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ISSN 1989-4163

NUMERO 120 - FEBRERO 2021

 

Perros Rifeños o (los) Perros de (la) Guerra

Luis Arturo Hernández

Para Ahmed,
elmoro amigo.

FILTRO DE ENTRADA
Al lector (e-lector) que con curiosidad inquisitiva se haya adentrado a inspeccionar estas páginas, habrá que desengañarlo, mal que le pese. Pues no podrá salir de aquí con alharacas de corrección política ni con un pedazo de discriminación entre los dientes en tiempos de maurofílicadenuncia de la xenofobia y de animalismo contra el especismo.
   “Perros rifeños” no discrimina ni a los rifeños con elsustantivo adjetivado perros, ni a los perros con el especificativo rifeños, de proverbial connotación racista despectiva.Y, por si fuera poco, el controvertido “hombre”, no tanto en su sentido específico de varón, que también (pues todos los personajes lo son), sino en sentido genérico de ser humano. En cuanto a “perros”, supóngase su doble sentido ante la ausencia del marcado “perras”.
   No dejará, pues, de ser este “fistro de entrada” la cota 0 de un improvisado detector de prejuicios inducidos por el “lenguaje políticamente [mejor: “socialmente”] incorrecto”.

EL MARTIROLOGIODE LOS PERROS
    Reunidos  en torno al (e)motivo literario de “una vida de perros” en la guerra del Rif,  estos tres fragmentos narrativos españoles de los años ’20, “Perros rifeños” compone un retablo profano sobre la pasión y la muerte (“muertes de perro”), cuya tabla central es el cap. 6 de El blocao, de José Díaz-Fernández, flanqueado por sendas tablas: a la derecha, el microrrelato “Un reaccionario”, en Tras el águila del César, de Luys Santa Marina y, a la izquierda, dos secuencias (fragmentos a su imán) de Imán, de Ramón JoséSender. A modo de gablete ilustrado, la novela gráfica La balada del norte de Alfonso Zapico.
Y como predela, subrayado actualizador, El nombre de los nuestros, de Lorenzo Silva.

RETABLO DE LA IRA, LA SOBERBIA Y LA MUERTE

GABLETE

 «Sargento de regulares.—“Dios, Nuestro Señor, decide el destino de los hombres, Insha’ Allah.
   Soldado de regulares.—No me sermonees, santurrón. Has matado a infieles igual que yo.”»
                                  Alfonso Zapico, La balada del norte 3 [Bilbao, Astiberri, 2019, pp. 42.]

       «LisardoDoval (Cte. de la Guardia Civil en Asturias, 1934).—“¿Sabe una cosa, teniente? Asturias o Marruecos; cambia el paisaje…pero, en el fondo, es lo mismo.”»
Alfonso Zapico, La balada del norte 3 [p.195.]

 

DE PERROS Y HOMBRES (VARONES)
ES/CIPIÓN Y VERGÜENZA
   “Vienen con la columna algunos perros del campamento que corretean  y que cuando ven a un indígena pacífico, […] se ponen a ladrarle furiosamente  […]”.” 
 Ramón J. Sender, Imán [Destino, 1988, p. 269.]

   Perros vagabundos, aperreados vagamundos. Oficiales mataperros y los perros que mataron en una guerra, la del Rif, donde la muerte era una rifa  entre odios africanos.
Unos perros de guerra que ladran a los perros de la guerra que les muerden o degüellan. Oficiales perros de presa descritos por conscriptos perros de prensa. Perros rifeños. Y su prerrománica voz ibérica “perro”, en un coloquio de los perros Cipión y Berganzaentre venganza del emperrado oficial Es/cipión y vergüenza de unaperreado nativo vencido.
    Hazañas ¿o patrañas? bélicas. Moros y cristianos (¿o paganos?).Razzias ¿o perrerías?        “Crónica de la reconquista (¿o desconquista?)anunciada”, a cargo de sendos escritores reclutados a partir de 1921 y un tercero, Santa Marina, que la recrea desde la península.
                                                   I.PERRO INFIEL
                                     (TABLA LATERAL DERECHA)

       “Un perro blanquinoso se ha detenido […] y sale brincando por una ladera.”
Ramón J. Sender, Imán [pp. 148-149.]

