Siempre que termino de leer un libro de Isabel Bono pienso que es su mejor libro. Y siempre es verdad. Esto podría interpretarse como que en cada entrega -me refiero tanto a su poesía como a su narrativa- se supera. Y esto, a su vez, tendría alguna lógica si la cronología de creación y de publicación coincidiera. No es el caso. ‘Me muero’ (Bartleby Editores) es el último libro que publica la autora pero no el último que ha escrito. Pero hay algo en la escritura de Isabel Bono que hace que de forma natural, orgánica, todos sus escritos se impongan -con la aplastante carga de verdad que encierran sus palabras- en el presente, como si su escritura tuviera algo de visionaria y revisionista al mismo tiempo, dándole así un peso específico, muy actual, que nunca resulta anacrónico ni desfasado.
Tal vez una de las misiones de la poesía sea esa. Extraer la actualidad de las palabras para poder colocarlas y hacerlas útiles en cualquier momento, en cualquier tiempo. El último libro de Isabel Bono logra esto y muchas cosas más. Se reconoce en él su voz indiscutible, el tempo al que nos tiene acostumbrados, sus objetos vivos, que laten, fetiches que atraviesan toda su obra y nos muestran un paisaje de charcos, grúas, gatos, ramas, hojas secas y pájaros que, mientras lees se convierten en paisaje propio, conocido.
Con qué precisión zigzaguean los versos de Isabel Bono dentro del poema y los poemas dentro del libro y cada libro dentro de su propia obra. Cuando quieres darte cuenta ya has entrado en un universo poético del que no solo eres cómplice, testigo o receptor, sino algo más: parte. Ser parte de la escritura de Isabel Bono es ganar la batalla a la indiferencia con que tantos libros nos adormecen sin incomodarnos. La poesía de Isabel Bono no te deja dormirte, no permite que te amodorres porque la propuesta no es una línea recta por donde es sencillo transitar, sabiendo que el poeta está moviendo sus hilos, al otro lado, dispuesto a dártelo todo hecho, a resolverte el misterio. No, aquí el misterio ha de resolverlo el lector a través de las pistas que la poeta deja, como miguitas de pan, para que nos adentremos en su bosque hasta que, sin darte cuenta, adviertes que es también tu bosque. Escribe la poeta en ‘Noche de perros’, uno de los mejores poemas del libro y también uno de los mejores poemas que he leído nunca: coloqué una piedra bajo la almohada/ para que guiara mis sueños// soñé que un perro loco/ me atacaba por la espalda// y la piedra/ no me sirvió para defenderme. Es esa forma de combinar dos mundos confrontados, antitéticos -en este caso el del sueño y la realidad- y buscar el punto donde puedan tocarse, dialogar, la manera que emplea la poeta para servir su propuesta, siempre atrevida, original (en el mejor sentido de la palabra), huyendo del tópico y de lo manido, de la mirada unidireccional del poeta ensimismado o enmimismado.
Dialogan los títulos con el cuerpo del poema: unas veces atravesándolo, otras permitiendo que cumpla la función de elipsis entre lo nombrado y su desarrollo, y otras contradiciendo lo prometido con lo expuesto, trazando en el propio poema caminos inesperados, ofreciendo escenarios inéditos donde el misterio se acrecienta, como en el poema ‘peor es perderse en un huerto de alcachofas’ y en tantos otros que conforman este libro. Si yo tuviera que elegir perderme en un lugar -y no hablo en sentido figurado- elegiría perderme en un poema de Isabel Bono, donde perderse es, de alguna forma, haberse encontrado, vislumbrar una salida que apunta ‘hacia dentro’; no me refiero con esto a viajes interiores, todo lo contrario, el viaje, el verdadero, casi siempre se halla fuera de nosotros, en la mirada que proyectamos sobre esa manera en que la luz ilumina un objeto y deja todo lo demás en la penumbra. La poesía de Isabel Bono hace exactamente eso y por eso uno sale de ‘Me muero’ con la sensación de haber visto con claridad esa otra cara de las cosas que suele permanecer oculta, en la sombra o en ese rincón donde se te ha olvidado barrer y donde, seguramente, también hay material para un poema.
Escribe la poeta: pero yo no sé hablar de bosques/ pero yo no sé hablar de la nieve// yo solo sé de charcos, de gatos/ de hombres/ de pasos de cebra. Lo que reflejan los charcos es a veces más real que la realidad reflejada. Eso también sucede con los poemas de Isabel Bono, donde lo inmaterial, lo etéreo se corporiza: el tiempo es mercurio/ y voy a dejarlo caer entre mis dedos. Y así todo. Dándole la vuelta a la mirada. Mirando desde muchos sitios a la vez pero sabiendo muy bien lo que mira y conduciendo la mirada del lector con firmeza hasta la arquitectura líquida de sus versos.