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ISSN 1989-4163

NUMERO 90 - FEBRERO 2018

Vivir en la Trola

Inés Matute

A psicólogos y a coaches nos fascina la capacidad del ser humano para dejarse engañar -y más frecuentemente autoengañar- por mentiras y delirios. Gracias a estos quiebros mentales, más o menos elaborados, justificamos nuestros prejuicios o fabricamos una versión de la realidad capaz de acolcharnos la vida. Mi trabajo, en concreto, consiste en hacer preguntas para desenmascarar al mentiroso/manipulador interno, ese que nos hace creer lo que nos conviene impidiéndonos enfrentarnos a la realidad, entendiéndose por realidad algo que cada cual vive a su manera y por lo tanto digiere subjetivamente. Y desde el núcleo duro, desde el dolor de la verdad desenmascarada, buscar recursos para salir a flote. La cadena de preguntas parece no tener fin. Detrás de cada objetivo, late un metaobjetivo o un subobjetivo, una nueva fábula que sin cesar nos repetimos. La mentira como anestésico y modo de vida. La versión. El yo idealizado y siempre inocente.

En alguna parte leí que el poeta neoyorkino Delmore Schwartz estaba convencido de que Rockefeller (sí, “ese” Rockefeller) le enviaba emisiones de rayos X desde el Empire State building con el propósito de destruir su cerebro. El cerebro del señor Schwartz llevaba mucho tiempo operando bajo mínimos, dado que era un alcohólico acosado por la manía persecutoria y los delirios de grandeza, pero gracias a esta fantasía encontró el modo de justificar su fracaso como poeta e intelectual; el fin de su carrera literaria. Sería muy fácil trasladar esta introducción a nuestro panorama político y hablar así de soberanismo, libertad, persecución y pantallas de plasma, pero el tema ya ha sido suficientemente sobado en prensa, en televisión y por supuesto en los bares. Digamos, por ser finos, que ya me aburrí de todo el asunto, por más que sean causas sensibles capaces de conmover a las muchedumbres. Los vascos estuvimos cuarenta años dando por saco más o menos por lo mismo.

De lo que nunca me aburriré es de escarbar en cerebros propio y ajenos para posteriormente asombrarme de la cantidad de tiempo, energía y recursos que destinamos a justificar lo injustificable, amar lo aborrecible, perdonar lo imperdonable y crear paraísos mentales en los que ni las cucarachas sobrevivirían. Y no sé si felicitarme por ello o tirarme de cabeza al Sena, que anda crecido y maloliente. Puestos a elegir será lo primero, que no en vano también yo caigo en la trampa de crearme un mundo a mi medida.


Vivir en la trola

 

 

 

 

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