León no es ciudad costera. Ningún océano baña sus arrabales. Pero pienso que a León, hace tiempo, arribaron pobladores de tierras circundantes en que el mar sí estaba presente. Asturias, Galicia, Portugal, cómo no. Tal vez aquellas gentes llevasen a León la humedad que da nombre a uno de sus
barrios más populares, el mismo en que tuve la fortuna, hace ya tiempo, de trasegar vino y conversación con el escritor Vicente Muñoz Álvarez. Sí, cierto, el Barrio Húmedo es más probable que deba su nombre al vino derramado en sus calles. Y sí, aunque Vicente es leonés, creo que se precia más de ser habitante de la tierra que de la ciudad en que nació.
Prologar una obra literaria del calibre de esta que tienes en tus manos carece de sentido. Prologar lo que no necesita presentación. Presentar a quien no precisa introducción alguna, si es que de literatura hablamos. De ahí la digresión inicial. Porque, puestos a escribir sobre esta “Travesía” de Vicente Muñoz Álvarez, ¿por qué no escribir, también, sobre él? ¿Por qué no inventarle la mitología que ya debería ostentar pero que él mismo se niega? Y es que por las venas de Vicente, estoy seguro, corre la sangre de esos antiguos pobladores costeños que llegaron a León y, huérfanos ya de mar, rescataron la brisa entre mareas de taberna y aguaceros de charla, en el Barrio Húmedo.
En sus tabernas, sin duda, fue forjando el poeta la leyenda que merece. Allí recuperó su memoria de oleajes, iniciando honesta y ejemplar travesía por las tormentas de la literatura. Allí, escuchando otras vidas, compartiendo la suya, comprendió que todas merecen ser escritas y decidió volcarlas en las páginas de sus libros. Allí, cual Nemo de las letras, emprendió una singladura que sólo pretende rescatar de las profundidades los misterios de este húmedo vaivén en que muchos naufragamos y del que sólo unos pocos logran salir a flote. Esta marea que unos llaman literatura, y otros vida, sin comprender que es lo mismo. Porque la literatura será vida, o no será, y Vicente lo sabe desde hace
años.
Él comprende la dureza de la vida en alta mar, a pesar de tener los pies muy en la tierra. Y cada nuevo libro suyo es un desbrozar mareas. Cada nuevo volumen un stevensoniano mapa del tesoro.
Cada nuevo poemario un descenso a los abismos del Maelström. Bien podría hacer suya, el poeta leonés, aquella frase con que Pompeyo arengó a sus marineros para que enfrentaran las fauces de una mar encolerizada: “Navegar es necesario, vivir no lo es”. Así arenga él a sus lectores, porque sabe que aunque navegando podríamos encontrar la muerte, si no lo hacemos será sólo para descubrir que ya estamos muertos.
La poética de Vicente Muñoz Álvarez surca con denuedo y delicadeza la literatura del yo, que es, al fin, el mejor vehículo para expresar el nosotros. Esta “Travesía” es ejemplo magistral de dicha literatura. Y el autor nos abre las puertas de la nave que conduce, invitándonos a contemplar su vida para que comprendamos que no es tan distinta de la nuestra, que él sólo es el capitán porque ha decidido seguir navegando, contra viento y marea. Tal vez así aprenderemos a navegar nosotros, sus grumetes, sus lectores, como él aprendió de sus Maestros Antiguos y se encarga de confirmar en cada nuevo libro. Más aún en este que nos ocupa, donde cada párrafo adquiere esa musicalidad tan cara a su amado Thomas Bernhard, esa apariencia de sencillez bajo la que anida la perfección de lo complejo.
“Travesía”, a pesar de su nombre, no es libro de viajes. Es un libro que narra el viaje de una vida, el de cualquier vida, el de la tuya o la mía. Y la del autor, por supuesto, con todo lo que de audaz tiene el acto de asomarse a uno mismo para dolerse y alborozarse, para comprenderse y malinterpretarse, para sorprenderse incluso al ver que la imagen que devuelve el espejo nada tiene que ver con el propio rostro. Desnudo frente al oleaje de la vida, asido al timón, Vicente nos muestra sus heridas de guerra, recuerdos de ese batallar contra una mar que es a la vez esperanza y perdición. A veces, enfrenta batalla. Otras, se deja mecer por la marea. Y el lector, atrapado de inmediato en las redes de su prosa poética, tendrá ocasión de ambas cosas y, sobre todo, la fortuna de abrir un libro al que poder regresar cada cierto tiempo… tal vez lo más valioso que la literatura puede ofrecernos: la relectura.
Como las olas que tanto le obsesionan, como la marea, este texto que arrasa o balancea, o ambas cosas, o una u otra dependiendo de cuándo se lea. Así van y vienen y se acercan y alejan las palabras que Vicente dibuja sobre la página como en un memorable fresco que reflejase el torbellino al que se asoma toda vida, con sus dudas, sus dicotomías, sus contradicciones. El mar, pues, en sus
venas, aunque parezca no salir del puerto de su León natal.
No olvidemos: “travesía” puede ser “un viaje por mar”, o “una callejuela que atraviesa entre dos calles principales”… cualquiera del Barrio Húmedo, por ejemplo. Pero también, y más en estas páginas, “un camino transversal entre otros dos”. Este por el que el autor nos conduce sorteando sus alegrías y aflicciones, sus esperanzas y decepciones, para descubrirnos todo lo que de bello puede tener la vida. En sus páginas habita la humedad del salitre, pero también la del vino. La ventisca de la decepción, sí, pero también la brisa de la esperanza. Vicente Muñoz Álvarez alcanza, con esta obra, una cima en que la más vital de las filosofías se declama con inigualable voz poética.
Ya dije que carece de sentido prologar “Travesía”. El único sentido que le encuentro a este texto es invitarte, lector, a formar parte de la tripulación. Después, finalizado el viaje, comprenderás que todos podemos ser poetas, pero no dejarás de exclamar, como ya hiciese aquel otro Maestro:
“¡Oh capitán! ¡Mi capitán!”