Tras haber obtenido el máximo galardón en el concurso de poesía Ciudad de Irún en el año 1992, el caravaqueño Miguel Sánchez Robles vio publicado su libro al año siguiente con el título de Síndrome de tanto esperar tanto, donde ahonda en las líneas esenciales de su pensamiento lírico y vital… La vida sigue siendo contemplada como algo que nos abandonó inexorable hace años, y de cuyo recuerdo nos nutrimos con una sonrisa agria instalada en el corazón (“Vivimos expandidos en la melancolía”, nos dice el poeta en la página 16), mientras nos acecha por todos los flancos “el coma barbitúrico del tiempo” (página 35). Miguel, para concretar dichas intuiciones y visiones, elabora en este libro una serie de pequeñas biografías líricas, devastadas, puntuales, que beben de Cioran, Sartre y Borges, y que nos entregan a unos seres gangrenados por la úlcera del dolor: la tristeza camarera de Óscar; el suicidio larguísimo de Javier; el aburrimiento vital de Marta (“frágil como el hidrógeno y el vidrio”, retrata con dulzura en la página 36); la erosión interminable de Pedro. Son existencias truncas, pesarosas, sin norte y sin meta, insignificantes, que sirven como metáfora y resumen de otras no menos quebradizas: la tuya o la mía… En este infierno de desazón, “la soledad incendia las aceras” (página 55); y algunos (quién sabe si los más aguerridos o los más derrotados) se atreven a murmurar: “Todo va bien, tan sólo estamos muertos” (página 58)… Pocos poetas se han atrevido a enfrentarse con el espejo y con la vida de la manera contundente y desgarradora con la que lo hace Miguel Sánchez Robles. Solamente por eso ya ocuparía un lugar de excepción en la lírica española actual.