   “[…] sólo veían en los soldados indígenas a unos perros útiles para echarlos contra otros perros.”
                                              Lorenzo Silva, El nombre de los nuestros [Destino, 2001, p. 130.]

“Uno, el más entontecido, canta, y esa tranquilidad molesta al centinela que le tira un cascote como a un perro obstinado en aullar.”  
Ramón J. Sender, Imán [p. 224.]

 

TEXTICULARIO: LEYENDA1

 «“Un reaccionario”
   Para enseñarnos a lanzar bombas de mano, los expertos (así los llamaban) resolvieron lucir sus habilidades. Amarróse un perro vagabundo a una estaca, fuera del campamento. […] —ya la granada caía como a cinco metros del can.
   No estalló, y el bicho que creyóla cosa de comer, daba unos tirones que pensamos rompía la soga.
Repitióse la suerte. Esta vez hubo explosión, pero muy lejos. Al ruido, el blanco dio un brinco y se puso a aullar.
   …Le tiraron lo menos cincuenta granadas (no había más), unas sí, otras no, ninguna le hizo nada, salvo un casco que le llevó media cola.
   El pobre can estaba a las primeras como loco, pero al fin echóse y empezó a temblar y a lamerse el rabo. Decía un legionario:
—El sistema es inmejorable. Si a cada mojamé le hacemos lo que a este desventuradochucho… (y aun la mitad menos), se vuelven locos o cardiacos… o por lo menos sordos…  Sin embargo, yo soy muy reaccionario a lo antiguo me atengo[sic].  (Se echó el fusil a la cara y le metió una bala entre los ojos.)»
Luys Santa Marina, Tras el águila del César. Elegía del Tercio, 1921-1922(1924) Sevilla?, 2010, pp. 140-141.
GLOSARIO 1
Un perro vagabundo es torturado sistemáticamente por un experto en explosivos dela Legión y muerto por un legionario, identificándolo con el enemigo moro, el perro infiel.

    Narrada en tercera persona por un testigo, cuyo punto de mira, distanciado, se diluye en  el anonimato del grupo de caballeros legionarios (sin otra marca de su presencia que un “pensamos”),  la estancia (por “cuota” literaria) del autor de esa “Elegía del Tercio”  relata el alarde de ensañamiento del instructor con el “perro vagabundo, atado fuera del campamento”,  como proyección de su sadismo contra el moro (el genérico “mojamé”, impersonalizador y despectivo) y a cuyo relato se adhiere la valoración del testigo, que va de degradante y cosificadora(“can”, “bicho”, “blanco”) a compasiva (“pobre can”).

EL PERRO DE SAN ROQUE NO TIENE RABO
                  PORQUE RAMÓN RODRÍGUEZ SE LO HA ROBADO
   El desenlace, dialogado, dramático, en boca (a manos) de un legionario (impersonal, genérico, anónimo), representa, a la par que exaltación de la superioridad del perro—en la mirada humanizadora del legía (“desventurado chucho”)  al  quitarle “media cola”—respecto del moro (“y aun la mitad menos”: ¿1/4 de rabo?), una revancha por el fracasode su exhibición tras tanta perrería. El tiro de gracia al desgraciado en dicho alarde que sublima en la puntería proverbial del paqueo la frustración ante el explosivo...y la tropa.
    Proyección en el “objeto real” del sujeto figurado en un simulacro expresado en símil.

II.EL FIEL INFANTE DIFUNTO O A PERRO FLACO TODO SON PULGAS
                                               (TABLA CENTRAL)

   “Del fondo llega un ser raquítico, pero vivaz. Le siguen seis perros feos, sin raza conocida, que no se avienen a estar lejos de él ni un solo instante.  […] Entretanto los seis perros se sientan en semicírculo y esperan mirándole a la cara.
   —Véalos usted —me dice con complacencia untuosa—: salvo el habla, igual que personicas.”  
Ramón J. Sender, Imán [p. 290.]

