Se Prohíbe la Mendicidad
Sergio Manganelli
“O tal vez ese viento,
que te arranca del aburrimiento
y te deja abrasada a una duda,
en mitad de la calle y desnuda”
Joaquín Sabina
“Se prohíbe la mendicidad”
presumía el histérico letrero
en la puerta del bar,
miré al pocillo
y protesté con la boca
aún amarga:
Prohíbo que te enfríes,
que perfumes a invierno,
incites al amor
o retrases el sueño.
Qué tentación mandar! -pensé-
como un pretor flamante
en su silla de Roma.
Y dispuse más firme:
Prohíbo la orfandad,
los padres sin memoria,
los pibes sin infancia.
Prohíbo la tortura
y la sangría absurda de la barbarie urbana.
Prohíbo el dolor
y su luctuosa partitura de muecas.
Prohíbo que me espanten las brumas
y las intermitencias.
Prohíbo la usura
que desguaza naciones y enluta las paneras.
Prohíbo sea del prójimo
la mujer codiciada.
Prohíbo la jauría
de los inquisidores.
Prohíbo que haya pobres
durmiendo en las veredas.
Prohíbo que la muerte aquiete las caricias
y hiele la entrepierna.
Prohíbo al que predica
parábolas de lucro.
Prohíbo que prohíba
el mandamás de turno.
Prohíbo que las emociones
gocen de menos chance que los emoticones.
Prohíbo que te inquietes
y cierres la ventana.
Prohíbo el pelotón
de fusilar franquezas.
Prohíbo al almanaque
multiplicar semanas.
Prohíbo los quirófanos
de extirpar la esperanza.
Prohíbo la sordidez
de los que nunca aman.
Les prohíbo a tus ojos
cerrar de madrugada.
Prohíbo que tu pecho
se estremezca en mi magia.
Y para concluir este códice
de ajado desaliento,
solo pido un deseo,
una tregua,
un absurdo,
una impúdica gracia:
Que ya nunca me asalte
una noche sin tu alba.