Desde aquella altura divisa el mar y se apantalla la mirada con las manos en la ansiedad de verlo regresar sobre las olas inquietas. Meses enteros; años ya.
- ¡Vamos! ¡Baja de ahí de una vez! – la voz del hombre de blanco le ordena, le increpa.
Carmencita suplica.
- Un poquito. Sólo un poquito más, Ramón.
El hombre de blanco consiente.
- Gracias, Ramón.
Carmencita se yergue aún más sobre la punta de sus pies, buscando sus ojos más horizonte.
Ramón la ayuda a bajar del borde que rodea la tapia. La toma por los hombros y la conduce a los bancos del patio. Un aguado sol de invierno entibia apenas los rostros sin gesto, los ojos perdidos de quienes no esperan ni siquiera la esperanza.
- Quizá llegue mañana. - Se ilumina la mirada de Carmencita mientras retiene en la suya la mano del enfermero - ¿Me ayudarás a subir, Ramón?
El hombre de blanco suspira toda su bondad.
- Claro, Carmencita, claro.