El niño había muerto arrollado por uno de los carros que participaban en la carrera. Era el lejano año de 2016. Las protestas habían comenzado sin siquiera una convocatoria y se habían violentado hasta ¿la tragedia? En Ensenada tan lleno de carencias de toda índole, el internet se abría apenas durante cinco horas al día, y se repartía por zonas. Nadie pudo convocar "por redes sociales". La única forma para poder comunicarse era mediante la telefonía móvil, gastándose tus datos. No había por que pensar que los contrincantes del alcalde de aquellos días, el precario Marco Novelo Osuna, hubieran sido los que motivaran la reunión. Todo era por ser parte del pueblo, por la adrenalina, por ser parte de algo “grandioso”.
Dicen que una chica de alrededor de 20 años fue la primera en levantar la voz. Que al principio todo se trató de un equívoco. La nena estaba esperando al novio para terminar con él. Consciente de que para los truenes era necesario hacerlo en lugares públicos, para evitar escenas, Martina decidió citar a su novio en la explanada del CEART. El joven llegó con la sonrisa imbécil pensando que todo aquel pleito de golpes, mordidas y moretones había quedado atrás. Martina tenía la obligación de perdonarlo, era lo justo, lo que debía ocurrir. Pero Martina aún con las marcas en el labio estaba decidida. Sin preámbulos le entregó un sobre: Ahí está la llave de tu casa. Pero Hesiquio no iba a aceptar que un pequeñísimo terrible pleito que había derivado en golpes terminara la relación.
- Ya no te quiero, entiéndelo. Has matado todo sentimiento en mí.
- Mira, ahora, ya va a comenzar la carrera... (mucha gente comenzaba a arremolinarse alrededor de ellos; los motores de las máquinas gruñían, mientras esperaban que al fin llegara el "alcalde", tal vez vestido con minifalda, un top de licra con la marca de una cervecera al frente, tacones de punta, paliacate rojo amarrado al pescuezo, para agitar las manos señalando el inicio, como la diva que siempre fue. Las máquinas una vez más lanzarían aceite por todas las zonas naturales de Baja California, arrastrando la vegetación, espantando a la fauna, y contaminándolo todo, mientras aquellos besadores de culos gringos cantan el aleluya de recibir más dólares), y no voy a perder mi tiempo contigo discutiendo estupideces. Tú siempre vas a ser mía. Ten la llave, y déjate de pendejadas.
Martina lo ignoró, dándose la media vuelta dispuesta a irse; pero Hesiquio la jaló del codo. Fue cuando dos jóvenes mujeres que pasaban cerca de ellos se dieron cuenta e increparon al chico: ¡Déjala, no la jales!
Y una de ellas comenzó a gritar: ¡Maldito! ¡Este maldito nos está golpeando!
Hesiquio retrocedió, pero a su alrededor, como salidas del suelo, o caídas desde las alturas, se habían juntado decenas de mujeres y venías otras más para formar multitud. Eran las mujeres que hipnotizadas ya estaban ahí como formando parte del paisaje, como estatuas al lado de los hombres y sus carros, calladas y mustias, observando. Con el primer '¡Déjala!, despertaron del letargo, del hartazgo en que vivían sumidas.
Los motores seguían sonando. El alcalde Novelo Osuna taconeaba su presencia, rodeado de los mismos besaculos de siempre, pero fiel a su estilo, estaba dispuesto a las fotografías, no para resolver problemas sino para la portada, la mejor portada. Mujeres rodeando a un tipo, y los gritos que iban escalando, no eran material suficiente que debiera importarle, no al alcalde, sino sólo el poderío de los flashes, del encuadre en que los fotógrafos lo tenían complacido. A los que sí les importó el barullo del "macho rodeado" por tanta fémina, fue a los "machines" de los motores, que dejaron sus unidades para ir a rescatar a un hombre de su hermandad aceitosa.
Al leer la prensa de aquellos días, todavía me preguntó ¿para qué?
Las mujeres al verse señaladas por los dedos manchados de aceite, al mirarse una vez más acusadas por aquellos machos, perdieron los estribos, y los golpes comenzaron. Una de ellas extrajo una pistola tipo escuadra de su camioneta, y comenzaron los tiros. El alcalde corrió a esconderse, taconeando por toda la plaza del CEART. Sus lambiscones lo habían abandonado, típico. Martina asentó un golpe bien dado sobre aquel gilipollas, rompiéndole el tabique. Pobre hombre, no quedó nada de él.
Las mujeres, como hienas, se habían lanzado sobre aquel, enervadas por el ruido de los motores de los tipos que huían aterrorizados ante la cacería de ogros que se había desatado. Las mujeres ya estaban hartas, y el hartazgo escaló la furia hasta romper años de opresión y lavarse la culpa en la sangre y llanto de los hombres que lograban alcanzar.
No sólo fue Hesiquio la víctima; cuenta la leyenda que ahí quedaron más de 250 hombres. La matanza se alargó por horas. Mujeres de todos lados habían tomado toda Ensenada. Ahí bajo el puente peatonal de la UABC-Sauzal se habían creado barricadas, como en la avenida Reforma a la altura de Maneadero, o en la carretera sobre la salida a Ojos Negros. No había escapatoria. Si eras hombre debías quedarte en casa. Los altavoces lo fueron diciendo toda la tarde.
Aquel cobarde gringo, que se nutría de dólares por organizar cada año el ecocidio que tanto enfadaba a los silenciosos y poco resueltos ensenadenses, huyó despavorido por el arroyo Ensenada, y ahí fue cuando alcanzó al niño. El fotógrafo de El Mexicano captó el momento preciso en que asesinaba con su auto al pequeño. Decidieron que esa fuera la única foto que se publicara, y así le perdonaron la vida (hombre al fin) y lo protegieron para llevárselo a Tijuana sano y salvo. in god we trust.
Las mujeres dieron el golpe de autoridad ese día. Nadie supo más de Martina. A ciencia cierta nadie la recuerda del todo, porque en el evento no hubo liderazgos asumidos. Tal vez ni se llamara Martina. Todas somos Martina, era el grito. Martina, gran leyenda.
Había sido tan sólo una enorme catarsis que se había desatado y que había crecido y crecido en la matanza de los hombres que se atrevían a seguir por las calles. El alboroto fue calmándose al caer la noche. A eso de las 8.30 p.m. todo había terminado; las mujeres se habían lavado con el agua de la fuente danzante, muchas de ellas cargadas de adrenalina se metieron desnudas a la bahía, chapoteando unas contra otras, corriendo por las arenas de Playa Hermosa. Atrás quedaban los autos incendiados, los hoteles tomados, todo el griterío, todo el dolor, las lágrimas. Se trató de una matanza de hombres generalizada.
A las 9, se cuenta que el alcalde Marco Novelo ya se había quitado todo el maquillaje. Se enfundó con tristeza su pantalón caqui, salió de su escondite, y a los pocos personajes que aún estaban bajo su cargo, aquellos que no estuvieron a la hora de la matanza, y que volvían del sur profundo del municipio más grande de México, les dio orden de recoger todos los cadáveres. Fue ahí, en el cerro del Vigía, donde acumularon los cientos de muertos. Todos los autos fueron lanzados a los yonques de la avenida Sokolov. Dio orden para que nada apareciese en la prensa. Todos callaron por miedo e incredulidad. Las mujeres de Ensenada siempre habían sido fuertes, y ahora lo habían demostrado, ¿podríamos culparlas?
50 años han pasado. En su lecho de muerte, mi madre me ha contado esta historia. Su sonrisa era diabólica al relatarlo, y a ratos escupía algunas risas negras.