     “A Macuto, el perro de la posición y su víctima preferida, no iba a ofrecérsele la ocasión de salir de allí. Yacía descompuesto junto al frente del oeste, donde le había encontrado una bala de la harka por acercarse a lamer el cadáver del cabo que solía darle de comer.”
                                           Lorenzo Silva, El nombre de los nuestros[ p. 216.]

   “Viance prende una mirada de perro en las tres bombillas que lucen envueltas en gasa azul.”
Ramón J. Sender, Imán [p. 303.]

 

TEXTICULARIO: LEYENDA 2

   «La tropa saliente se puso en marcha poco después. Una voz gritó:
—¿Y el perro? Les dejamos el perro.
   Pero a aquella voz ninguno le hizo caso, porque todos iban sumidos en la alegría del relevo. […]
   En efecto, el perro quedaba con nosotros. Vio desde la puerta del barracón cómo marchaban sus compañeros/ de muchos meses, y después, sin gran prisa, vino hacia mí con el saludo de sucola. Era un perro flaco, larguirucho, antipático. Pero tenía los ojos humanos y benévolos. No sé quién dijo al verlo:
   —Parece un cazador, de esos que acaban de irse.
    […] A la hora del rancho el perro se puso también en la fila, como un soldado más.  Lo vio el teniente y se enfadó:
—¿También tú quieres? ¡A la cocina!¡Hala1 ¡Largo!
     Pero Ojeda, un soldado extremeño, partió con él su potaje. Aquella misma noche me tocó servicio de  parapeto  y vi cómo el perro, incansable recorría el recinto, parándose al pie de las aspilleras para consultar el silencio del campo. De vez en cuando, un lucero, caído en la concavidad de la aspillera, se le posaba en el lomo, como un insecto. Los soldados del servicio de descubierta me contaron que al otro día, de madrugada, mientras el cabo los formaba, el perro se adelantó y reconoció, ligero, cañadas y lomas. Y así todos los días. El perro era el voluntario de todos los servicios peligrosos. Una mañana, cuando iba a salir el convoy de aguada, se puso a ladrar desaforadamente alrededor a un islote de gaba [‘terreno cubierto de maleza’, en Marruecos]. Se oyó un disparo y vimos regresar al perro con una pata chorreando sangre. Le habían herido los moros. Logramos capturar a uno con el fusil humeante todavía.
   El practicante le curó y Ojeda le llevó a su sitio y/ se convirtió en su enfermero. El lance entusiasmó a los soldados, que desfilaban ante el perro y comentaban su hazaña con orgullo. Algunos le acariciaban, y el perro les lamía la mano. Sólo para el teniente, que también se acercó a él, tuvo un gruñido de malhumor. 
   Recuerdo que Pedro Núñez comentó entonces:
   —En mi vida he visto un perro más inteligente. […]
     ¿Recordáis, camaradas, al teniente Compañón? […] Su deporte favorito era destrozarles el ganado a los moros. […] Y aquella noche, invariablemente, atacaban los moros. Pero era preferible, porque así desalojaba su malhumor. El teniente padecía una otitis crónica que le impedía dormir. […]
No era extraño que los soldados le buscasen víctimas como hacen algunas tribus para calmar la furia de sus dioses. Pero a los dos meses de estar allí no se veía ser viviente.  […]
Una noche el teniente se encaró conmigo:
   —Usted no entiende esto, sargento. Ustedes son otras gentes. Yo he vivido en el cuartel toda mi vida. […]
El perro estaba a mi lado. El teniente chasqueó los dedos  y extendió la mano para hacerle una caricia. Pero el perro le rechazó, agresivo, y se apretó a mis piernas.
—¡Cochino! —murmuró el oficial.
   Y se metió en el barracón, blasfemando.
   Al otro día, en el recinto, hubo una escena repugnante. El perro jugaba con Ojeda y ambos se perseguían entre gritos de placer. Llegó el teniente, con el látigo en la mano, y castigó al perro, de tal modo que los latigazos quedaron marcados con sangre en la piel del animal./
   Ojeda, muy pálido, temblando un poco bajo el astroso uniforme, protestó:
   —Eso… eso no está bien, mi teniente.
   Los que veíamos aquello estábamos aterrados. ¿Qué iba a pasar? El oficial se volvió, furioso:    
—¿Qué dices? ¡Firmes! ¡Firmes!
   Ojeda le aguantó la mirada impávido. Yo no sé qué vería el teniente Compañón en sus ojos, porque se calmó de pronto:
    —Está bien. Se te va a caer el pelo haciendo guardias. […]
   Una mañana, muy temprano, Ramón, el asistente del teniente, capturó el perro por orden de éste. El muchacho era paisano mío y me trajo en seguida la confidencia.
   —Me ha dicho que se lo lleve por las buenas o por las malas. No sé qué querrá hacer con él.
   Poco después salieron los dos del barracón con el perro, cuidando de no ser vistos por otros soldados que no fueran los de la guardia. El perro se resistía a aquel extraño paseo y Ramón tenía que llevarlo casi en vilo cogido del cuello. El oficial iba delante, silbando, […] Yo les seguí sin ser visto, […] el teniente llevaba al perro a rastras fuera del campamento […]Pido a mis dioses tutelares que no me pongan en trance de presenciar otra escena igual, porque aquélla la llevo en mi memoria como un abismo. Los dos hombres y el perro anduvieron un rato hasta ocultarse en el fondo de una torrentera. Casi arrastrándome, para que no me vieran, puede seguirlos […] Yo vi cómo el oficial se desataba el cinto y ataba las patas del tierno prisionero. Vi después brillar en sus manos la pistola de reglamento y al asistente taparse los ojos con horror. No quise ver más. Y como enloquecido, […], saltándome la sangre en las venas como el agua de las crecidas.
     Media hora después regresaron, solos, el oficial y el soldado. Ramón, con los ojos enrojecidos, se acercó a mí, temeroso. […]

