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ISSN 1989-4163

NUMERO 120 - FEBRERO 2021

 

Pregúntale a la Taba

Edgard Cardoza

La Taba es quizá el más antiguo instrumento de adivinación conocido. Los enterados aseguran que desde los tiempos del tan celebrado Oráculo de Delfos su uso para develar misterios era ya de varios siglos, y que incluso el mismísimo Salomón, rey de Judea, consultaba en sus “tiradas” antes de tomar sus sabias y proverbiales decisiones.

    La Taba, a diferencia de otros recursos de su tipo, como hurgar en las entrañas de animales, atisbar la radiación de las estrellas o atizar el fuego para leer en sus cenizas, es un bártulo muy simple, pues consiste únicamente en un pequeño hueso de forma rectangular proveniente de una de las patas delanteras de un carnero. Para obtener respuestas bastan dos invocantes (de cercano parentesco entre sí) que arrojen el objeto aludido sobre un  breve cuadro de tierra plana mientras interrogan en voz alta sobre el tema que quieren resolver: ‘¿me irá bien en la aventura tal?’, por ejemplo. Y la Taba contesta las dos únicas opciones posibles, sí ó no. Sí, cuando caiga con la parte con menos imperfecciones hacia arriba. No, cuando suceda lo contrario.

   Antes, para iniciar la consulta, deberá haberse realizado un sencillo ritual consistente en saludar con las manos en posición adoratoria a cada uno de los cuatro puntos cardinales. Ah, y no crean que uno debe de ir por el mundo despellejando ovejas para arrancarles el consabido hueso de la suerte. La Taba, para quien sabe su uso, es una preciada joya que se ha ido heredando de generación en generación a través del primogénito de cada familia que es quien siempre preside la sesión adivinatoria (no necesariamente en calidad de sacerdote sino de simple guía o voz de las acciones). Solamente en caso de la pérdida irreparable del objeto es posible reponerlo, y esto sí, en una ceremonia bastante complicada: a la media noche del último día del año y a la luz de una fogata de Escobillo se destaza un carnero, mientras, la persona más anciana va nombrando uno a uno a los difuntos de la familia. Por cada nombre que el anciano invoca, lanza también un soplo al viento y una hoja de Ruda al centro de la hoguera y pide en cada caso bendiciones para todos. El grupo sólo participa repitiendo en coro la frase “danos tu misterio” después de cada pedimento... Finalmente, el viejo saca la Taba del carnero, la limpia de impurezas arrojándole tres buches de una infusión de Ruda con aguardiente de caña, la levanta a lo más alto en la punta de los dedos de su mano derecha y desde aquella posición cuasi celestial la arroja al fuego para bautizarla en las propiedades de la luz... Rescatada de las llamas y luego del obligado saludo colectivo a los cuatro puntos cardinales, tendremos ya una Taba para siglos.

    En lo personal, aunque soy el depositario de la Taba familiar por ser el primogénito y haber ya enterrado a todos mis ancianos, no he tenido que recurrir a tales ceremonias, pues durante varias generaciones la hemos sabido resguardar con celo fervoroso. Mi Taba, nuestra Taba, tiene más de cien años custodiándonos. Las grandes decisiones, los nombres venturosos, los negocios afortunados, y hasta los pasos en riesgo de desvío, son hijos agradecidos de mi Taba. Si hay algo que siempre he lamentado, es el hecho de no haberla podido consultar más a menudo debido a que en el acervo de sus reglas no escritas aunque presentes siempre en mi memoria, la principal es que “la Taba sólo debe ser invocada en asuntos de mayúscula importancia”. O sea que aún siendo un elemento de fácil consulta (si acudimos a ella con la fe requerida en estos casos), no es tampoco pregonera de chismes ni alcahueta de curiosidades. Mi Taba, como ya señalé, ha sido por cien años o más, la piedra -o el hueso- angular de la familia.

    Tan a cabalidad cumple mi Taba, que para no ser regla sin excepción se me ha puesto desbarrada últimamente. Sus tres o cuatro más recientes designios han fallado. Me ocupo en estos días de armar con el consenso de toda la familia los términos exactos de la pregunta que abordará tales tropiezos y habrá de volver todo a su cauce primordial.

    Y éste, que es sin duda un asunto mayor, deberemos consultarlo con la Taba.

 

 

 


 

 

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