“I believe I will go back home
And be the servant of the Lord”
The Prodigal Son, Ry Cooder
Un flexo que ha malgastado toda su vida ansiando alumbrar. Un cuarto deseando ser escenario de historias con preguntas y respuestas. Un frutero con frutas de fuera de temporada. Dos personas intercambiables. Suena en bucle semi infinito The Prodigal Son de Ry Cooder.
-¿Le gusta Ry Cooder? Da cierta solemnidad y profundidad a las historias. Las falsas, las verdaderas y las que se quedan en el límite entre ambas. Gran especialista en bandas sonoras. ¿Por qué originó usted el fuego?
-Porque no había luz al final del túnel. Solo una casa oscura al borde del acantilado y con un paragüero serigrafiado con constelaciones a mano izquierda conforme franqueabas la puerta que la unía a su vez al túnel.
-¿De qué túnel habla?
-De los que sortean obstáculos para poder entrar y después intentar salir.
- ¿Atisbo contradicciones o anda con rodeos?
-No, soy recto. Hablo en plan metafórico rayando lo simbólico. Son los rodeos los que buscan su rectitud. Cuanto más largos son los túneles, más rectos, no como los ríos que con sus meandros intentan borrar las pistas acerca del paradero de su desembocadura. Eso sí, absolutamente iluminada. Cuestión de supervivencia ante los depredadores.
-¿Qué ríos? ¿Aventura una coartada? ¿Lo hizo? ¿El túnel desembocaba en la casa?
-Sí. Hay veces que no sé me ocurren más versiones de la misma historia. En blanco me gustaría quedarme. Con los interrogatorios, al final te acostumbras y en el último momento siempre irrumpe una flamante, fulgurante y refulgente versión. El último momento desencadena la última versión. Es un axioma.
-Veo que ha pasado por muchos interrogatorios y siempre por el mismo caso. ¿Cuál es el móvil? Pero sobre todo, insisto con el flexo apuntando a su rostro, ¿cuál es su coartada? ¿Quiere café?
-No, el café confunde y delata. Quiero cacao, en bruto, recién desplomado del árbol donde ha crecido, salvaje como antes de llegar a ser chocolate. El chocolate es una excusa para ser feliz a la fuerza. Un placebo poderoso.
-¿Va a confesar? Al menos detálleme el escenario del crimen
-¿Qué crimen? Mmmm… Esto me motiva para una nueva versión. Era una noche turbia de esas noches recién agitadas, de las que no depositan su poso negro hasta el día siguiente. Y pájaros, siempre pájaros.
-¿Pájaros negros azabache brillante?
-Bueno, también había pájaros negros azabache mate alicortados. Lo normal. Y también pivotes de esos de tráfico con sus franjas rojas y blancas orientadoras que susurraban a través de su vaho una niebla densa y parda, de las nieblas densas y pardas de toda la vida porque no aciertas a asegurar hacia donde se encaminan. La niebla es la antesala de la tiniebla. Pero, a lo que vamos, de momento se sublimó ella, ella, ella, ella, ella, ella, ella y portaba una linterna de puntero que enfocaba a los faros del acantilado. ¿He dicho enfocaba? No, los encañonaba. Encañonaba con su linterna a esos faros. Los sentenciaba como una profesional. Luego sonó por la megafonía de alarma de los faros lo que suele sonar siempre: “Algo de mí se está muriendo”. Y después usted me condujo aquí.
-“Quiero vivir, quiero vivir”.
-Va comprendiendo. Esa canción me encanta, sobre todo el estribillo. Los estribillos recalcan desesperadamente los deseos y sus incertidumbres adosadas a ellos. Sí, fui yo. Circunstancias. Yo provoqué el incendio. Ella quería ver y atravesar los espejismos del desierto de Lawrence de Arabia y yo ver y crepitar durante El coloso en llamas. Eso lo precipitó todo. El calor. ¿Lo entiende verdad? Empuñé la antorcha impregnada de brea, brea negra del color que anticipa su propósito: luz. Y me dejé llevar.
-Usted tiene la fiebre.
-¿Es de asuntos internos, verdad?
-Sí.
-¿Ve cómo va empezando a comprender? Espóseme.