Está claro que los Monty Python no sienten el menor respeto por la Muerte, esa señora tan engreída, de ahí que se atrevieran a hacer números cómicos como el del hijo que va a enterrar a su madre y, cuando protesta por los precios de los ataúdes, el encargado de la funeraria le dice en voz baja que por qué no se come el cadáver. “Cruda no, por supuesto” explica en seguida el vendedor. “Le podemos dar algunas recetas”. En el último capítulo de El sentido de la vida, la propia Muerte llama a la puerta de la cabaña donde están reunidos dos matrimonios, alta, terrorífica, cubierta con un velo negro y portando una guadaña. Le abren la puerta, le preguntan quién es y responde con una cavernosa voz de ultratumba: “DEATH”. “Dice que es el señor Muerte” explica a voces la mujer que ha abierto la puerta. “Ah, el jardinero. Que pase”.
Ya que esa irreverencia ante las convenciones hipócritas de los sepelios no era una simple pose, en 1989 los cinco supervivientes del grupo despidieron al primero en marcharse, el genial Graham Chapman, mediante un hilarante y emotivo funeral que ha quedado como un hito histórico. Como explicó John Cleese durante la ceremonia, Chapman fue el primer cómico que dijo “fuck” en la BBC y ahora ellos iban a ser los primeros en decir “fuck” en un funeral británico. Siempre hay que mirar el lado brillante y alegre de la vida, cantaban los crucificados en el desenlace de La vida de Brian, y cuando la vida se acaba, entonces hay que mirar el lado alegre de la muerte.
Probablemente, los cuatro Python que quedan vivos (John Cleese, Eric Idle, Michael Palin y Terry Gilliam) estén ya demasiado viejos y dispersos para juntarse y hacer un homenaje parecido en el entierro de Terry Jones, que ha hecho mutis por el foro después de cuatro años de escurrirse hacia la nada. Puta mala suerte, le diagnosticaron una afasia primaria progresiva que le iba robando las palabras de la cabeza, a él, que era un mago de las palabras. Pero quién sabe, quizá se reúnan una vez más, después de todo, aunque sólo sea para decirles a los fans lo mismo que le decía la madre de Brian a los seguidores de su hijo: “A adorar a otra parte”.
De los innumerables roles que protagonizó Terry Jones, en el cine y en el Monty Python’s Flying Circus –el programa de la BBC que se alargó durante 4 temporadas y que sigue siendo el mayor espectáculo cómico que haya parido la televisión-, el de la madre de Brian resulta estrictamente inolvidable por su capacidad de ofender y escandalizar a todos los colectivos habidos y por haber, desde los fundamentalistas cristianos hasta las feministas radicales. No hay más que recordar aquel diálogo en que le preguntaban si la habían violado y la madre de Brian respondía: “Bueno, al principio sí”. Hoy día tendría la lapidación asegurada.
No sólo era un actor cómico extraordinario y, junto a Cleese, uno de los principales puntales creativos de los Monty Python, sino también el director que sacó adelante las tres mejores comedias del grupo: Los caballeros de la tabla cuadrada, El sentido de la vida y La vida de Brian. La última no sólo es la obra maestra del sexteto británico sino una auténtica carga de profundidad a base de carcajadas, una de las grandes comedias de todos los tiempos, al nivel de las cumbres de Chaplin, Keaton, los hermanos Marx, Lubitsch, Wilder, Berlanga, Allen, Risi o Monicelli. Anthony Burgess cuenta en sus memorias que prácticamente lo único bueno del Jesús de Nazaret de Zefirelli (donde trabajó de guionista sin que le hicieran mucho caso) es que, al terminar, les vendieron los decorados a los Monty Python a precio de saldo para que hicieran La vida de Brian. “La verdad” confesaba Burgess, “no me importaría nada haber firmado el guión”.
Tras la disolución del grupo, Jones dirigió algunas películas más, entre las que destacan Erik el vikingo, una encantadora comedia en la que también actuaban de secundarios él mismo y su amigo John Cleese, y El viento entre los sauces, donde llamó también a Eric Idle y a Michael Palin. En 1986 Jim Henson dirigió un guión de su puño y letra, Dentro del laberinto, una maravillosa historia de corte fantástico donde demuestra su capacidad para adaptarse al público infantil sin sacar a relucir en ningún momento su mitológica mala leche. Donde sí lo hizo fue en una célebre carta al London Observer en enero de 2003, en la que escribió que, siguiendo la lógica homicida de George Bush, iba a bombardear la calle donde vivía porque sospechaba que dos vecinos musulmanes eran terroristas. Cuando la Muerte se le presentó al fin con la guadaña, la enfermedad le impidió decir el último chiste: “Mira, el jardinero”. Pero seguro que lo habrá pensado.