece en innumerables novelas negras y de otra índole. Los motivos son variados. Ya he comentado cómo la sociedad que transformó la Ley seca fue un germen para el jazz y la novela negra. El que su nacimiento fuera parejo hizo que, en aquella década, los locales de jazz aparecieran en la mayoría de las novelas negras.

Desde entonces el jazz sigue apareciendo en numerosas novelas. A veces por la proximidad de los autores al mundo de jazz o su interés por el mismo. A veces porque el ambiente de los clubs de jazz, inicialmente turbios y con músicos atormentados, es un decorado estupendo para las novelas negras. Es raro el escritor de novela negra que no se ha visto tentado a usar el jazz y su especial atmósfera en alguna de sus novelas. Yo mismo, siendo un lego en la crítica del jazz, lo he incluido en mi novela La orquesta infernal cuyo protagonista, Masterling, maestro del fagot y contrafagot acude por las noches insomnes a tocar su instrumento en un local de jazz donde se hacen jam-sessions y allí conoce a Colonna, el director de esa orquesta infernal que da título a mi novela.

Por otro lado, hay muchos amantes del jazz que lo toman como inspiración para sus novelas negras. El citado Walter Mosley por ejemplo, que como he dicho, ganó el RBA con la novela Traición. Su detective Joe “King” Oliver es el nombre del maestro de Louis Amstrong y el argumento tiene serias semejanzas con la vida del famoso trompetista.

Y hay muchos casos más. En España, Antonio Muñoz Molina se hizo famoso con El invierno en Lisboa, un claro homenaje al cine negro y al jazz. Según confesaba tuvo el placer de ver a grandes músicos de jazz como Chet Baker, Miles Davis y Woody Shaw y se relacionó con otros como Dizzy Gillespie y Tete Montoliu. En esa época coincidió su interés en la novela negra y no es casual que las acabara juntando. Por otro lado, en la versión cinematográfica de El invierno en Lisboa, la banda sonora fue creada por el citado jazzista Dizzy Gillespie.

No hay nada que permita pensar que existen métodos de creación similares o paralelos al jazz en la novela negra, pero la afición por esta música de determinados autores hace que sus personajes hablen de jazz o desarrollen sus historias en lugares donde se toca o compone jazz y que sus ritmos, especialmente cuando se llevan al cine, si que nos recuerdan a los ritmos del jazz.

Raymond Chandler, el creador del famoso detective, Philip Marlowe y pilar fundamental de la novela negra, en su relato “El rey amarillo”, hace que el detective encuentre el cadáver de un famoso trompetista de jazz, King Leopardi. Por su parte el contrabajista y compositor de jazz Charlie Haden le dedicó a Chandler un disco entero, Always Say Goodbye, cuyos temas parecen ideados para los personajes de la novela negra americana.

Otro ejemplo sería el de Francis Scott Fitzerald que escribió los “Cuentos de la era del jazz” o Dashiell Hammet, creador del icónico Sam Spade que Humphrey Bogart interpretó en «El halcón maltés», cuyos personajes se mueven a ritmo de ragtime y el jazz de Chicago, según describió el mismo autor de novela negra.

John Connolly, por su parte, se inventó a un expolicía obsesionado con encontrar al asesino de su mujer y su hija, y lo llamó Charlie Parker, como el saxofonista que inició la primera gran revolución del jazz con el bebop y cuya mejor intérprete fue Sarah Vaugham que llegó a ganar el NEA Jazz Masters, el premio más consagrado del mundo del jazz.

A nivel nacional, en 2006, uno de los mayores exponentes de la novela negra española, Andreu Martín, logró una simbiosis perfecta entre esta música y el género criminal, al comenzar su serie «Asesinatos en clave de jazz», en cuyas obras retrata a músicos de Barcelona que tocan temas de Charlie Parker o Dinah Washington, al tiempo que se ven envueltos en intrigas varias.

 

 

 

 

 

 


 

 

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