  • Pero ¿qué iba a hacer, mi sargento…? […]Dio un grito, sólo uno. 

     Me marché por no pegarle. Pero lo de Ojeda fue peor. Desde la desaparición del perro  andaba con los ojos bajos y no hablaba con nadie. Merodeaba por los alrededores de la posición expuesto al paqueo. Un día apareció en el recinto, entre una nube de moscas, con el cadáver del perro, ya corrompido, en brazos. Pedro/ Núñez, que estaba de guardia, tuvo que despojarle violentamente de la querida piltrafa y tirar al barranco aquel montón de carne infecta.»
José Díaz-Fernández, “Reo de muerte”, en El blocao. Novela de la guerra marroquí (1928), Madrid, Viamonte, 1998, pp. 103-109.

 GLOSARIO 2
    Un perro abandonado, fiel compañero del soldado identificado con él, será herido por un francotirador moro, por el propio teniente después y, finalmente, sacrificado por este.

   Narrado en primera persona por el sargento de complemento Arnedo (el trasunto del autor) desde un punto de mira autobiográfico, “Reo de muerte”, cap. 6 de El blocao y relato autónomo en sí mismo,  personifica (como a un ser humano) al perro abandonado mediante la prosopografía negativa (“flaco, larguirucho, antipático”) yetopeya positiva (“Pero tenía los ojos humanos y benévolos”o “el saludo de su cola”), que lo humanizan ascendiéndolo al grado de voluntario (“Parece un cazador” […] se puso también en la fila, como un soldado más”, “para consultar el silencio”, “y reconoció, ligero, cañadas y lomas”), al tiempo que se animaliza la luz (“como un insecto”). Herido por “los moros” (mala pata) en unasalida a la descubierta, la tropa proyecta en el heroico semoviente, apadrinado por el soldado Ojeda, su admiración por elhéroe (“El perro era el voluntario de todos los servicios peligrosos” o “los soldados desfilaban ante el perro y comentaban su hazaña con orgullo”), hasta la hipérbole (“En mi vida he visto un perro más inteligente”, dirá el soldado Pedro Núñez), tanto como su desprecio por el oficial(“Sólo para el teniente […] tuvo un gruñido de malhumor”), el teniente Compañón, irritable, insomne, enfermo (¿“enloquecido, cardíaco, sordo”, tan como diría el legionario de “El reaccionario”, por la infección de oído?) Sea como fuere, el caso es que en su caracterizaciónlos militares aparecencomo seres humanos individualizados, como complejos personajes redondos.

