Se ve que Martínez-Almeida, el munícipe por antonomasia, tiene un serio problema con la cultura. Por un lado, le molestan enormemente los homenajes a poetas, novelistas y escritores en general; por otro lado, le encanta rescatar placas dedicadas a militares y matarifes franquistas. Por un lado, borra unos versos de Miguel Hernández en el Memorial del cementerio de la Almudena al tiempo que recobra una calle dedicada al general Millán Astray, el Señor Patata de la Legión, un señor que ha pasado a la posteridad por gritar "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!". Es difícil resumir con menos palabras el legado ideológico de la derecha española y, muy especialmente, el diagrama mental del señor Martínez-Almeida.
A Martínez (es mejor llamarlo Martínez a secas, en recuerdo de cierto personaje de El Jueves) no le bastaba con oponerse a que nombraran a Almudena Grandes Hija Predilecta de Madrid: tenía que decirlo en voz alta y mezclar los presupuestos de 5.600 millones para justificar su bajada de pantalones. Hay una foto famosa en la que se ve a Ortega-Smith agarrando del brazo a Martínez como si sostuviera un Madelman, una foto que sería una metáfora de la alianza entre la derecha y la extrema derecha, si no fuese porque aquí hay muy poca diferencia entre una y otra, por no decir ninguna diferencia.
¿Qué falta hacía quedar como un patán soltando eso de "Almudena Grandes no merece ser Hija Predilecta de Madrid?" A fin de cuentas, casi sesenta mil madrileños avalaron la propuesta en una plataforma, unos sesenta mil más de los madrileños a quienes no nos preguntaron si queríamos ver una calle ensuciada con el nombre del Señor Patata de la Legión o una plaza con el nombre de Margaret Thatcher, una señora bastante repugnante que en su puñetera vida hizo nada por Madrid, no digamos ya por España, mucho menos escribir unos cuantos libros.
No es sólo una cuestión de ideología, de derechas o de izquierdas, sino de la alergia visceral que ciertos politicuchos y popes municipales sienten por las manifestaciones artísticas, musicales y literarias. Podía haber quedado como un señor y callarse, pero Martínez no ha querido dejar pasar la ocasión de meter una vez más la pata hasta el corvejón y retratarse con una frase en la que se atreve a hablar de méritos. Es evidente que, por cuestiones de pactos democráticos, Madrid se merecía este alcalde, pero desde luego los madrileños no nos lo merecíamos. Recordando el apellido de Almudena, a este hombre la novela, la poesía, la literatura en general, le vienen grandes, demasiado grandes.
Entre el Opus Dei y la Universidad Pontificia de Comillas, Martínez tiene pinta de haberse atragantado desde la infancia con endecasílabos y raíces cuadradas. En un encuentro televisado en un programa infantil, Martínez dejó boquiabiertos a los críos al decir que él prefería salvar Notre Dame a salvar la selva amazónica. Decía que Notre Dame era un símbolo de Europa, de la cultura occidental, pero en realidad no se refería a la arquitectura sino a la religión católica. Con su desprecio por Almudena Grandes y por Miguel Hernández, y su cariño por la División Azul y por Millán Astray, hace mucho que Martínez eligió la selva.