A Juan Carlos Valera, patafísico
“Después de la Primera Guerra Mundial se extendieron por Europa el comunismo y el fascismo, porque mucha gente pensaba que el viejo mundo estaba podrido y que había que buscar nuevos caminos y que el régimen democrático no había podido evitar una guerra mundial”
EUROPEANA, Patrik Ourednik
En 1917, Sherlock Holmes, sentado al borde del lago Ness, contempla embelesado la superficie del agua. Reconoce los pasos de su amigo que, a pesar de la edad, aún mantienen la firmeza del golpe con el talón derecho, seguido del suave deslizamiento del pie izquierdo.
No se gira para recibirlo, está seguro que es él. Interpone su espalda como un muro para que se detenga, sin abrazos ni sentimentalismos, y se obligue a escucharlo:
-Sopla viento del Este, un viento crudo y frío, como nunca se ha visto soplar... Watson, querido amigo, agradezco mucho que haya venido, el tiempo se acaba. Estamos en guerra y era previsible mucho antes de que empezase, pero no pude impedirlo porque me equivoqué. Yo había ordenado el mundo según unos principios y previsiones lógicas, pero ellos apelaron a lo irracional. Como única estrategia les bastó repetir solo una palabra: “Empujad, empujad...”, sin otro argumento, pero ha sido suficiente, ya lo ve.
Mi fracaso arrancó donde siempre ha empezado todo, en el 221 B de Baker Street. Era aquella una mañana de finales de noviembre de 1896, diluviaba y me pareció extraño que aún así llamaran a la puerta. Yo tocaba el violín con el desasosiego de una bestia con hambre inconmensurable porque ya sabe usted que así es mi estado de ánimo cuando estoy aburrido. Al momento, la señora Hudson me interrumpió para entregarme un sobre con un remitente: Irene Adler, sin dirección alguna de su paradero. Dentro había una entrada del teatro L’Oeuvre, en Paris, para el estreno de una obra titulada Ubú rey, de un tal Alfred Jarry. Ninguna nota explicaba la intención de aquello.
Viniendo de Irene Adler y su mente calculadora, fría y arrogante, consideré que me retaba a que averiguase donde estaba el misterio y que luego lo resolviera. Esa mujer, que siempre ha mantenido espías en Londres, sabía que yo no estaba trabajando en ningún caso y que eso me provocaba depresión e inducía a la cocaína. Ella procuraba mantenerme activo porque, en el fondo, cuidaba de mí para mostrar su superioridad.
Acepté el juego. Leí primero el libreto de la obra, Ubú rey, que ya se había publicado antes del estreno en la revista Livre d’Art, y llegué al convencimiento de que aquello era un absurdo, carente de lógica y de gracia. Ubú es un personaje grotesco, insensato y de comportamiento vertiginoso. Más bien, pensé entonces que Irene se burlaba de mí. Yo tenía una mente estructurada y lógica, pero el rey Ubú era todo lo contrario. ¡Por Dios, Watson, imagine al protagonista con un cono en la cabeza y una enorme panza; irreflexivo, traidor, cruel y cobarde, que hasta inventaba palabras y que todo él, en su conjunto, parecía un cucharón removiendo la locura...! ¿Podía conciliarse aquello con alguna lógica? No, de hecho, me pareció normal que la obra durase solo dos días en cartel... Sí, Irene Adler estaba burlándose de mí, desde mi casa yo imaginaba sus risas, era una broma, un maldito chiste que compartía conmigo, no cabía otra explicación... No le di más trascendencia y entonces se interpuso además aquel interesante caso que usted, Watson, tituló “El tres cuartos desaparecido”, lo que ya ocupó totalmente mi atención y me distrajo de cualquier otro asunto...
No le voy a ocultar el fetichismo que siempre he tenido por todo lo que se ha referido a esa mujer, cuya inteligencia me sedujo hasta el punto de admitir con gusto mi derrota en el asunto de las cartas privadas del rey de Bohemia. Aquella vez sentí un extraño placer al someterme ante ella. Me dejó una desesperanza y un anhelo que después me incitó a humillarme ante otras mujeres, incluso que me azotasen desnudo atado a la cama o practicasen aberraciones peores. Probé esas desviaciones sexuales, pero eran otros latigazos, más intelectuales y menos físicos, los que me excitaban. A ninguna otra mujer pude sentirla a la altura de Irene Adler.