EL SECRETO DE SUS OJOS, CUERPO A TIERRA O POR MÍ Y MIS COMPAÑONES

“Ojeda le aguantó la mirada impávido. Yo no sé qué vería el teniente Compañón en sus ojos […]”
José Díaz-Fernández, “Reo de muerte” [El blocao, Viamonte, 1998, p. 107.]

 Al rechazo agresivo de la mascota de la tropa, reacciona el oficial con la degradación del perro, de palabra —“¡Cochino! —murmuró el oficial”— y obra —“hubo una escena repugnante”—: la revancha del orgullo herido, del amor propio ante la tropa y el perro —“los latigazos quedaron marcados con sangre en la piel del animal”, luego de la perrería—, despojado igualmente de cualquier connotación subjetiva —perro, animal, perro (3)—.
Más la venganza contra el valedor de la mascota, Ojeda, quien de hecho la ha adoptado.
    A punto de alcanzar el clímax de la escalada de violencia, “capturado” el perro por el asistente, degradado a la condición de enemigo moro (igual que “Logramos capturar a uno”) y conducido “a(aquel extraño) paseo”, “fuera del campamento”,el narrador se apiada de la víctima (atadas “las patas del tierno prisionero”con el cinturón desatado de una venganza a sangre fría) y deja en suspensola anécdota, conmocionado eincapaz de “aguantar la mirada impávido”, con/fundido a negro, cerrada ya la ventana indiscreta de ese espía periférico (“No quise ver más”)cuerpo a tierra (“casi arrastrándome”, como el perro “a rastras”)y tan ciego como el asistente [¿de rodaje?], ese testigo de cargo al que ve “taparse los ojos con horror”. Y, en un salto al presente, evoca el impacto en él de taldesgraciación con sucompasión por el compañero (‘que come el mismo pan”),muerto por Compañón (‘testículo’ o ‘cojón’, y únicos testigos de cargadel teniente, sin mayor argumentario que el testiculario, para el “pin pan pun”), antes de su regresoal pasado: salto atrás al recuerdo(tras la puesta en abismo temporal con/fundida con la puesta en abismo espacial del “fondo de la torrentera”, del barracón al barranco, ida sin vuelta)y la regresión mediante un símil al imaginario  pagano, anterior al moro y al cristiano.Y así,“Pido a mis dioses tutelares que no me pongan en trance de presenciar otra escena igual”, que se retrotrae a la anécdota en la que “No era extraño que los soldados le buscasenvíctimas como hacen algunas tribus para calmar la furia de sus dioses”, propios del politeísmo.

 ¿MUERTO EL PERRO SE ACABÓ LA RABIA (DEL HOMBRE)?

       “Después vuelve otra vez la locura de la sed, y luego una modorra que hace hervir los sesos y las entrañas y que a los cinco o seis días en una tarde de este mes —julio— se lo llevan a uno rabiando como un perro.” 
Ramón  J. Sender, Imán [p. 131.]

Y tras la elipsis —durante la cual el oficial ha apretado el gatillo contra el expiatorio perrillo (de paja)—, a trancas y barrancas —“Y como enloquecido”—, la proyección del sacrificio ¿ritual? del animal en el propio narrador, interiorizada por el sargento Arnedo—¿por un cardíaco?, “saltándome la sangre en las venas”—, por similitud figurada, panteísta, trágica, con el exterior, en una torrentera ¿ensordecedora?—“como el agua de las crecidas”—.

                                    BREVIARIO DE PODREDUMBRE

“Viance vuelve a cuatro manos al barranco, la rodilla herida en el aire, con cojera de perro, y se deja caer en la pendiente.”                 
Ramón J. Sender, Imán[p. 198.]

