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ISSN 1989-4163

NUMERO 80 - FEBRERO 2017

Sangre en los Labios

Javier Neila

La niña de grandes rizos sonríe forzadamente, mientras su abuela la sostiene sentada sobre sus piernas. El vestido que lleva la pequeña está muy desgastado y le queda algo pequeño, pero está limpio y bien planchado. La señora se remete el flequillo dentro del pañuelo, ajusta los guantes sobre los dedos y sonríe también, mientras se cubre los hombros con el chal y posa abrazando con dulzura a su nieta. Da la imagen de que todo estuviese bien, de que todo siguiera como siempre.

Karl, el fotógrafo callejero del barrio de Südvorstadt, cuenta hasta tres y deja abierto durante unos segundos el diafragma de su Leika. La señora y su nieta aguantan la respiración, como se les ha dicho. Es la primera vez que se hacen una foto juntas, y la señora Müller quiere que salgan las dos muy bien. Poco antes, se ha pinchado en el dedo con la aguja de su broche, para sacarse una gota de sangre y extenderla en sus labios y en los de la niña. Así aparecerán más sanas y lustrosas. El carmín hace tiempo que ya no llega a las  mercerías de la ciudad, y la poca sangre que aún corre por sus venas es un buen sustituto.

Emma se queja; no le gusta el sabor dulzón de la sangre en la boca. Pero sobre todo no le gusta que su abuela se haga daño tan sólo por salir más guapas en la fotografía.

-Ya está Emma, ya puedes respirar.

La pequeña abre la boca y respira con exageración, como cuando su madre le sumergía la cabeza entera en la bañera mientras le lavaba el pelo. Es entonces cuando se acuerda de ella.

-Abuela, ¿Dónde está mamá?

-No lo sé cielo

-¿Y cuándo volverá?

-Eso tampoco lo sé.

-¿Y papá, Bruno y Günter… volverán de la guerra?

La abuela sólo sonríe y aprieta su mano. No quiere hablar más del tema.
Tras ellas, aparece un sereno paisaje. Un bosque verde que rodea un sendero hasta llegar a un castillo. Cerca hay un lago y se ven patos volando a lo lejos. El sol se está poniendo en el horizonte y los rayos de sol encienden el cielo, dando una sensación de paz e intensidad que se refleja en el agua. Pero los patos no se mueven, ni el sol termina de desaparecer; es sólo la ilusión que la niña ve en el tapiz con el que Karl pone fondo a la fotografía…

Emma mira el tapiz cogida de la mano de su abuela mientras se ponen de pié. Ella recuerda haber visto castillos como ese desde un barco, no hace tanto tiempo aunque lo parezca, navegando con su familia al completo por el Rhin, entre Mainz y Koblenz, en las vacaciones de verano, durante la época en la que aún estaban ganando la guerra. En la época en la que el Fhürer les había prometido el Reich de los 1000 años.

Hoy, como todas las mañanas, Karl ha colocado el viejo tapiz del castillo amarrado a dos postes, frente al trípode de su vieja cámara, en medio de la Münchner Strasse, donde suele esperar durante todas las horas de luz posibles, para hacer fotografías a los viandantes, como lo ha hecho en su Dresde natal durante los últimos 45 años. Curiosamente, con el devenir de la guerra y la escasez de dinero, ha aumentado la demanda de retratos… quizás como burla al futuro incierto, o una manera de agarrarse a los seres queridos, o permanecer vivos de alguna manera. Hoy Karl recoge sus cosas con rapidez, pues tiene un mal presentimiento, y decide irse pronto aunque la tarde está clara y sin nubes. Las dos figuras femeninas se alejan también, mientras empieza a atardecer, apretando el paso entre los escombros de una ciudad en ruinas, acompañadas de las sonoras explosiones de las baterías antiaéreas que suenan de nuevo.

-¿Cuándo recogeremos la foto abuela?

-Mañana cielo. Mañana.

Aún no lo saben, pero esa noche del 13 de febrero de 1945, será la última noche de sus vidas para todos ellos.

A esa hora, los primeros 254 bombarderos Lancaster de la Royal Air Force queforman la primera tanda, con 500 toneladas de material explosivo y 375 de incendiario en sus vientres, han despegado ya del aeródromo de Duxford, en Inglaterra. Primero señalizarán la zona con bengalas de magnesio (“árboles de navidad”), para luego arrojar todo lo que llevan en sus bodegas. Pocas horas después saldrá la segunda tanda, también británica, con 1500 toneladas de bombas sólo incendiarias, con margen de tiempo suficiente para poder sorprender a los servicios de emergencias en las labores de extinción y rescate, según órdenes directas del Alto Mando conjunto. Y por último, la tercera tanda, formada por los B17 de la Fuerza Aérea Norteamericana, empleará 474,5 toneladas de bombas explosivas y 296,5 de bombas incendiarias. Todo ello hasta que la ciudad de Dresde, envuelta en cenizas y muerte, quede borrada de la faz de la tierra, en un incendio que durará cuatro días en extinguirse y se llevará, según las fuentes, la vida de entre 60.000 y 300.000 civiles.

Sangre en los labios

 

 

 

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