En pleno anuncio de los Oscars, Puigdemont está rematando una película magistral entre una nueva versión de Hamlet, príncipe de Dinamarca, y un remake de Ruta suicida, aquel thriller brutal de Clint Eastwood en que un policía tenía que escoltar a una testigo y ambos entraban en Phoenix en un autobús blindado a la buena de Dios. Al autobús le llovía una tempestad de balas digna del desembarco del Normandía, pero Clint Eastwood y Sondra Locke llegaban indemnes a los juzgados. No es difícil imaginar a Juan Ignacio Zoido en el papel de un sheriff de Arizona, sobre todo después de su advertencia a los medios: “Vamos a procurar que Puigdemont no entre en España oculto ni en un maletero”. Como lo procure tan bien como el célebre domingo de la nevada después de Reyes, Puigdemont podría entrar en Barcelona en un desfile por las Ramblas, entre caravanas atiborradas de payeses y animadoras repartiendo botellas de cava.
El de Puigdemont rememora el retorno imposible de otro proscrito de la política española, Santiago Carrillo, que fue detenido en diciembre de 1976 debajo de una peluca. Al president en ciernes, obviamente, no le haría falta pelo postizo, pero si aprovecha otro partido del Sevilla, le daría tiempo a hacerse la permanente mientras empieza a serrar Cataluña desde los Pirineos. A pesar de la aparente firmeza con que el PP mantiene las riendas del país -incluidas las riendas judiciales-, parece que la situación se les está yendo de las manos. El juez Llarena ha repetido sin querer aquella mítica secuencia de Aterriza como puedas en que Lloyd Bridges se negaba a encender las luces de la pista de aterrizaje para que un avión averiado pudiera tomar tierra. “Eso es lo que esperan que hagamos”, decía, como si hubiera vuelto de golpe a la Segunda Guerra Mundial. No vamos a detener a Puigdemont, no vaya a ser que se nos acabe el cachondeo y tengamos que hablar de la Gürtel.
En efecto, en el juicio a la trama Gürtel está saliendo a la luz una versión distinta a la oficial, la cual sostiene que la cúpula del PP valenciano era una clínica de discapacitados mentales tomada al asalto por unos cuatreros y donde nadie se enteraba de nada. Un poco al estilo del PP madrileño, pero con Jim Carrey y Jeff Daniels en lugar de Lina Morgan. La defensa de Camps intentará demostrar que él sólo era un pobre hombre que pasaba por allí, firmaba los papeles sin mirar y le caían los trajes uno encima de otro. Mientras Correa está dispuesto a asumir sobornos en AENA, comisiones millonarias, concursos amañados y el asesinato de Martin Luther King, Álvaro el Bigotes dice que todavía conserva la tarjeta de acceso a la sede de Génova, aunque no especificó si en diferido o en forma de simulación. Con la que está cayendo hasta podría ser verdad.
En medio de tanto desbarajuste, se explica que el AVE a Castellón llegara con media hora, diez años y un graduado escolar de retraso. Mariano lo confundió con un avión, en mitad de la vía lo adelantó un tren de cercanías y días antes había llegado una invitación a nombre de Rita Barberá. Todo estaba preparado para una reedición de Pánico en el Transiberiano, esa gloriosa producción de zombis cosacos pero cruzando tierras de Mongolia. Pudo ser peor, porque en Castellón les podía haber recibido Fabra vendiendo billetes de lotería o el propio Puigdemont con una calavera en la mano pidiendo la ampliación de los Països Catalans.