          Breviario de podredumbre.
                       Emil Cioran.

       Y mayor aún será la identificación del soldado Ojeda con el ecce can: con la mirada humillada —“los ojos bajos”—, a merced del fuego enemigo —“Reo de muerte”— en su particular viacrucis y que prefigura la propia muerte —“entre una nube de moscas”— en “el cadáver del perro” —¿exhumando?, ¿exhumano?—, insepulto,cuerpo en tierra de nadie — aterrado, desterrado, sin inhumar— “ya corrompido, en brazos”, degradado, cosificado “montón de carne infecta” dignificado por el oxímoron “querida piltrafa” (de la que hay que “despojarle violentamente”) en el(non sancto) campo léxico, extensivo hacia el “barranco”, del “breviario de podredumbre”.

 

     III.LA VIDA PERRA O MEMENTO (MORI) DEL SOLDADO IRRECONOCIBLE
 (TABLA LATERAL IZQUIERDA)

     “¿Está bien morir como un perro a los veintitrés años, abandonado de toda esa gentuza? […]
     Las sombras muerden, de verdad. Ve al otro andar a cuatro patas, gruñendo y cayendo de lado para alzarse después y seguir sin rumbo, como un triste animalejo.” 
Ramón J. Sender, Imán [p.166.]

«Sargento de regulares.—“Eh, Mohamed. Hay que respetar a los muertos.
      Soldado de regulares.—¿Y eso quién lo dice? Éste es un infiel.
      Sargento.—Pero murió peleando. No es un perro.”»
                                  Alfonso Zapico, La balada del norte 3[ pp. 42.]

TEXTICULARIO: LEYENDA3
     «“[…]
   “El  herido gime; luego, blasfema. No se ve nada. Sombras densas sobre las sombras claras, de red, de la alambrada. Un oficial se asoma:
—¿Qué pasa?
   El herido repite una vez más:
    —Llevo dos tiros. Soy de la primera compañía que habéis relevado. ¡Y esto no es Annual! ¡Ah, la hostia divina! ¡Si no es Annual es que todos estamos dejaos de la mano de Dios!
   —Ha llegado el relevo a Annual?
—¡Qué va a llegar! ¿No lo habéis visto? Yo soy de los mejor libraos.
[…]
  —Bueno, bueno. No quiero saber más. ¿Conservas el fusil?
  —Traigo tres.
  —Has cumplido con tu deber. Saca los cerrojos y tíralos aquí. Procura que caigan dentro del parapeto.
    Esa orden implica la seguridad de que los moros llegarán luego a la misma alambrada y pueden aprovechar los fusiles. Para el herido, es una sentencia de muerte. “[…]
   —No merezco morir como un perro, mi teniente.
—¡Te prohíbo que sigas hablando1
   El herido cambia de acento.
—¡A la orden!”  “[…] 
       ……………………………………….
   “Viance ve junto a la alambrada un armazón óseo recubierto a medias por la piel, con dos grandes zancas lívidas. El herido que regresó el día del relevo y que remataron y desnudaron los rebeldes.”» 
Ramón J. Sender, Imán (1930), Destino, 1988, pp. 106-108 y p. 120.

                                                       GLOSARIO 3
    Un soldado herido en una emboscada es abandonado fuera de la alambrada de una posición militar por el oficial de guardia, para evitar cualquier riesgo en su salvamento, y obligado a desarmarse, para no darle sus armas al enemigo cuando este sea capturado, por lo que se identificará a sí mismo con un perro al que se arroja indefenso a las fieras.

