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ISSN 1989-4163

NUMERO 120 - FEBRERO 2021

 

Reseteo

Inés Matute

En casa se recicla todo: tapones de plástico, envases y botellas de cristal, papeles y cartones, y, de un tiempo a esta parte, también se pone aparte lo estrictamente orgánico. Viene esto a explicar por qué destino un armarito a ir amontonando periódicos viejos, revistas y publicidad en general antes de pasar por el container. Y claro, para cuando me decido a darme el paseo hasta el punto de reciclaje, en ocasiones pasan meses. Meses que ahora parecen años, si se toma uno de esos periódicos, al azar, y se caza una noticia al vuelo. La noticia puede ser del pasado mes de mayo, o de un mes prepandemia, pero impepinablemente me viene a la cabeza el legendario inicio de Star Wars: “En una galaxia muy muy lejana….”.

Era otro mundo. También vivíamos ente convulsión y convulsión, pero con otra alegría y ganas de farra. Incluso teníamos la osadía de hacer planes y cuadrar agendas para tomar las vacaciones aprovechando ofertas de cruceros. Ahora ni se nos pasa por la cabeza porque, simplemente, son opciones que han dejado de ser viables. Personalmente, y dado que paso el noventa por ciento de mi tiempo en casa, he emprendido una guerra (que perderé) contra la tecnología. La vida de los nacidos antes de la era informática es un sinvivir constante. Antes, te gustaba la música y comprabas tus discos en tiendas (que casi han desaparecido) en las que podías permanecer media mañana pegada a unos cascos. Luego te llevabas el disco a casa como quien se lleva el Óscar a la mejor interpretación femenina y lo ponías una y otra vez hasta que tus hermanos pedían clemencia. Ahora, tienes que abrirte una cuenta en Spotify, hacerte una playlist, bajarte las canciones de la nube, comprobar que el formato es el correcto, conectar el Ipod (¿se dice así?) y salpimentarlo todo con muchos “cancelar”, “siguiente” y  “más tarde”. La cosa se vuelve tan agónica que te entra la nostalgia, buscas en televisión a la carta el programa de “Ismael y la banda del Mirlitón” y te compras una botella de Anís del mono, por si te da por imitarles. Y no lo descarto.

Para las películas, tres cuartos de lo mismo. Entre cables HDMI, plataformas y subscripciones, una ya va loca. Vale, la oferta es ilimitada y las opciones se presentan seductoras, pero por algún extraño motivo, y dado que lo de las palomitas en el cine queda en esa galaxia tan tan lejana, ayer me apeteció volver a ver “Cañas y Barro”  de entre las series que siempre están disponibles en TV española, y montármelo con una tarta de queso casera y pasar de la panadería de la esquina, donde se sortea el contagio en la cola.

No es que tenga una mente rígida que se bloquee ante el constante bombardeo tecnológico, pero he pasado de los cincuenta y sufro ataques de nostalgia. He llegado a suspirar por la sintonía de Movierecord, por el olorcillo rancio de las salas del cine Augusta y por las severas miradas de aquel vendedor de discos- Mauri, se llamaba- que consideraba que ya había escuchado seis canciones gratis y ya tocaba comprar el disco. Recuerdo aún, y esto ya son cosas de abuelita cebolleta, el primero que adquirí con las pesetillas arañadas a la paga: “Trespass”, de Génesis. Quería impresionar a un chico. Y debí conseguirlo, puesto que acabé casándome con él.

En fin. Con este batiburrillo de ideas solo vengo a resaltar que tengo la impresión de que antes las cosas eran más sencillas. Y que me toca las narices tener que operar con un banco virtual porque en las sucursales me piden que no vaya a darles la tabarra y que me descargue la app de una puñetera vez, que en los aeropuertos tenga que hacer el autochecking en lugar de tenderle un billete o mostrarle mi móvil a una azafata de tierra, que en las gasolineras ya no haya ni Cristo y que para ver una película tenga que bailotear entre dos o tres mandos y acabe encendiendo el aire acondicionado en pleno mes de enero. En fin. Volveré a las aventuras de Neleta y los Paloma. Hoy toca tarta de arándanos y con el horno, gracias a Dios, aún me apaño. Todo sea que se ponga a hablar o me haga una pedorreta.

 

 

 


 

 

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