… pues ya hace de tu palabra tantos treinta años
como del silencio yace tu hueco
Vivimos antes de vivir,
constante vivir del miedo,
ansia que aún no sé si viviré
Pablo de Sotomenor:
Érase la noche henchida de tormentas,
lloviendo silencios en la pantalla de tu piel
Baobab celibataire
«Un día las madres dejan de darte el beso de buenas noches»: David Trueba: Tierra de campos
«ORFEO: Sabrás entonces que un hombre no sabe qué hacer con la muerte.
[…]
«BACANTE: No sabes qué hacer con la muerte, Orfeo, y tu pensamiento es solo muerte. Hubo un tiempo en que la fiesta nos tornaba inmortales»: Cesare Pavese: El inconsolable
*
…Y en ese mal día, al que hemos empujado
con toda la fuerza del rubor,
se despeña el silencio por la cama
y va a parar, mortal, a la laguna de los sueños.
Ese día en el que aprendimos a quedar más solos:
el oído en la almohada del primer nombre de mujer
apenas desplaza su caricia hasta los insomnios de la noche
como un deshielo sin ruidos, rompiendo cristales de frío.
Ya no es tiempo de fiestas inmortales,
de aquella ebriedad de noches jugando
a ocultar los relojes debajo de la torpe colcha,
detrás de tus besos, o entre el fulgor de aquellas fiestas.
No, ya no es tiempo, porque el hígado toma su nombre,
la cabeza se olvida de los apellidos,
la lengua disipa la boca de los sabores
y la sobria ebriedad de los besos perdidos.
Ahora es el momento de la cólera contra los dioses
que nos han dejado sin un racimo de Tiempo,
estrechados contra las cuerdas de un lunes muy lento,
hundidos bajo el infierno tímido de los silencios,
asocairados al abrazo falso de la luna que enmienda
su pleamar a solas.
Necesitaríamos cambiar el carné de identidad
y renovar a todos nuestros muertos al lado
para que acudan por las noches a darnos aquel beso.
Entonces sí que la fiesta nos tornaría inmortales,
así de supérstites hasta que no nos faltaran
madrugadas asoladas para llorar,
la tarde a mansalva de las caléndulas,
La fugacidad eterna de la muerte,
la Serra Gelada esculpiendo olores,
o el Babobab celibataire con un Narciso en su jardín.
Entre abismos de perfumes
y en Eco orillas furtivas,
a pesar de ese miedo que viene cantando
por todas los andenes decapitados,
nos quedaremos una estación más
para ver tu mundo pintado de carmines
y de andenes de besos.
Y es que con una palmada en el hombro
me llego a reconciliar conmigo,
pues ya hace de tu palabra tantos treinta años
como del silencio yace tu hueco.
No sabes qué hacer con la muerte,
y tú, yo, no somos Orfeo.
Tal vez perdimos a nuestra Eurídice en la última bacanal de un suicidio,
cuando los nombres cambiaron de vida, de número de teléfono
y los móviles e Internet anunciaron la era sin bacantes,
el tiempo de los desnudos grises y los dientes trémulos sin deseos,
las mandíbulas al aire seco entre dunas vacías de palabras,
el ocaso sin fin de la luna extirpada de su luz en forma de error.
No sabes qué hacer con la muerte, más que estar presente, y no huir el día de su cita.
Tal vez allí, con Orfeo, Eurídice, la fiesta inmortal, con todos tus muertos,
para ver tu mundo pintado de carmines,
nos podamos dar el último beso de buenas noches.
¿O no nos dejará la Muerte?