    Narrada en tercera persona, desde un punto de mirade observador objetivista, esta secuencia (y su epílogo, páginas después)  presenta lo que el sargento relator (en una trasposición del propio autor) ve (entrevé, de forma limitada, pues es noche cerrada) y lo que oye: la dramática llamada de un soldado superviviente del ataque a la columna del reciente relevo de la posición (como si en “Reo de muerte”, apareciera perdido en la noche uno de quienes abandonaron al perro), herido, con el botín de varios fusiles, sin más apelación a Dios que la blasfemia, renegando de Él—“¡Si [esto] no es Annual es que todos estamos dejaos de la mano de Dios!”—, a un paso del barranco del nihilismo. Y ello, en un tenso diálogo con el oficial que, tras recibir novedades, táctico y apegado por exceso de celo al reglamento, le ordena con parquedad castrense (parco heraldo de la Parca) inutilizar los fusiles para evitar que pueda usarlos el enemigo en el inminente ataque. Pues el teniente, haciendo oídos sordos a la previsible súplica del desahuciado, no piensa arriesgar la posición para rescatarlo de la alambrada: “Para el herido, es una sentencia de muerte”, única incursión mental del narrador behaviorista, pese a lo cual, más que juicio de valor subjetivo, es acotación informativa al diálogo dramático dirigida al lector, para hacerle conocer el alcance de semejante orden. Y único recurso de estilo, el símil autodegradanteen boca del ejemplar soldado desconocido: “No merezco morir como un perro, mi teniente”, sentenciado como “reo de muerte”. Moriturus te salutat!

                                         FRAGMENTOS A SU IMÁN

     “Pon que van a venir a ayudarnos o que estamos más tirados que un perro, como prefieras.”
Lorenzo Silva, El nombre de los nuestros [p. 182.]

Como epílogo, páginas después, y por encima del hombro del soldado protagonista,Viance, fragmentos a su imán (no al guía espiritual musulmán, sino a la piedra imán que atrae las desgracias), llega, con objetivismo forense, lacrónica de la muerte anunciada: cosificación  de “un” cadáver. La acotación informativa, igualmente sumaria, objetiva,  confirma por parte del sargento relator la identidad de la baja, con unosfragmentos de apocalipsis. Memento, pues,  más que “monumento al soldado”, y mucho más allá que “desconocido”, ignorado, ninguneado, irreconocible.

SACRIFICIOS INHUMANOS

    “Flaco, antipático, enloquecido o cardiaco…No era extraño  que buscasenvíctimas como hacen algunas tribus para calmar la furia de sus dioses. —No merezco morir como un perro.”
(Collage sincrético del diestro Santa Marina y los zurdos Díaz-Fernández y Sender.)
    La selección de relatos de entre autores significativos, sobre la “Guerra de África” —aquellas penosas maniobras  para la Guerra Civil española, entrenamiento a su vez para una contienda mundial entre totalitarismos—, así como su secuenciación cronológica a lo largo del periodo de entreguerras (hechos datados en 1921, narrados  en 1924, 1928 y 1930), permitía componer un retablo particular, ni extrapolable ni representativo, que recorre la identificación del reclutado forzoso con el perro, a merced del mando oficial de carrera, contada por un suboficial (casi todos) de complemento, escritor en ciernes en su bautismo de fuego, que pasa el testigo del narrador testigo a otro autobiográfico, en las “muertes de perro”, para acabar en observador objetivista en “morir como un perro”.
Distanciadas, así, desde la 1ª o 3ª persona, las tablas laterales; mucho más empática, la central.Prueba de ello es la progresión estilística antropomorfizadora hacia la hipérbole por parte de la tropa y la consiguiente degradación reificadora, una vez que toma parte activa el mando, mientras que las laterales no pasan más más allá del símil, con mucha mayor carga connotativa,la expresividad de la derecha; mucho más objetivo-denotativa, la izquierda, reservándose toda la des/carga emotiva para los parlamentos del personaje.

 

                  POR UN PERRO QUE MATÉ ME LLAMAN MATAPERROS

—¨´Esos no ser hermanos —repuso el moro—. Ésos ser perros.”
Lorenzo Silva, El nombre de los nuestros [p. 260.]