Perdone, Watson, estoy divagando... Quiero decir que en mi vida nunca he dejado de darle vueltas en la cabeza a todo lo relacionado con Irene Adler, por lo que también siguió obsesionándome Ubú rey.
Años después, recapacitando sobre Ubú rey, acaricié la posibilidad de que la obra pudiera contener un código secreto. Exploré lo que pude en los estudios del irracionalismo, desde Schopenhauer hasta Bergson, pasando por Nietzsche. Ninguno me convenció, porque yo sí que puedo entender que un hombre se comporte al margen de la lógica por debilidad, ignorancia o provecho, son vicios de la naturaleza humana; pero no admito que nadie proclame ostentosamente, como pretenden aquellos filósofos, que la razón no sirve para conocer la realidad, ni mucho menos admito que la realidad en sí misma sea ilógica o cambiante. Un hombre puede estar loco, o ser un enfermo o un delincuente, pero la locura no puede ser el espejo de la verdad. No, Watson, la filosofía racionalista de Hegel es tan elemental que cualquier otra que se le oponga no puede tomarse como seria y fundamentada.
Sin embargo, para mi asombro, al adentrarme en el entorno de esa patraña que era la obra Ubú rey, descubrí que el irracionalismo se aceptaba ya como método de conocimiento. Sus efectos perniciosos calaban ya en la cultura y la política. Se abría paso al esperpento y yo sospeché que aquello no era casualidad sino fruto de un plan premeditado. Fue entonces cuando entendí tardíamente que la intención de Irene Adler, al enviarme la entrada para el teatro, era advertirme de que existía una estrategia maligna detrás de aquello.
Los vínculos de Moriarty con Nietzsche son evidentes, incluso personales, hasta el punto de que yo mismo en su momento dudé de si el genio del mal era uno u otro. Descarté a Nietzsche porque él vivía demasiado atormentado, le faltaba la frialdad y la diabólica ambición que sí tenía Moriarty. Habían mantenido una correspondencia intensa y deduje que James Moriarty utilizó a Nietzsche para levantar sus proclamas incendiarias sobre el irracionalismo.
Pero si Nietzsche era un loco convencido de sus falacias, Moriarty no lo era y pretendía conducirnos al abismo.
Al principio calculé, con exceso de optimismo, que esa filosofía del irracionalismo iba a fracasar en la vida real. Di por sentado que la sinrazón y el disparate no dejarían de ser teorías extravagantes, un juego para artistas e intelectuales ociosos. La gente, por supuesto, conservaría el sentido común, el valor de lo práctico.
Me tranquilicé pensando que además la muerte de Moriarty en las cataratas Reichenbach había impedido, en todo caso, que completase su plan maquiavélico. La fase teórica del irracionalismo, que él había desencadenado, quedaría angostada y sin trascender... al menos eso creía yo hasta que me sorprendió la guerra.
Desde el 14 esta guerra ha extendido la incoherencia y ha provocado que la gente pierda la confianza en el sentido común. Lea las noticias, querido amigo, eso no es una guerra, esto es un teatro absurdo, anárquico y salvaje. Antes Verdún y ahora el Somme, las batallas son carnicerías, Hegel se pegaría un tiro en cualquier trinchera y con razón Nietzsche previno que Dios ha muerto...
Tardíamente advierto que el plan malvado de Moriarty ha funcionado. ¿Acaso los hombres desertan en masa? No, los soldados resisten. La guerra no acabará con la humanidad, es solo que esta guerra está forjando a un nuevo ser humano, descreído pero ansioso, enfurecido con sus semejantes y mucho más violento... Quedará un hombre irracional, sin fe en la democracia o en el progreso, un hombre arcaico que solo hará uso de la intuición, el capricho y la mentira.
