EL MEMENTO DE LA SENSACIÓN VERDADERA
(Buena alumna, de Paula Porroni, Barcelona, minúscula, 2016.)
Entre esa oleada de jóvenes escritoras argentinas —“esas argentinitas de una crueldad intolerable”, como las ha caracterizado un crítico, parafraseando a los Cohen Brothers— y entre las que se cuentan Mariana Enríquez —Las cosas que perdimos en el fuego— o Valeria Correa Fiz —La condición animal—, llega a las librerías una novela minúscula, Buena alumna, ópera prima de Paula Porroni, que parece inscribirse en tal subgénero.
¿PSICOANÁLISIS O SÍNTESIS?
El relato en presente, de tono diarístico, de “la temporada en el invierno” británico postindustrial de una postgraduada argentina que trata de retomar, años después, sus estudios académicos con un estudio sobre “naturaleza muerta”, constituye un protocolo psicoanalítico, descarnado, existencial, en el grado 0 de la escritura, de “la extranjera”.
Perfeccionista hasta la autopunición, autoexigente hasta el masoquismo, dependiente y sumisa hasta la abyección, pero crítica con compañeros y conocidos y, en particular, con su mecenas en Buenos Aires, su madre, con quien se disputa —Electra porteña— la figura paterna, la “Buena alumna” es la encarnación en vivo y en directo del fracaso de una estudiante ejemplar, maleducada por modelos inalcanzables, anoréxica y mórbida.
EL MEMENTO DE LA SENSACIÓN VERDADERA
Y es que, mucho más allá de que, como afirmara algún filósofo, el dolor sea tal vez la única circunstancia que nos proporciona la “conciencia del Ser”, esa mortificación laica o profana —“Mido el dolor y corro pisando con fuerza. Clavo el talón en la tierra para destrozarlo. Entonces la sensación se dispara, se agolpa en la nuca, en la frente, […] Me dejo asfixiar por la intensidad” (p. 41); y, así, “[…] Fuerzo en los músculos una línea de sensación” (p. 66)—, tamaño sacrificio a un dios desconocido —“Me muerdo la lengua, hundo lentamente el colmillo en la carne blanda. Aguanto la respiración. El dolor me pellizca. Me trago la sangre. Pienso, que sirva de recordatorio. Un memento de este patético error. De esta distracción de principiante” (p. 55)—, “memento de la sensación verdadera” —parafraseando el clásico título de Peter Handke— disciplinario en todos los sentidos del término — “Mientras tanto, tomo nota mental de mi miedo, mis dudas, para extirparlos después” (p. 56)—, parece encontrar su origen —más con ojo crí(p)tico que clínico— en la neurosis obsesiva materna —“Envuelvo bien mis zapatos en bolsas de plástico, así las suelas que pisan la calle no manchan la tela. Que toca la piel. Como vi hacer a mamá tantas veces” (pp. 58-59); “Porque mamá y yo no nos tocamos. Mamá y yo siempre evitamos el contacto físico” (p. 60)— y una gran dependencia bisexual —“y pienso que solo Anna podría salvarme de Argentina y de mamá” (p. 77)— luego de la pérdida del padre —“Si papá viviese, tal vez un nuevo infarto lo mataría producto de la desilusión. Como consecuencia del fracaso completo, profundo, indignante de la hija” (p. 116); “ahora mi cara, como la de todas las mujeres, va a ir a encontrarse con la de su padre muerto” (p. 117)—. Enajenada —“Futuras manías, decía mamá. […] Ya te digo que esa chica va a ser rara” (p. 85)— y alienada —“Me pongo el buzo en la mano y la abro y la cierro, como si fuese un títere” (p. 82)—, poseída por transmisión hereditaria y, así, “Dejo que el veneno se expanda, se acomode en cada una de mis células” (p. 66).
DE LA EXCELENCIA A LA EXCEDENCIA o POSTGRADO CERO
Ex-“buena alumna” —“Por eso cuando papá murió y tras una semana yo volví al colegio […] la profesora me dijo, Yo sé que sos buena alumna.” (p. 91)—, obediente, estudiosa, aplicada —y otras tantas virtudes terminadas en –“hada”—, y no obstante —¿o quizá por ello?— abocada al fracaso (post)escolar —“Perdedora. Voy a quedarme atrás, siempre atrás. Incapaz de siquiera pasar la entrevista de una expolitécnica” (p. 65) —; destinada a la excelencia aca(en)démica, sin embargo cambiará el postgrado por una excedencia indefinida, abducida al final por el fracaso de su madre —“Vos y yo, somos una familia sin suerte” (p. 119)—, en una renovada vuelta de tuerca de la generación nini —“Niños con padres que salen a la caza de otros padres, nuevas familias. Falsos huérfanos serviles, capaces de hacer o decir cualquier cosa con tal de obtener una nueva invitación. Un escondite.” (p. 94)—, que ni estudiará ya ni regresará aún a la Argentina.