La sucesiva identificación del perro con elgenérico rebelde moro —en el capítulo de Tras el águila del César—, del soldado español con el perro sacrificado en el relato de El blocao y, por fin,del soldado español abandonado a los moros con el perro genérico en la secuencia de Imán, conlleva una interiorización progresiva de la deshumanización de los mandos militares, en una escalada (bélica) que va desde el odio deshumanizador del enemigo por parte del “reaccionario”, pasa por laconmiseración hacia la víctima de la venganza de un oficial y se cierra en la proyección sub speciecanisde la angustia del soldado abandonado por un oficial a su suerte a merced del enemigo.

 

                ¿CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA O PROSAS PROFANAS?
                                                                Y
 ¿LA CRUZADA DE LOS CANINOS O LA YIHAD Y LOS PERROS?

—“Y tú, ¿quién eres?
  —Dios. Yo soy Dios. ¿No lo ves en mi chilaba nueva, en mi albornoz blanco?
—Dios es español.
   —Me he pasado a los moros. Dios está siempre del lado del que puede más.”  
                                     Ramón J. Sender, Imán [p. 200.]

De la ausencia de Dios —¿lo que no se nombra no existe?— en “Un reaccionario” al existencialismo del díptico de Imán, pasando por el neo-paganismo de “Reo de muerte”.
   Se diría, pues, que si alguna vez hubo espíritu de Guerra Santa (de Cruzada, de Yihad) brilla por su ausencia en un  tríptico a caballo entre la ingenuidad de La Cruzada de los niños (Schwob) y la crueldad escolar militar de La ciudad y los perros (Vargas Llosa).

 

 DEL DIARIO MEMORIAL ANNUAL AL VALLE(-INCLÁN) DE LOS CAÍDOS
      «Soldado de regulares.—“A los españoles no les importamos un carajo. Somos unos moros de mierda. Nos utilizan para matar.
         Sargento.—Cállate.”»
                           Alfonso Zapico, La balada del norte 3 [p. 43.]

  —“Ha llegado el relevo a Annual?
—¡Qué va a llegar! ¿No lo habéis visto? Yo soy de los mejor libraos.”
 Ramón J. Sender, Imán [pp. 106-107.]

    Y esa evolución psicosocial recorre las tres perspectivas, los tres puntos de vistadel “esperpento”: el de la superioridad “en el aire”, el de la identificación humana “de pie” y el de la degradación inhumana “de rodillas”. Así, parte del diosecillo deshumanizado que hace perrerías al objeto de su sadismo, pasa por el hombre emperrado con un solo juguete con el que empatiza de igual a igual hasta su exhumación, elevándolo a sujeto, y muere con la degradación inhumana del sujeto, objeto de una sádica muerte de perro. Y esos tres puntos de mira se superponen en un momento histórico concreto (1921, inicio de la Guerra del Rif), escalonándose sucesivamente en la escritura: 1924, 1928 y 1930.

DE HOMBRES Y PERROS (MACHOS)
REGISTRO DE SALIDA
Los prejuicios son, como dijo alguien, el instinto de supervivencia de la inteligencia.Siempre que, sin renunciar a ellos, sepamos dejarlos a un lado para que no nos cieguen.  

   Así pues, para quien, ya sea por  prejuicios ideológicos que lo blindaran previamente ante cualquiera de los autores, ya por los perjuicios que pudiera implicar para una cabal contextualización desconocer su ideario político, baste recordar que Santa Marina es un falangista de la primera hora que recrea la vida de la Legión sin haberla conocido en la Guerra del Rif; Díaz-Fernández, diputado de Izquierda Republicana y radical-socialista, partidario del compromiso político —“El nuevo romanticismo”— y Sender, anarquista.
                                                      PREDELA
”Desde luego, afirmaban ahora todos, y no sólo los más optimistas, de lo que no podía caberle a nadie ninguna duda era de que la harka no volvería a resurgir.
   Pero por un instante, Molina la vio. Sintió su aliento, sofocado tras la barrera de las montañas; su amenaza, invisible como el ímpetu que movía a todos los seres a vivir y perecer. Y entonces supo que para él, como para todos los que la habían conocido, la harka no dejaría de existir nunca.”
Lorenzo Silva, El nombre de los nuestros [p. 285.]

 

 

 


 

 

Rif 

 

 

 
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