En la posguerra, ese hombre confuso y sin cerebro sentirá miedo y reclamará protección, pero solo hay un modo de imponer el orden en el caos y es con la tiranía. Un dictador es el único que puede imponer que sus disparates prevalezcan sobre los disparates de los demás. Este era el plan de Moriarty, haber respondido a la llamada de los hombres irracionales que está creando y entonces dominar el mundo. Yo maté a John Moriarty pero otro ocupará su lugar, porque el reguero de pólvora ya avanza ardiendo hacia la explosión final.
Lea las noticias que nos llegan, querido amigo, vea cómo se extienden las teorías del absurdo. Un alemán, Hugo Ball, acaba de proclamar el Dadaísmo, que es la supremacía de lo ilógico. ¿Sabe dónde se ha anunciado el Dadaismo? La proclama se ha lanzado desde Zurich, cerca de las cataratas Reichenbach... ¿Acaso no es un homenaje a su mentor, Moriarty? El genio del mal debe estar riéndose de todos nosotros, burlándose especialmente de mí, desde el fondo de las cataratas...
Yo, Sherlock Holmes, he desentrañado la última y más peligrosa estratagema de Moriarty, el irracionalismo, pero es tarde. Los cañones ya nos impiden actuar, solo podemos esperar lo siguiente: el advenimiento de la tiranía...
-Holmes, a pesar de nuestra edad, lucharemos contra ello...
-No, Watson, aún hay más, mi derrota más dolorosa es otra... Fíjese en la entrada al Ubú rey. Lea lo que está escrito: Fila 20, butaca cinco... ¿No lo recuerda? Es el día que Irene Adler entró en mi vida, el veinte de mayo. Se trataba de una cita, querido amigo, solo de eso... ¿Intrigas internacionales? ¿El genio del mal? Es cierto que he resuelto el misterio del irracionalismo pero ha sido a través de una pista falsa. La entrada que me envió era otra cosa, se trataba únicamente de una inocente propuesta para ir al teatro pero no me di cuenta. La semana pasada recibí la noticia de la muerte de Irene Adler. Su abogado me comunicaba que su última voluntad fue hacerme llegar el resguardo para la butaca 6, fila 20 de aquella sesión de teatro, la entrada que ella utilizó... ¿Lo comprende ahora? Ella estuvo allí, esperándome...
-Oh, Holmes, cuanto lo siento... –responde un atribulado Watson, que ya no se atreve a añadir nada.
-No se preocupe por mí... –levanta la palma de la mano para pedir tiempo y atención a lo que trata de seguir contando, no quiere que lo distraigan-. El motor del mundo es la belleza. Una mente racional, fría y calculadora, no es bastante... También los sentimientos impulsan las decisiones, he tardado demasiado en comprenderlo... Las emociones hacen brillar las verdades... Sin embargo, puede que no se trate tanto de una convicción, querido amigo, sino de la necesidad que siento ahora... Tengo que compensar todos mis anteriores actos racionales... Mostrarle a Irene Adler que yo también gozo con el empuje de lo sublime... Es lo que ella hubiera esperado de mí... Necesito un acto final prodigioso para pedirle perdón por mi torpeza... Agradezco que haya acudido a mi llamada. No puede impedirme que muera por el veneno que ya he tomado, pero enseguida será testigo de mi muerte... y de cómo entonces el monstruo surgirá del lago Ness para recoger mi cadáver y volverá a hundirse.
-Pero Holmes, déjeme que lo ayude, es posible que haya un antídoto... Vayamos dentro de la casa, aquí hace mucho frio. No debe dejarse arrastrar por lo irracional, sabe perfectamente que no existe ningún monstruo en el lago.
-Querido amigo, sigo siendo Sherlock Holmes, lo tengo todo calculado... El monstruo no es un asesino, sepa que es carroñero y que está esperándome a este lado del lago... Atisbo su sombra bajo la superficie... Quédese ahora conmigo, hágame compañía, pero cuando yo cierre los ojos y caiga, apártese... porque el monstruo surgirá y se alimentara de mi cuerpo en las profundidades.