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ISSN 1989-4163

NUMERO 100 - FEBRERO 2019

La Invención de Morel

Joaquín Lloréns

Autor: Adolfo Bioy Casares. 1940

Si hay un grupo literario en el cual cualquier escritor quisiera haber sido admitido es el que formaron Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Sus tertulias debieron ser pura maravilla. Cada uno de ellos por separado y en colaboraciones (que tuvieron muchas) son un referente fundamental de la escritura en español del siglo XX. De Borges, narrador de imaginación desbordante y cultura enciclopédica, se ha dicho que el que no le hubieran concedido el Nobel es un blasón que deshonra el famoso premio sueco. Su prosa es un prodigio de imaginación. Que un escritor de esa altura escribiera en el prólogo de “La invención de Morel” «no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta» os dará una idea del libro hoy nos ocupa. Una novela de apenas 80 páginas que brilla con el fulgor de una supernova. Bioy Casares y Silvina Ocampo han permanecido en segundo plano frente a Borges, pero leyendo sus obras uno duda a veces de lo justo de esa circunstancia.

“La invención de Morel” es uno de los mejores libros de Bioy Casares, aunque entre sus obras hay varias que hacen palidecer de envidia a alguien que, como yo, ha intentado llenar sus páginas de imaginación, tramas y psicologías. Nadie debería dejar de leer también “Plan de evasión” y “Diario de la guerra del cerdo”. O mejor aún, leer sus obras completas, como yo hice con auténtico deleite hace algunos años.

Hay muchos aspectos de “La invención de Morel” que me subyugan. Uno es comienzo de la misma. Las reflexiones de un fugado de la justicia condenado a cadena perpetua en una isla desierta e inhóspita con algunas construcciones abandonadas, parecen llevarnos a la idea de que la historia va a derivar por unos derroteros que, al poco, pasan a ser secundarios aunque no desaparezcan. Es interesante que en esa novela de 1940, ya en sus primeras páginas, dentro de ese inicio que oculta la auténtica trama fantástica, Bioy Casares haga una reflexión que yo suscribiría hoy: «El mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos».

De pronto, en esa isla en la que las grandes mareas despiertan con un ahogo al protagonista, aparece un grupo de personas que actúan de un modo incomprensible. El fugado las espía bajo la sospecha de que son agentes de la autoridad que le buscan. Una de ellas, Faustine, «con la sensualidad de cíngara» fascina al protagonista. «Semidesnuda, Faustine es una mujer ilimitadamente hermosa». Según pasan los días, reflexiona; «Es ya molesto cómo quiero a esta mujer (y ridículo: no hemos hablado ni una vez)». No consigo evitar de ver en esta enigmática Faustine una especie de alter ego que casi una década más se convertiría en la Beatriz de El aleph de Borges. Un amor tan absoluto que ha de luchar frente a la indiferencia. ¿Darías tu vida solo por forma parte de la vida de tu amada aunque esta ni siquiera fuera consciente de ti?

 Sin embargo, cuando se confronta con Faustine o se da de bruces con alguno de los otros, (uno de los cuales se apellida Morel) estos actúan con actitudes inexplicables, «las conversaciones se repiten; son injustificables». Esos aparentes sinsentidos hacen que el protagonista acabe llegando a varias posibles explicaciones: «Que yo tenga la famosa peste; sus efectos en la imaginación…». «Que el aire pervertido de los bajos y una deficiente alimentación me hayan vuelto invisible…». «… que pudiera tratarse de seres de otra naturaleza, de otro planeta…». Que «Yo estaba en un manicomio… Por momentos yo sabía que estaba en la isla; por momentos creía estar en el manicomio; por momentos, era el director del manicomio». «…los intrusos serían un grupo de muertos amigos; yo, un viajero como Dante…».

A base de incursiones en la casa que aquellas personas parecen habitar en ocasiones, el protagonista sigue enfrentándose a circunstancias inexplicables: «cortinas que no se mueven… picaportes inexorables… Las dos lunas y los dos soles se vieron al siguiente día..». El fugado acaba descubriendo la verdad: todo aquello lo explica “La invención de Morel”. El descubrimiento hace pasar al protagonista por estados de ánimo contradictorios y finalmente le hacen tomar una decisión que le hará formar parte por la eternidad de unos hechos de los que nadie podrá saber que realmente no eran suyos. ¿O sí?

“La invención de Morel” es uno de esos libros que nadie debería morirse sin leer y sin dejar de pensar sobre las reflexiones y decisiones de su protagonista y de cuáles haría y tomaría uno en similares circunstancias. Una hipótesis de la eternidad que podría ser acaso la misma vida que uno está viviendo al leer estas palabras.

 

 

 


La invención de Morel

 

 

 

 

 

 
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