Los amantes – Daisio Vatteri, para la colección sobre el centenario de Breton (Traducción del italiano de Héctor Ranea)
Me besas a través de la mancha verde de la ensalada de atún donde comen también gorriones, algunos buitres y hasta trillas. ¿Las trillas acaso comen ellas también pez elegido directamente de la lata? Las trillas, entre mis favoritas del mar, son omnívoras, lo que quiere decir que si te beso me mirarán, aunque sea un instante y después continuarán comiendo la ensalada porque son súper activas. Me pregunto si será posible preguntarse qué comen los recuerdos, por ejemplo si consumen energía y también si comen en serio, o si los frutos y las flores no se alejan de nuestro beso donde las cintas se unen en la armonía de ser con el desequilibrio de dejar de ser en las manos de dioses falsos que ni siquiera tienen la fantasía de untarse sus uñas sacras con pasta de hongos alucinógenos.
Me pregunto, por ejemplo, si las aguas lustrales son verdaderamente agua o alcoholes betuminosos que fluyen en el aire denso, viscoso, adherente que rellena los órganos sexuales con una sensación de plenitud che no importa más que no pensar o al menos que no se empuje la carretilla con el muerto con las manos cortadas en dos por el frío, el cisma o el sentimiento de actuar contra la muerte.
Y, entre nosotros dos, el beso. Ese que te ofrezco, el que me das. Ahora son dos y en la repetición empujo el cobertor que cubre mis pelos, ese que funde los tuyos con pájaros absurdos con la cara pintada de azafrán, las alas teñidas de azafrán, el aliento grasiento de azafrán. Todo el resto azul, “azul pálido”, azul de cielo, cielo pardo, guarda-fango invertido. Barro también color celeste cielo.
Y entre tus brazos yace, pero no ahora, mi cabeza que soy yo, pero hasta cierto punto. Y tus labios esculpen entre los míos como un espejo cambia a quien se mira dentro. En el no-ser somos o nos convertimos en dos besos y una boca. Dos bocas que se entrelazan, serpientes, agujas, alas, insectos miriápodos diversos, estrellas en el aire rampante, ondas en un mar de plomo líquido donde los atunes se enfilan solos a las latas.
Tengo el poder de seducción del lienzo que cubre mi cara de cinta de papel plegada como alondra azul, “azul celeste” y tú me amas porque la cara cubierta hace invisible mi cráneo traído desde México para comer en noviembre con el cual te beso mientras siento el poder en el lugar sacro de tu cuerpo poseído de la maravillosa sensación de estar ocultos que otorga también tu sábana blanca que no escribe cartas de amor porque el poder de la palabra se frena en la tinta que lloras. Llanto que retorna, retorna, retorna y otra vez, retorna, como ese placer que viene y va con las olas al mar, al plomo, a las lágrimas que viene a dar placer. Tus lágrimas con el veneno que da placer a mis labios que besan el lienzo que baña tus labios que queman tu cráneo traído desde México para comer dulce en noviembre, mientras el mar nos amplía el poder en nuestros lugares sacros del cuerpo que todavía están por terminar de ponerse a volar en vuelo triunfal. Acompañado de alondras y lechuzas que nos miran desde la sombra oscura de las colinas brumosas, con sus ojos sin sostener sus párpados secretos. Los ojos del búho son los arreos con que nos pagan quienes creyeron que nuestros besos podrían adquirirse en el mercado como trillas, las lenguas de alondra, la lata de atún, el lienzo que cubre las partes desnudas de nuestras caras que se besan. Y en el beso se torturan a través de la sábana, los huesos de peces elegidos, las ventanas que no brillaban en las estrellas del océano celeste y los besos que nos besan mientras tú y yo nos besamos, escondidos en una piel de pelícano que vuela en tiras del eterno retorno en iglesias llenas de figuras en piedra que ríen. El placer de ser una sombra que besa bajo el agua. Las aguas. Las lágrimas. El veneno que triunfa contra la oscuridad.